Revista Política
Al analizar los distintos ministros de exteriores del Reino de España y sus políticas llama la atención su falta de coordinación más allá del comprensible enfrentamiento político. Es cierto que dos son los ejes que han guiado la política exterior española durante la III restauración borbónica: Iberoamérica y la Unión Europea, pero el desarrollo, la intensidad y objetivos han sido sumamente desiguales y esta falta de homogeneidad nos traslada un sentimiento de cierto fracaso.Ha habido éxitos notables. La cohesión de un área iberoamericana más allá de las relaciones bilaterales, con la institucionalización de las Cumbres ha supuesto un aumento del peso específico de España en las Relaciones Internacionales como un actor regional a tener en cuenta.Otro de los éxitos de nuestra diplomacia son las relaciones con el mundo árabe, por encima de nuestras desavenencias con el alauí reino de Marruecos. Una corriente que Exteriores ha heredado del régimen anterior y que ha sabido canalizar. España era visto por el mundo árabe como un amigo desinteresado, un país que, sin tener peso específico en el mundo y sin intereses espúreos, podía abrir ciertas puertas. Su mayor éxito en este ámbito fue la conferencia de paz de Oriente Medio celebrada en Madrid en 1991 y que fue, junto con Oslo, el último gran intento de alcanzar un acuerdo general de paz en la región que involucrase también a las grandes potencias.Pero más allá de eso, la política exterior española esta siendo un vaivén de intereses cortoplacistas y políticas improvisadas en el mejor de los casos. En el peor fue el alineamiento servil con la política exterior de la administración Bush por encima de lo que eran los intereses nacionales. En mi opinión el Gobierno Aznar estaba en su derecho en alterar las líneas maestras de la política exterior, pero lo hizo de una forma que iba más allá de la consecución de los intereses generales de España y terminó por acabar con la presencia de su partido en el Gobierno de la Nación. El gobierno de Zapatero supuso otro eslabón más en la renqueante política exterior española. Sus acciones dañaron durante años las relaciones con Estados Unidos y en todo lo que atañe al amigo americano España fue un convidado de piedra. Emprendió una acción exterior muy rimbombate, la alianza de civilizaciones, junto con el PM Erdogan -que ahora pasa por sus horas más oscuras- que no dejó de ser una ocurrencia más sin contenido.La gran carencia de la política exterior española es sin duda Portugal. No tener en cuenta a la otra parte de la península es un olvido y una negligencia imperdonable, más en estos tiempos donde parece que la política europea canaliza todos los esfuerzos de Exteriores. Que la península Ibérica no realice reuniones formales antes de los Consejos Europeos como hacen Francia y Alemania me parece imperdonable. Es cierto que nunca vamos a tener el mismo peso que otras alianzas (como los escandinavos o el Benelux) pero somos países muy parecidos y nuestros intereses van de la mano. España debería aprovechar más la privilegiada salida al atlántico y a Brasil que otorga Portugal y cerrar los lazos para una alianza muchísimo más estrecha. Que a estas alturas no exista tal coordinación es imperdonable.Pero si echamos un vistazo a las cancillerías europeas la cosa no está para tirar cohetes. Hay pocos países que desarrollen una política exterior a la altura de sus necesidades y con objetivos realistas y medios para llevarlos a cabo. Bien encontramos que hay países que pecan por exceso o por defecto en relación necesidades/capacidades.Según mi parecer el ejemplo más evidente de una política exterior que excede con mucho las capacidades y las necesidades de su país es la del Reino Unido. La Corte de Saint James tiene una política exterior y unos servicios de inteligencia que actúan muy por encima de las capacidades y de las necesidades del Reino. Pensar que el Reino Unido sigue siendo un Imperio o una potencia de primera fila es errar desde el principio en los objetivos de su política exterior y es malgastar el dinero del contribuyente que está derrochando miles de millones de libras en la renovación de un programa militar nuclear de dudosa utilidad y en un sistema de escuchas planetarias que de poco les sirve. Una cosa es espiar una cumbre para negociar mejor el mantenimiento de sus paraísos fiscales y su sistema de patente de corso financiera y otra muy distinta pensar que puede mantener codo con codo una política de espionaje al nivel de Estados Unidos. El problema del Reino Unido es que el declive de su poder como potencia no vino tras una aplastante derrota como el caso de España, sino como consecuencia de una victoria de la dejó exhausta, por lo que no ha terminado de asimilar su papel en el