Hoy, día de todos los Santos, muchas personas suelen ir a visitar los restos mortales de sus seres queridos, y les llevan flores como símbolo de recuerdo y amor. Para demostrar de alguna forma, que todavía les recuerdan, y que no les han olvidado. El amor les lleva a encargar unas flores, y llevarlas a los camposantos, para que reposen en las criptas. Camposantos llenos hoy, de multitudes de personas, hombres, mujeres, niños, y especialmente de personas mayores. Que son las que, al menos estadísticamente, suelen ser el blanco del mayor número de pérdidas de familiares, amigos, y conocidos, a manos del implacable e inexorable ritmo de la muerte. ¿Quién sobrevivió nunca a la muerte? ¿Quién despertó nunca del sueño de las criptas? Qué bonito, decía, es cuando ese amor se dirige a los demás, cuando no queda atrapado en uno mismo, en especial, cuando viaja hacia los vivos, hacia las personas que tenemos cerca, hacia las personas que todavía respiran, por fortuna, como nosotros, ¡qué gran fortuna! Y que se dirige incluso hacia los seres, que hace tiempo no hemos contemplado, por encontrarse lejos, en el espacio infinito.
Por todos ellos va esta cálida carta, esta carta de amor. También por los que leen estas líneas, por ti, lector, que me lees ahora, y que seguramente, has vuelto hoy del cementerio. De depositar tus flores, o aunque sea almenos, de depositar tu amor, mentalmente, con tu recuerdo, antes de que acabe el día, por las personas que se fueron, y que no volvieron más: quizás por tus abuelos, tan bondadosos y complacientes contigo, quizás por tus tíos, también tristemente desaparecidos, o incluso por tus propios padres, que tuvieron que aguantarte desde que éras solo un crío y se tuvieron que ir quizás, dejándonos el turno abierto, el siguiente hueco en la fila, el siguiente número en recibir, esperemos más tarde que temprano, la visita del señor de la muerte. Feliz día, y feliz vida. Para todos, amigos. Y que nos aproveche.
