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Una pelota de colores

Publicado el 18 abril 2016 por Angeles
Cuento
Para una niña pequeña, un niño más pequeño aún es casi como un muñeco viviente, un compañero de juegos ideal.Yo tendría cinco o seis años, y aquel niño, rubio y delicado, tres o cuatro. Era el hijo de una amiga de mi madre y durante aquel verano fuimos a su casa todos los sábados. Después de merendar, mientras mi madre y la madre del niño pasaban la tarde charlando y haciendo labores, el niño y yo jugábamos en un patio que había junto a la cocina. El niño era muy risueño, alegre y cariñoso, y yo, aun siendo tan pequeña, sentía una gran ternura por él. Me sentía mayor y protectora. Casi siempre jugábamos con una pelota que había en el patio; una pelota azul, sucia y blanda que apenas botaba. A mí me parecía una pelota triste, pero al niño le gustaba jugar con ella; se divertía lanzándola  hacia arriba y correteando de un lado para otro, riendo, intentando cogerla antes de que llegara al suelo con aquel sonido flojo y mullido que me hacía reír a mí también.
Un sábado de aquéllos, al salir al patio vi que había una pelota nueva. Era la más bonita que yo había visto; una pelota grande, firme y de colores relucientes; una pelota con ganas de jugar. No había que lanzarla hacía arriba: la hacíamos botar en el suelo y subía  sola, con fuerza, con alegría. Y yo la veía allí arriba, girando y brillando, como una pompa de jabón eterna bajo el cielo del verano. A mí me fascinaba aquella pelota, pero el niño, sin embargo, no dejaba de lado la azul, y cuando la cogía a mí me parecía que la abrazaba como yo abrazaba a mi muñeca de trapo.
Un día de finales de agosto, cuando mi madre y yo nos marchábamos, la madre del niño me dijo que me llevara la pelota, que el niño ya no la quería. Y yo, creyendo que hablaba de la pelota azul, pensé que tampoco la quería. Pero cuando volvió del patio, la mujer traía en las manos la pelota de colores, la pelota maravillosa. Yo no podía creer que aquella pelota tan especial fuese a ser mía, así, de pronto.Sin embargo, no llegué a sentir ninguna alegría por aquella sorpresa, por aquel regalo asombroso, sino una sensación de pena y extrañeza que no comprendí y que sigo sintiendo hoy día cuando recuerdo aquel episodio. Porque al mismo tiempo que vi a la mujer venir con la pelota, vi al niño, detrás de ella, llorando.
No sé porqué la madre del niño quiso darme a mí la pelota, ni sé por qué yo la cogí, por qué le quité a aquel niño su pelota de colores si yo no la quería para mí, no me hacía falta tenerla. Pero me la llevé, seguramente porque era lo que habían decidido los mayores y yo estaba acostumbrada a hacerles caso.
Creo que cada cosa tiene su sitio propio, y aquella pelota tenía su sitio en el patio, con el niño, esperándome para jugar. Por eso aquella pelota preciosa, brillante y alegre, perdió su magia y su maravilla en el momento en que me la llevé del lugar que le correspondía.Y la recuerdo en el suelo de mi habitación, abandonada debajo de una silla, volviéndose cada vez más azul.  


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