mundo como una potencia regional de primer orden, pero regional al fin y al cabo. No estoy defendiendo que el papel del Reino Unido en el mundo sea minúsculo, solo que tiene una Política Exterior y unos servicios de inteligencia que exceden con mucho las capacidades de actuación del Reino.En el continente europeo nos encontramos con el ejemplo contrario. Un país con un poder creciente, con una influencia cada mayor que tiene una política exterior miope: Alemania.Si bien Alemania es demasiado grande para Europa, pero demasiado pequeña para el mundo, los diplomáticos de la Bundesrepublik se comportan como una pandilla de aficionados en comparación con el Foreign Office. El miedo y los complejos alemanes les impide ejercer una política exterior a su altura y eso ha dado lugar a muchos malentendidos. La obsesión que tienen los alemanes en ejercer su influencia por medios poco directos y bajo el paraguas comunitario ha dañado mucho la imagen de la UE, más en estos tiempos de crisis.Alemania ya ejerció una fatal influencia en la guerra de los Balcanes imponiendo su criterio a los socios comunitarios bajo amenaza de torpedear el Tratado de Maastricht si no se plegaban a aceptar la independencia de sus antaño aliados Eslovenia y Croacia.La rápida adhesión griega a la UE, su integración en el euro y la sucesión de rescates fracasados que ha puesto al Euro contra las cuerdas es una consecuencia casi directa de la política exterior germana. A nadie se le escapaban las corruptelas y chanchullos del país heleno en 2001 cuando no cumplía los criterios de cohesión para su entrada en la moneda única. Pero se hizo la vista gorda porque a Berlín le interesaba que Grecia compartiese su moneda a fin de seguir manteniendo un gran socio comercial, sobre todo en lo referente a equipamiento militar. La sangría de rescates a cuenta de la UE (en gran parte aportados por el contribuyente alemán) no hacen otra cosa que esconder las monumentales pérdidas de los principales acreedores del país heleno: los bancos Alemanes. La degradación de la calidad de vida en Grecia y, con ella, la fortaleza de sus instituciones será una consecuencia de la mala política exterior germana.Otra torpeza alemana que esta siendo fatal para el proyecto comunitario fue presionar para la rápida entrada en la UE de sus vecinos eslavos siguiendo cálculos económicos nacionales. Ahora los alemanes dan marcha atrás e intentan torpedear todo cuanto proceso negociador hay en marcha, siempre, claro esta, después de compensar a su tradicional aliado croata con una rápida adhesión.Parece como si el Ministerio de Exteriores Alemán estuviera luchando de nuevo contra el Tratado de Versalles, solo que ahora se trata del Acta Final de la Conferencia de Helsinki que aseguraba la inviolabilidad de las fronteras de posguerra. Alemania ha moldeado las fronteras tras la caída del muro de Berlín como le ha venido en gana sin contar con sus aliados, con amenazas y con consecuencias nefastas. Si bien las guerras de Yugoslavia puede que fuesen inevitables, la actuación alemana las precipitó por encima de cualquier acuerdo negociado.En su momento, la reunificación se hizo de forma unilateral sin contar con sus socios y, a la postre, ganadores de la II Guerra Mundial. La DDR entró en la CEE en 1991 por la puerta de atrás sin negociación alguna y eximió a Bonn de sufragar el presupuesto comunitario durante muchos años. La rápida adhesión de Europa al Este continental fue fruto de intereses germánicos que deseaban abrir esos mercados a sus productos sin tener en cuenta el daño que esa ampliación está haciendo hoy al proyecto comunitario. El Ministerio de Exteriores germánico se esconde en que hubiera sido mucho peor dilatar su integración en la familia comunitaria en un ejercicio inútil de casuística, puesto que no sabemos lo que hubiera pasado y sí los desajustes que las adhesiones de no pocos países del Este están causando. Baste solo citar las difíciles adhesiones de Rumanía y Bulgaria, o los experimentos autoritarios de Orban en Hungría. Por tanto aunque en el Palacio de Santa Cruz no se diseñe la mejor política exterior para el Reino de España, las políticas exteriores de los países citados dejan bastante que desear teniendo en cuenta el cálculo necesidades/posibilidades.
En España se debería tender más hacia el modelo anglosajón de arquitectura diplomática. Cada cierto tiempo los técnicos de Exteriores, miembros de Think Tanks (En España sería el Real Instituto Elcano) y expertos profesores se deberían reunir para fijar los objetivos y medios de la Política Exterior Española que cada Ministro de Exteriores desarrolle. De modo que la alternancia política no suponga fracturas difíciles de cerrar como los episodios de la Guerra de Iraq o el plante de Zapatero.