Revista Economía

Una receta sencilla sobre la delegación de decisiones

Publicado el 27 enero 2020 por Ignacio G.r. Gavilán @igrgavilan
Una receta sencilla sobre la delegación de decisiones
Lejos quedan ya, al menos en teoría, los tiempos en que predominaba el estilo de liderazgo cohercitivo, aquel del 'ordeno y mando' en que el líder, o mejor, el jefe, tomaba todas las decisiones.
Los modernos modelos organizativos y de liderazgo buscan organizaciones más planas y mayor autonomía de las personas y equipos, mayor delegación de funciones y decisiones.
Hay buenas razones para ello.
Por un lado es mucho más eficiente. Centrar todas las decisiones en una persona supone, hablando en términos de proceso, un clarísimo cuello de botella y un punto único de fallo, dos elementos a evitar en cualquier actividad empresarial con una lógica aseptica y de pura eficiencia.
En el otro extremo, el más humano, la delegación supone un mayor aprovechamiento de todo el talento y el conocimiento existente en la organización y que es imposible que el líder atesore por sí mismo.
Finalmente, la participación en las decisiones por parte de una capa amplia de empleados, supone un elemento de involucración y motivación.
Sin embargo, intuitivamente, parece que existen decisiones que por su calado o por su dificultad deben ser tomadas en las altas instancias de una empresa.
¿Cómo saber cuando delegar y cuándo escalar una decisión?
Creo que, en general, depende un poco del caso y del sentido común pero quería recoger una receta sencilla que se menciona en el libro 'La empresa ágil' deAlonso ÁlvarezSara AguileraSusana Jurado y Míquel Rodríguez. En él encontramos esta cita:
Debe delegarse o dejarse en manos de quien ejecuta la acción cuando es muy frecuente, hay poco tiempo para tomarla o requiere acción local y escalar (o subir a una instancia superior) cuando es poco frecuente, tiene un muy alto impacto o requiere una visión global o de largo alcance.

Agile es una filosofía de trabajo que, en efecto, pone mucho foco en el equipo y en la autonomía de los equipos para autogestionarse. Se trata, pues, de una filosofía de trabajo que promueve una delegación casi diría que masiva.  
Y la receta que se propone parece puro sentido común: delegar decisiones frecuentes, locales o rápidas. 
Buen criterio.

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