Hasta 1956, en medio de leyes y decretos varios, la prostitución es legal en España. Deja de serlo, es decir, se prohíbe, el 3 de Marzo de ese año, a través de un decreto ley que, además de prohibirla, establece un plazo de 3 meses para el cierre total de los locales destinados a ese fin.
“Hasta 1956 el burdel era una institución en España, un casino dondo los hombres hacían tertulias. Algunos se ocupaban con las mujeres y otros no. Desde el siglo XIX hasta la transición (finales de los 70 del pasado siglo), se ha mantenido la doble moral; había que venerar a la esposa, pero acudir a las prostitutas con las que se podían hacer “cosas” que las esposas, y la moral, no permitían”. Revista de Construcción, Arquitectura, Urbanismo. Nº 2. (Con pequeños matices míos).
No obstante las intenciones del gobierno, en algunos sectores se veía con naturalidad que se tapara el hambre vendiendo servicios sexuales. Y, además, los proxenetas y explotadores eran sectores que provenían de los vencedores de la Guerra Civil. La Iglesia y los militares controlaban y desarrollaban la prostitución en locales de su propiedad. Las viudas de los militares (del bando vencedor) y otros cuerpos contaban con la protección de la administración. Esto, además de facilitar la apertura de locales (pese al hipócrita decreto ley, que en realidad perseguía el control de la prostitución y acabar con la competencia), ya que para ello había que presentar un documento de adhesión al régimen, acortaba enormemente los plazos burocráticos en el caso de que la solicitante fuera una viuda de un caído por Dios y por España.
Como los practicantes habituales deseaban, como es lógico, alejarse de sus domicilios, elegían en otras zonas meubles, pensiones, casas particulares, pisos y talleres ficticios para no ser reconocidos. Estos locales son controlados con entradas estrechas y escaleras infinitas por cobradoras como si de taquilleras se tratara. Las diminutas habitaciones contaban con un mobiliario escaso. La cama dura era acompañada de un bidet, una toalla y una pastilla de jabón. Se imponía la doble moral y la represión. Por ello había que disimular y mentir, de ahí que las trabajadoras del sexo salían de casa con vestimenta recatada, misal, rosario y mantilla. Objetos que muchas veces se olvidaban a la hora de la salida. Para resolver asuntos administrativos contaban con horarios oficiales y hojas de salario falsas.
Pasa el tiempo y los métodos represivos son menos visibles, pero se aplican bajo un prisma de pecado y vicio. No obstante, se legalizan las barras americanas, los vestidos se acortan y los escotes se ensanchan. Pero la dictadura, en estado de esquizofrenia constante y permanente, mantiene hasta 1967 la cárcel de Alcázar de San Juan, con el único objeto de que las reclusas rediman en ella las penas por “Prostitución”. La Iglesia prestaba ayuda y personal (y se los cobraba muy bien al Estado) a la Orden de Redención de Mujeres Caídas, en cárceles, conventos y reformatorios.
A la llegada de la década de los 60, las putas obtienen más ganancias con el destape que con el sexo. Y se ponen de moda las “Golondrinas”, trabajadoras del sexo que se especializan en seguir a la flota americana por los distintos puertos de atraque y juergas: Barcelona, Valencia, Cartagena y Cádiz.
La prostitución es una de las cuatro patas de la mesa festiva en España; los toros, el fútbol y el artisteo son las otras tres. Pero mientras que los toreros, los futbolistas y los artistas forman parte de la fiesta permitida y envidiada, la prostitución ha de ingeniarselas mediante el disimulo y el engaño, que facilitan las cosas, de algún modo, a los pecadores y amantes circunstanciales, que sin tener o guardar relación con la prostitución, han de sortear los estrechos márgenes de la moral del Estado. Hasta los años 70 del pasado siglo era preceptivo que los demandantes de una habitación presentaran el libro de Familia en las recepciones de las posadas y hoteles españoles. Esto, como es lógico suponer, no sirve para poner freno o dificultar la prostitución, sino para poner de moda las mordidas y otras modalidades de corrupción.
FUENTE: LLEFIÁ De la barraca a la dignidad (Juan Rico Márquez)