Existe en nuestro sistema público de pensiones una modalidad de prestación, mejor dicho una aberración, denominada pensión mínima ‘con cónyuge a cargo'. Que consiste en una levísima mejora en la paga de una persona jubilada perceptora de la pensión mínima y cuyo cónyuge no ha cotizado al sistema y, por tanto, no tiene derecho a percibir una pensión contributiva. Ni tampoco a la no contributiva, precisamente por el vínculo matrimonial.
En la práctica, en el 99 por cien de los casos, el 'cónyuge a cargo' pertenece al género femenino. Es decir, es una mujer casada que ha dedicado su vida a trabajar en el interior del hogar desarrollando lo que antaño se denominaba ‘sus labores'.
La economía que hasta ahora se considera políticamente correcta ignora el valor de una infinidad de actividades socialmente útiles que realizan los individuos al margen de los circuitos de mercado. Por ejemplo, el coste de cuidar un niño en una guardería se incorpora al PIB por el importe del salario del empleado profesional más el beneficio obtenido por el propietario de la guardería, los alquileres, etc. Sin embargo, si quien se encarga de cuidar al pequeño es su madre, un abuelo o una tía soltera desempleada, pese a que el tiempo de trabajo dedicado a ocuparse del menor sería en principo exactamente el mismo que en la guardería, ni la patronal ni los sindicatos ni los ministerios de Empleo y Economía se darán por enterados de que han sido efectuadas esas horas de trabajo.
Arthur Pigou señaló con perspicacia que para las estadísticas de la Renta Nacional sería catastrófico el hecho de que un hombre soltero se casara con su ama de llaves. En efecto, bajo los roles clásicos, la feliz casada seguiría realizando exactamente el mismo trabajo que antes, sólo que sin percibir una retribución monetaria. En este sentido, el sociólogo estadounidense Alvin Toffler sugirió una forma irónica de incrementar el PIB: que cada ama de casa realice los trabajos domésticos de su vecina y se paguen mutuamente por ello.
"Si cada Susie Smith pagase a cada Bárbara Brown cien dólares a la semana por atender a su hogar y a sus hijos, recibiendo al mismo tiempo una cantidad equivalente por prestar los mismos servicios a cambio, el impacto sobre el PIB sería asombroso. Si cincuenta millones de amas de casa americanas se dedicaran a esta absurda transacción, el PIB de los Estados Unidos aumentaría inmediatamente en un 10%".
Desde una perspectiva más realista, un estudio elaborado ya hace tiempo en el seno del Consejo Superior de Investigaciones Científicas demuestra que las tareas domésticas (limpieza, comida, atenciones a los niños, mayores y enfermos) si fueran contabilizadas representarían el 55% del PIB regional de la región madrileña. Son las mujeres las que, en una proporción de tres a uno, cargan con este trabajo no remunerado sobre sus espaldas. Si cada madre que prepara la comida a sus hijos o atiende a un familiar con Alzheimer recibiera un sueldo por ello, la renta regional aumentaría en 55.500 millones de euros. De éstos, 40.700 irían a parar a manos femeninas, y 14.800, a hombres. Estas son algunas de las conclusiones del estudio La cuenta satélite del trabajo no remunerado en la Comunidad de Madrid.
Aunque el tipo de encuesta realizada sigue la metodología recomendada por Eurostat, el informe también incluye los datos que se obtendrían si se contabilizaran las actividades secundarias. Es decir, las que se realizan de forma simultánea a otra que requiere mayor atención; por ejemplo: la persona que está cocinando y, al mismo tiempo, cuida a un niño. Según María Ángeles Durán, catedrática de Sociología que ha dirigido la investigación, la inclusión de las actividades secundarias refleja mejor la realidad del mercado laboral: "A nadie se le ocurre que un taxista que espera en la parada a que llegue un cliente no esté trabajando". En total, se está hablando de 6.000 millones de horas anuales de trabajo no remunerado. O de 15.000, si se incluyen las actividades secundarias. Considerando este matiz, las actividades domésticas no remuneradas tendrían un valor añadido equivalente al 130,78% del PIB regional.
Pese a todo esto, las trabajadoras del hogar propio, llegadas a la edad de jubilación no tienen derecho a recibir una pensión también propia. Sorprende que las políticas de igualdad de género hayan pasado por alto la situación de inferioridad en que se encuentran las/los cónyuges “a cargo de otro”.
Aparte de la aberración conceptual que supone esta atribución de dependencia, desde el punto de vista material, el caso de matrimonios o parejas de hecho donde sólo uno de los miembros cobra una pensión de cuantía mínima, significa condenarlos a vivir en situación de pobreza.
En 2017, la cuantía de la pensión mínima de carácter contributivo para mayores de 65 años es de 605,10 euros mensuales. Si el titular de la pensión tiene cónyuge a cargo, su paga se eleva hasta los 786,90 euros mensuales. Habida cuenta de que con ese dinero han de mantenerse dos personas, la renta per cápita de ese hogar se reduce a 393,45 euros. Una renta situada por debajo del umbral de pobreza por mucha economía de escala que se quiera aplicar a la pareja. El complemento con el que se supone debe mantener al cónyuge 'a su cargo' es de 181.8 euros al mes, lo que arroja una ratio casi tercermundista de 6 euros/día.
Un cálculo más echando las 'cuentas de la vieja', como corresponde al caso. Dejemos al pensionista titular con 605,10 euros permitiendo que el cónyuge cobre la modestísima pensión no contributiva de 368,90 euros. Así, la pareja conseguiría sumar 974 euros.
En 1729, Jonathan Swift escribió Una modesta proposición (A Modest Proposal), un ensayo satírico en el que propone resolver el problema en Irlanda de campesinos inquilinos que no pueden alimentar a sus hijos porque los propietarios son inflexibles sobre el arriendo. Y sugiere como solución que los padres deben vender sus hijos a los terratenientes ricos para que se los coman. En esta línea de humor negro, se podría proponer que las señoras 'a cargo de' mataran a sus maridos como forma de mejorar sus ingresos. De esta manera obtendrían una pensión de viudedad para ellas solas cuya cuantía, aunque tampoco es como para tirar cohetes, triplica esa birria de complemento.