Pedro Paricio Aucejo
La fundación del Carmelo Teresiano fue pedida por el mismo Señor, pero gozó también del buen discernimiento llevado a cabo por la Santa y algunos de sus múltiples consejeros. Dominicos, franciscanos, jesuitas y carmelitas fueron sus maestros y confidentes de mayor influencia. Teresa de Jesús no hubiera llegado a ser tal sin el asesoramiento y la formación recibida de estos religiosos.
Dentro de la Orden de Predicadores tuvo relación especial con los padres Báñez, Barrón, García de Toledo, Granada, Ibáñez, Medina, Meneses, Salinas y Yanguas. Mención aparte merece el afecto y el reconocimiento mutuo que –a pesar de jamás encontrarse personalmente– se profesaron la monja abulense y el dominico Luis Bertrán (1526-1581).
Aunque más joven que Teresa, el fraile valenciano gozó pronto, en todas las clases sociales, de fama de santidad y prudencia. Religioso austero y penitente –al tiempo que cercano y dulce en el trato–, encarnó el ideal dominicano de amor al estudio y la alta contemplación. Hombre de profunda cultura eclesiástica y creador de toda una escuela de espiritualidad, fue un excepcional maestro de novicios, prior, abnegado misionero y predicador popular. Con este bagaje, no resulta extraño que, en su intento de emprender la renovación del Carmelo, la Santa recurriera al consejo de este hijo de Santo Domingo. De la indagación de semejante aspecto se ha ocupado recientemente el historiador valenciano Emilio Callado Estela¹.
Además de pertenecer a varias instituciones académicas nacionales y extranjeras, de ser autor de una decena de libros y de multitud de colaboraciones en revistas científicas sobre la historia eclesiástica de Valencia, así como copartícipe y gestor de exposiciones, congresos, publicaciones y proyectos de investigación en dicha materia, este prestigioso profesor (que compagina su labor investigadora con la docencia en la Universidad CEU–Cardenal Herrera) expone en el citado estudio que, en 1561, la mística castellana escribió una carta al religioso valenciano con el fin de asegurarse en su decisión de fundar el convento de San José de Ávila.
Hasta ahora la carta en cuestión no ha sido localizada, si bien –según argumenta el profesor Callado– su contenido expresaría muy posiblemente, como en tantas otras ocasiones, los afanes reformistas y revelaciones divinas de la Santa, que le hicieron sentirse ´mandada del Señor´. Ahora bien, lo que sí ha llegado hasta nosotros es la respuesta de san Luis Bertrán, escrita antes de marcharse a las Indias en 1562. De su texto, animoso y profético, se infiere que el dominico tardó algunos meses en componer la misiva, después de someter el asunto a la oración. La narración literal de lo que allí expresó es la siguiente:
“Madre Teresa.
Recebí vuestra carta. Y porque el negocio sobre que pedís mi parecer está en servicio del Señor, he querido primero encomendárselo en mis pobres oraciones y sacrificios. Y ésta a sido la causa de aver tardado en responderos. Agora digo, en nombre del mismo Señor, que os animéys para tan grande empresa, que el os ayudará y favorecerá. Y de su parte, os certifico que no passarán cinqüenta años que vuestra religión no sea una de las más illustres que aya en la Yglesia de Dios, el qual etcétera.
De Valencia.”
El profesor Callado concluye su exposición afirmando que, si bien no hay constancia documental de nuevos intercambios epistolares entre el dominico y la carmelita, sin embargo, uno y otro debieron de seguir profesándose un mutuo aprecio.
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¹Cf. CALLADO ESTELA, EMILIO, Teresa y Luis, Luis y Teresa. Dos santos en tiempos recios, en ´SCRIPTA, Revista internacional de literatura i cultura medieval i moderna´, Universitat de València, junio 2016, núm. 7, pp. 150-159.