Revista Deportes
Continuando con la intensa preparación invernal que este año le ha llevado a residir durante cuatro meses en San José de la Rinconada, donde ha estado entrenando bajo la supervisión del padre de Víctor Puerto, el diestro prieguense Curro Jiménez, mató el pasado sábado a puerta cerrada dos toros en la ganadería de Ramón Sánchez.
Fueron numerosos los amigos y profesionales del mundo del toro que se dieron cita en la bonita plaza de tiendas de Villalobillos, otrora propiedad de Manuel Benítez, en una soleada jornada privameral en la que el campo mostraba los encantos de la dehesa de Sierra Morena en todo su esplendor.
Tras el viaje desde la Subbética, los saludos de rigor y la hora de la verdad para Curro, que se enfrentó para calentar motores a una vaca, brava y con genio, que le hizo entrar en situación a las primeras de cambio, ya que el animal exigía toda la atención del mundo para no recibir un susto. No estuvo mal el de Priego, que bastante hizo con sortear los arreones del animal, que abandonó la plaza como una exhalación, cuando le abrieron la puerta que conducía a los cercados.
Buen inicio para luego enfrentarse a todo un señor toro, serio y muy fuerte, que salió con bríos y con el que Curro tuvo que emplearse a fondo en el capote. Dos acertados puyazos que templaron, y de qué manera, la embestida del animal, y buen trabajo del prieguense con la muleta, sobre todo toreando al natural, con mucha soltura y sobre todo, con más calma y aplomo que no hace mucho tiempo. Con la derecha, el animal pedía un puntito más, y ahí pudimos ver que el entrenamiento de este invierno comienza a surtir efecto, sobre todo a la hora de sobreponerse a situaciones comprometidas. Buena estocada y un pequeño descanso para evaluar lo acontecido en una larguísima faena en la que se rozó el centenar de pases.
Segundo toro para Curro, éste de menor cuajo que el anterior aunque también pidiendo mucha guerra en los primeros compases, hasta que en la muleta, poco a poco, fue templando su embestida. Menos claro en esta ocasión el prieguense, que se perdió en los intentos por uno y otro pitón, aunque lo importante era que él mismo se estaba dando cuenta dónde estaba su error, como así lo comentaba a los allí congregados. Nuevamente, buena la estocada, tal vez mejor ejecutada que en el anterior, y nuevo receso para analizar el desarrollo de su actuación.
Curiosamente, la guinda del pastel, en lo artístico claro está, llegó con la última vaca, de feas cornamentas, pero con la que Curro dejó tres tandas de naturales de auténtico cartel, con temple, cadencia y pellizco. Una pena que el animal se rajara y no permitiera al de Priego continuar, porque la cosa prometía.
Sin darnos cuenta había llegado la hora del almuerzo y el estómago pedía a gritos algún tipo de viandas, agasajándonos el ganadero con un riquísimo arroz, que nos supo verdaderamente a gloria y con el que repusimos fuerzas para continuar la tarde en Montoro, aunque eso ya es otra historia...