A comienzo de la década de los noventa del siglo pasado, el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, mantenía la costumbre de autoentrevistarse. Era cuando el molt honorable se preguntaba a sí mismo por todo aquello que entendía que podría concernir a los catalanes y, por qué no decirlo, también a los españoles. Su entonces jefe de prensa reconocería posteriormente que fue esa una práctica utilizada en sucesivas ocasiones, tanto en periódicos como en agencias de noticias.
El caso más sonado tuvo como protagonista al principal diario catalán: La Vanguardia. El día posterior al de Reyes de 1990, la cabecera de los Godó publicaría en sus páginas 11 y 12 una extensa entrevista que el periódico tituló: “No pedimos la independencia, sino la autonomía, pero con una interpretación distinta a la actual”. Al parecer, aquel titular no gustó demasiado al propio Pujol, tal y como le dejó claro al director de la publicación. Ni que decir tiene que la entrevista perpetrada iba sin firma. El tenor de las preguntas sonrojaría a cualquier estudiante de Periodismo a la vez que le produciría un bochorno apabullante. A pie de página, los responsables del diario barcelonés decidieron colocar un ambiguo texto en el que se leía: “Declaraciones del presidente de la Generalitat recogidas por La Vanguardia”. Recogidas, como flores de mayo.
Sirva este ejemplo como prueba vergonzosa del poder de control que durante años ejerció el Gobierno catalán sobre los medios de comunicación. De ello ni siquiera se libraron los que, en teoría, pudieran ser más boyantes en lo económico. Fue un periodo en el que Pujol y su entorno tejieron una tupida red clientelar con las empresas periodísticas y sus profesionales que salvaguardara sus intereses. Y así ha funcionado el entramado durante muchos años, demasiados quizá, con la aquiescencia y complicidad de quienes impasibles lo contemplaban.
Días después de que apareciera aquella infame entrevista, Arcadi Espada publicó en el Diari de Barcelona un artículo contundente que titularía ‘Jordi Pujol, nuevo redactor jefe de Cataluña’, en el que denunciaba que empezaran “a considerarse normales comportamientos del poder en relación a la prensa que parecen evacuados de un totalitarismo surrealista”.
Sirva como otro botón de muestra la táctica utilizada por el president y los suyos en las ruedas de prensa: repartir preguntas preparadas entre periodistas de medios afectos para que estos se las formularan. O contestar solo a cuanto le apetecía o interesaba, echando mano de su archifamoso “Això no toca” (Eso no toca). Y, claro, crearon escuela. Aquel elenco manipulador encontraría aprendices, e incluso burdos imitadores, en otras muchas latitudes para escarnio del oficio. Y es que la persistente obsesión por controlar a la prensa viene a ser algo tan antiguo como la mentira, que es tan vieja como la Humanidad.
[‘La Verdad’ de Murcia. 21-9-2015]