Revista Coaching
El lunes 7 de mayo tuve una reunión atípica.
No buscaba eficiencia, no sabía para qué la organizaba, no tenía claro a quien convocar…ni siquiera si deseaba convocarla: hablo del funeral de mi padre.
Antes creía que eso del velatorio era más bien un desfile hipócrita con bastantes toques de sordidez, y que en esos momentos sólo los “verdaderamente afectados” debían estar presentes.
Después de muchas dudas avisé a unos cuantos amigos (en realidad muy pocos) y ellos a su vez “se tomaron la libertad de pasar el mensaje”. El resultado fue que tanto la jornada del velatorio como el día del funeral tuvimos un montón de abrazos únicos que hasta ese momento, ignorante emocional, me permitía menospreciar. ..
El día del funeral, todo fue improvisado. Y lo único que no lo fue, falló, ya que el violinista que habíamos contratado con la debida antelación no se presentó (el impresentable!).
Mi hermano escribió una carta impresionante dirigida a mi madre con la voz de mi padre... Mi marido, le dedicó con la sensibilidad que lo caracteriza, unas palabras tiernas con tintes divertidos, que lograron emocionarnos a pesar de no buscar la lágrima fácil… Todo ello acompañado con el punteo de la guitarra de mi hijo Quim y del piano improvisado de Claudia, una amiga suya que la pobre poco se imaginaba la que le iba a caer…
Muchas gracias a los amigos (nada improvisados) que nos demostraron cuánto los necesitamos a todos (también a los que nos abrazaron virtualmente)
Fue una reunión de despedida entrañable dónde el no cumplir ninguno de los requisitos de las reuniones eficaces, para mí, le añadió un toque especial.