Mis papás me llevaron a recorrer un montón de pueblos en el país vasco. Bueno, en realidad no sé si fueron tantos, pero a mí me parecieron muchos.
Una tarde, mientras mi mamá me daba la mamadera, me interrumpió mis pensamientos y me preguntó cuáles eran los pueblos que más me habían gustado. Yo me quedé pensando en lo mío y, claro, no le respondí. Pero ahora me dieron ganas de contarles. Los dos pueblos que más me gustaron fueron Lekeitio y Mundaka. Ustedes se preguntarán por qué. Y yo les voy a contar.
Un rumano y una pelota
Cuando llegamos a Lekeitio era casi el mediodía de un domingo y la gente estaba en la calle, disfrutando del día antes de meterse en su casa a almorzar y a dormir la siesta. Algunos tomaban la típica copa de vino (o cerveza) con su correspondiente pintxo (porción de tortilla, pan con jamón o sándwich de queso, entre otras opciones), otros disfrutaban de un paseo por el puerto o de un café caliente y la mayoría de los chicos jugaba con la pelota, con el trompo (está muy de moda en España) y con la patineta. El día estaba soleado y era ideal para estar donde estábamos.
Mi papá se puso a hacer magia callejera y yo me quedé con mi mamá. Como no me dejan estar muy cerca del mago, porque me quiero meter en el medio del show y lo distraigo, mi mamá me llevó a una plaza cercana (cuando digo plaza no me refiero a un especio verde, sino a un espacio abierto que en general no tiene nada de verde). Allí había varios grupos de chicos jugando a la pelota. Todos eran más grandes que yo. Al principio me daba un poco de miedo acercarme. No me registraban. Pero poco a poco me fui animando. En el último tiempo me agarró un amor extraño hacia las pelotas. Veo una y salgo corriendo a buscarla.
En uno de los bancos había un chico que descansaba con la pelota en los pies mientras comía unas golosinas muy dulces (esas llenas de azúcar que mis papás no quieren ni que las mire de lejos). Me fui acercando sigilosamente, como con miedo. Él no me miraba hasta que giró la vista y me vio. Primero me miró serio y yo detuve mi marcha. Después me sonrío y yo aceleré. Fui derecho a la pelota y la agarré sin pedirle permiso. Alin es un nene rumano que tiene cuatro hermanos y hace cinco años que vive en este pueblo. Mientras yo pateaba la pelota y uno de los hermanos de Alin decía que me parecía a Messi porque le pego con la izquierda, él le contaba a mi mamá sobre su vida en el pueblo. Al parecer no es muy diferente a la de cualquier chicos de 10 años, que vive en un país como España y pertenece a la llamada clase media. Eso sí, en el colegio además de castellano, estudian y hablan en eskera. Mi mamá siempre está preguntando cosas a los migrantes y no pudo evitar querer saber sobre su familia y sus ganas de volver. Lo poco que escuché fue que no iban a volver y que sus papás estaban muy contentos trabajando en España.
Cuando mi mamá dejó de preguntarle cosas, Alin se puso a jugar a la pelota conmigo y con uno de sus hermanos. Nos divertimos muchos. A la media hora, mi papá terminó con su show y nos vino a buscar. Como yo no me quería ir, se puso a jugar a la pelota conmigo.
Al acercarse la hora del almuerzo, que los domingos suele ser alrededor de las 14 o 15, la plaza y el puerto se vaciaron de gente. Alin también se despidió y nos dijo que hasta las 5 de la tarde casi nadie volvería a salir de sus casas. Y así fue. Nosotros nos fuimos a pasear por el pueblo y en las calles no había nadie. Dimos una vuelta por la costanera y miramos el mar (como le gusta a mi papá).
Antes de irse me regaló una bolsa con dulces. “Para Tahiel”, le dijo a mi mamá.
Siempre recordaré a Lekeitio como el lugar donde jugué a la pelota con un chico rumano.
Algunas fotos de nuestro paso por Lekeitio.
Un viaje en tren y unas piedritas blancas
Ustedes pueden pensar que soy un exagerado. Puede ser. Pero una de las cosas que más recuerdo de Mundaka es que fue nuestro primer viaje en tren por España y soy un amante de los trenes. Pronto les contaré la que, creo, es la causa de ese amor. Me encantó hacer ese viaje en tren. Estábamos los tres solos en un vagón moderno, disfrutamos de hermoso paisajes y me encontré un globo amarillo.
Mundaka es un pintoresco pueblo de la costa vizcaína, con playas donde los amantes del surf son felices, bares en la costa del cantábrico y la Ermita de Santa Catarina. Ahí estaban las piedritas blancas. Además de volverme fanático de las pelotas, las ruedas de los autos y las escobas o escobillones (sí, cada vez que veo una la agarro para barrer), también están en mi lista las piedras. Pero no cualquier piedra, sino esas chiquitas y blancas/grises que están en algunas plazas. En Europa no es muy común que en las plazas haya pasto y piedras, por eso, cuando las vi en la ermita me puse feliz. Son justo las que me puedo meter en la boca, pero para tranquilidad de mis papás, ya aprendí que no tengo que hacerlo. Igual, no dejan de mirarme cuando juego con ellas.
Además, todo el entorno de la ermita es muy lindo y se tienen unas hermosas vistas de la costa.
Claro que también me gustó el resto del pueblo. Caminamos mucho, mis papás aprovecharon a descansar en un café mientras yo dormía la siesta, nos cruzamos con una familia argentina que había comprado nuestro libro “Magia es Viajar” (mis papás se pusieron muy contentos) y visitamos las playas desde lejos.
Si andan de viaje por el país vasco no dejen de visitar los pueblos de la zona. Son todos lindos. Estos son mis preferidos, porque como dicen siempre mis papás, los lugares los hacen las experiencias y a mí estas experiencias me encantaron.
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INFORMACIÓN PRÁCTICA
– Para llegar a Lekeitio desde Bilbao se puede tomar el bus Bizkaibus. Hay dos opciones, uno que va por la costa y tarda más porque para en varios pueblos, y otro que va por la autopista. Los que suelen marearse en las rutas de montañas piensen en la segunda opción. Ambos buses salen desde Termibus, cerca del estadio San Mamés. En general, los horarios son cada una hora (pero no siempre es hora en punto). Les recomendamos acercarse algún día a la temrinal y pedir en informes el papel con todos los horarios a todos los pueblos que quieran ir. Suelen ser muy amables quienes allí trabajan.
También se puede llegar en auto. En este link están las opciones para hacerlo por la costa o por una ruta rápida.
– Para llegar a Mundaka desde Bilbao se puede ir en bus Bizkaibus. También salen desde Termibus, cada media hora. Igual, no dejen de pedir el papel con los horarios en la terminal. Tengan en cuenta que a veces cambian los fines de semana.
Para los que quierasn viajar en tren, tienen que mirar los horarios en Euskotren. Suelen ir vacíos y el servicio es muy bueno. Suelen tardar un poco más, pero para viajar con niños es más cómodo.
¡Buen viaje!
También pueden leer nuestra visita a San Juan de Gaztelugatxe y al Bosque de Oma, cerca de Guernika.
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