Revista Deportes

Una regia sorpresa (iii)

Publicado el 01 octubre 2012 por Carlos Romero @CarlosRomeroSFC

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POR ENRIQUE VIDAL.

3º).- 1914 - ALFONSO XIII, REY SOLDADO

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El profesor Alberto Brú Sánchez-Fortún, de la Universidad de Barcelona, es autor de un interesantísimo estudio sobre la figura del rey Alfonso XIII titulado “Padrino y patrón. Alfonso XIII y sus oficiales”, en el que explica el origen de lo que él denomina “las relaciones de Alfonso XIII y ‘su’ ejército”, señalando que “su padre, Alfonso XII, salvado el interregno del Sexenio Revolucionario, pudo reinar aupado al pavés por otro pronunciamiento militar, el de Martínez Campos en Sagunto en los últimos días de diciembre de 1874. Cánovas, mentor de don Alfonso y gran mago político de la nueva época que se abría quedó consternado: la monarquía restaurada nacía auspiciada por el inevitable brazo militar. La opinión pública no había podido ser oída. Para contrarrestar este pernicioso origen deslegitimador, Cánovas potenció un personaje desaparecido de las tradiciones del país desde los tiempos de Carlos I, y que funcionaba como un verdadero mecanismo de identificación emocional: nos referimos a la figura del ‘rey soldado’. Se trataba de hacer del joven rey otro oficial, pero colocado en el pináculo de la jerarquía militar. Dada su doble naturaleza de monarca y de oficial del ejército, debería ser capaz de establecer una relación de patronazgo paternalista con el resto de sus compañeros oficiales (…). Pero la figura del rey soldado tenía su reverso. Si bien amenguaba el brillo de los espadones, convertía a la corona en la representante de los intereses y del prestigio del cuerpo de oficiales. En un choque contra políticos civiles, el ejército siempre podría contar con el trono como aliado. La posibilidad de ese choque, improbable siendo nuevo el edificio canovista, se hizo más evidente en el reinado de Alfonso XIII, cuando los cimientos de la Restauración se dislocaban por el desastre colonial y la inoperancia de los partidos del turno.”

El asunto venía de largo. El gran Miguel de Unamuno llegó a escribir: “Estas gentes –Monarquía y políticos– hacen del Ejército un instrumento del Estado y del Príncipe, no un órgano de la nación. El Ejército español es más bien una milicia mercenaria que unos guerreros al servicio de la Patria”. Y Raimond Carr: “Un Ejército que, no podía pagarse los gastos de unas maniobras estaba condenado a la burocratización y a la vida cuartelera”. El Ejército, al verse rechazado por la sociedad generó un desprecio hacia el elemento civil, sobre todo hacia periodistas y políticos –nacionales y regionalistas– que, también, ha llegado hasta nuestros días. La Universidad y la Academia Militar se han ignorado tradicionalmente entre sí, hasta el punto que los militares de la época llegaron a creer que los intelectuales eran los culpables de todos sus males. No es de extrañar, en este contexto, el antagonismo entre los socios progresistas del “Football Club”, educados en Europa, y los delfines del ejército que componían el “Balompié”, futuros salvadores de la Patria. Se trata de un rasgo ideológico diferenciador, por más que quiera disimularse, que ahí estaba, era inevitable, como bien explica la prestigiosa historiadora Helen Graham:

“La pérdida del imperio privó al ingente cuerpo de oficiales, heredado de las guerras continuas del siglo XIX, cualquier papel significativo en la guerra exterior. Al hacerlo, la derrota imperial convirtió a los militares en un poderoso grupo de presión político interno, resuelto a encontrar un nuevo papel, a la vez que se guardaba de perder ingresos o prestigio mientras tanto. Para sacarse el aguijón de la derrota, entre los jefes y oficiales se extendió el poderoso mito de que los políticos civiles habían sido los únicos responsables de la pérdida definitiva del imperio y, por lo tanto, poco podían reclamar moralmente para gobernar el país. Esta creencia ya estaba bien arraigada en la época en que Francisco Franco, con quince años, entró en la academia militar en 1907. Surgió una generación de cadetes que se contemplaban como los defensores de la unidad y jerarquía de España, y de su homogeneidad cultural y política, algo que creían consustancial a la grandeza histórica del país. En realidad, muchos miembros de la elite militar dieron un paso más, considerando su defensa de esta idea de “España” un nuevo deber imperial (…). Lo pernicioso de esta nueva concepción de la defensa imperial fue que pasó a dirigirse contra otros grupos de españoles que simbolizaban los cambios sociales y económicos que se estaban produciendo en las ciudades y centros urbanos (…)

Desde el final del imperio, la oficialidad se había ido convirtiendo cada vez más en una casta encerrada en sí misma. Las academias militares favorecían claramente a los hijos de individuos pertenecientes al cuerpo. Las hijas de oficiales se casaban con miembros de otras familias militares. Era un mundo en el que sus componentes iban disminuyendo sus lazos personales con otros grupos sociales (…)

