Revista Medios
Aprovechando uno de esos momentos de reflexión, donde salen a flote tantos rostros, no me cansaré nunca de reconocer lo mucho que me enseñaron estos montañeses, un bagage lleno de historias personales, de superación ante la adversidad, de rebelión también ante el olvido.
Yo no creo que tengamos que remontarnos muy atrás para encontrarle sentido a tantas actuaciones que en su momento nos sorprendieron, para seguir luchando por recuperar algo de aquella camaradería. Que parece dificil, porque transitamos por un mundo egoísta, donde hay que medir cada actuación, cada paso, cada palabra; incluso aqui, en los pueblos pequeños, donde viven cuatro personas, en ocasiones, en el más absoluto de los aislamientos.
Yo recuerdo, siendo niño, la alegría que se respiraba en casa de mi abuela Lorenza. El abuelo Clementino, oriundo de Olleros de Paredes Rubias, trabajaba en la mina, en aquella época de la efervescencia del carbón. Era entibador, ya sabéis, quienes se encargaban de habilitar a lo largo de la explotación, las maderas que permitían el tránsito de vagones y trabajadores con alguna garantía, aunque con garantía y todo muchos perdieron la vida en aquellos agujeros.
Aquel trabajo y las cuatro vacas era el sustento, pero no faltaba el folklore de la abuela que acudía a los pueblos limítrofes con su pandereta o te cantaba un romance para amenizar aquellas veladas de los duros inviernos. Y nunca faltó el jamón y el chorizo en el portal de aquella casa. Todos le llamaban "abuela", y como la mía había otras muchas abuelas en el pueblo que disfrutaban con generosidad ayudando a los vecinos y compartiendo con ellos lo poco que tenían.
A mi me gustaría que se cumpliera aquí uno de los dichos populares noruegos, recogidos por el poeta y lingüista Ivan Aasen en el siglo XIX: "La hierba no crece en el camino que une las casas de los amigos", con un pequeño matiz, cambiando amigos por vecinos.
Para la sección "La Madeja", en Diario Palentino y Globedia Imagen: @José Luis Estalayo.