Pero dejando a un lado las cuestiones de cultura e ideología política, un tema no menos crucial para los jóvenes oficiales del ejército era el de los sueldos y las perspectivas de hacer carrera. Las reformas republicanas reducirían ambos de forma inevitable. Incluso la dictadura militar de la década de 1920 había salido mal parada cuando había tratado de interferir en las prerrogativas militares, lo que no auguraba nada bueno para los depreciados políticos civiles –republicanos por si fuera poco- que pretendían reformar el ejército de frente. Al final, el golpe de julio de 1936 encontraría a sus seguidores más firmes en esta clase de oficiales jóvenes que iban a perder más desde el punto de vista material y además se mostraban muy hostiles ante la idea de que hubiera una democracia plural. …”

Helen Graham, “Breve Historia de la Guerra Civil”, Espasa Calpe, 2006, páginas 19 y siguientes.

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El foot-ball como adiestramiento militar diario, una concepción del sport muy distinta a la de los regeneracionistas.

Se ha a dicho que “el principal defecto político de Alfonso XIII residía en su espíritu castrense, que le inclinaba a favorecer al ejército siempre que existía un conflicto entre el poder político y el poder militar.” La afición de Alfonso XIII por los sports es muy conocida, el propio profesor Brú afirma que “en realidad nunca dejó de ser un playboy que confundía la milicia con uno de los muchos deportes que practicaba.” Durante su reinado, se dedicó a repartir títulos de real a muchas entidades deportivas bajo las más variopintas excusas, entre ellas algunas sociedades con cierto sustrato patriótico o militar, opositoras de otras de cariz más abierto e intelectual. Sólo en el mundo del fútbol encontramos el ejemplo significativo del Real Club Deportivo Español de Barcelona frente a lo que representaba su vecino Football Club Barcelona. La situación entre estos equipos, en el aspecto estudiado, es perfectamente equiparable, mutatis mutandi, a la del Sevilla Football Club con la Sociedad Sevilla Balompié, lo que convertía a ésta, y no al Betis Football Club, con su composición de jóvenes preparándose para la carrera militar, en su mayoría hijos de importantes oficiales del ejército, en el destinatario teórico natural de la concesión de un título real por parte del monarca soldado.

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Carta comunicando concesión del título de Real al Espanyol de Barcelona

Entre las personas de confianza del rey Alfonso XIII estaban Pedro Rodríguez de la Borbolla y Amozcótegui de Saavedra, político liberal sevillano y veterano parlamentario con acreditado prestigio en la Villa y Corte, a quien había designado en estas fechas como Ministro de Justicia. Y asimismo el Marqués de Mochales. Ambos sugieren al rey que se encomiende a Pedro Rodríguez de la Borbolla y Serrano, hijo del primero, también político liberal, el diseño de los pasos a seguir para la concesión del título de real a un equipo de football sevillano. Obviamente el destinatario de la corona habría de reunir unas condiciones mínimas para que la Casa Real lo aceptase. Debía tratarse en última instancia (otra cosa sería impensable) de una entidad que reuniera dignamente los máximos merecimientos para acreditar tal distinción en cuanto a filosofía, potencial deportivo, capacidad económica y socios ilustres. ¿Los tenía el Betis? Rotundamente no, por el simple hecho de que en esos momentos, cuando empieza a gestarse el asunto, ni siquiera existía. El club bético, desde agosto de 1913, estaba desaparecido, sin socios ni jugadores, ni participación alguna en las competiciones deportivas de su entorno, amén de que ni siquiera figuraba inscrito en el Gobierno Civil.

El 1 de febrero de 1914, el cronista deportivo Oreto publicaba lo siguiente:

Probablemente casi seguro y muy en breve podré comunicar a mis lectores una “regia” y grata sorpresa, que se prepara. En cuanto sea un hecho lo que hasta ahora es un proyecto, lo publicaré enseguida para que todos lo sepan, pues yo estoy como quien dice rabiando por trasladarla a esta columna.

EL CORREO DE ANDALUCÍA, 1 de febrero de 1914.

Por su parte, la página web oficial del Real Betis Balompié dice lo siguiente:

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La primera reseña, la de Oreto, indica que el proceso iniciado para obtener la corona llevaba ya algún tiempo tramitándose (“… regia y grata sorpresa que se prepara…”). Teniendo en cuenta la fecha de la noticia, 1 de febrero de 1914, y el recorrido que ya tenía el asunto, pues incluso había propiciado esta filtración a la prensa, se trata de la confirmación de que la iniciativa de la solicitud del título de real no pudo realizarla formalmente el Betis ni nadie en su nombre, pues en dichas fechas sencillamente carecía de existencia legal. Por consiguiente, primero fue la Corona, y luego vendría el Betis. O dicho de otro modo, hasta que las gestiones políticas para la concesión del título de real no estuvieron convenientemente encarriladas, no se reorganizó ningún Betis.

Visto lo visto ¿Cuál sería el verdadero móvil de la refundación de este club? ¿Podrá mantenerse la versión romántica preferida de sus biógrafos tradicionales basada en los relatos orales de la familia Borbolla? ¿Sería una razón más material y elitista?

(Continuará ….)

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