Revista Cultura y Ocio
Comparecencia pública en Bruselas, el pasado viernes, de distintos representantes de movimientos filosóficos y laicistas con los mandatarios de la Unión Europea. De izquierda a derecha, Jerzy Buzek, J.M. Durao Barroso y H. Van Rompuy. Tras el presidente de la Comisión, Jean Michel Quillardet
A través del blog El Masón Aprendiz he tenido conocimiento de la reunión celebrada el pasado viernes entre tres relevantes figuras de la política institucional europea, y diferentes cabezas visibles identificadas con la filosofía u organizaciones promotoras del laicismo, entre las que había a su vez representantes de organizaciones masónicas. Mirando la fotografía (que he obtenido a través del referido blog) pude reconocer detrás de José Manuel Durao Barroso a Jean Michel Quillardet, al frente en este momento del Observatorio Internacional de la Laicidad, y del que tantas veces hemos hablado en este espacio.
El objeto de la reunión, un tanto protocolaria quizás, ajustada al milímetro a las nuevas previsiones del Tratado de Lisboa concernientes a las reuniones institucionales con entidades religiosas, así como tantas otras de carácter filosófico y no confesional, era tratar de la pervivencia de la pobreza en Europa y del reto que supone eliminarla. Así, como no puede ser de otro modo, tras la celebración del encuentro, tanto el presidente de la Comisión, como los del Parlamento y el Consejo, coincidieron en un análisis que a todos puede parecernos obvio.
Sin embargo parece que hay cosas que no gustan: Desde el blog El Masón Aprendiz -creo que acertadamente- se ha hecho referencia a la posición crítica de una de esas organizaciones vinculadas a la extrema derecha política y al ultracatolicismo, especialmente irritada por la reunión y el hecho de que uno de los interlocutores presentes fuera "la masonería".
El anclaje de este discurso dogmático tiene sus raíces precisamente en unas palabras que Jean Michel Quillardet pronunciaba hace algunos meses. La entrevista que entonces se le hacía era mal "traducida" al español por un medio ultra, de manera interesada y con el ánimo de presentar a la masonería como un lobby, o más coloquialmente como "la mano que mece la cuna".
El recurso a la idea del "lobby" -grupúsculo influyente por las razones más diversas- para desacreditar o menospreciar las posiciones ajenas es algo conocido. La masonería es ya una experimentada sufridora de estas técnicas que se han utilizado hasta la saciedad. Lo hemos experimentado en el pasado con determinados grupos étnicos (y lo seguimos haciendo en la actualidad) o con lo que se ha dado en llamar "minorías sexuales" que, según alguna desinformada lumbrera, han obtenido el reconocimiento de sus derechos gracias a una estratégica ubicación en el entramado del poder terreno, donde han sabido apretar las clavijas al personal.
La utilización del concepto de "lobby" tal y como se hace por estas personas no deja de ser sino la perpetuación de lo que en España recibió la denominación de "contubernio": Una palabra que al ser pronunciada ya transmitía la imagen de la oscuridad, el cuchicheo, la mirada torva y la conspiración para acabar con lo mejor de nuestras esencias patrias. Y asimilar como cierto cuanto implica esta expresión no deja de revelar la existencia, bien de un pensamiento obtuso, o bien de una maldad e intolerancia execrables. O de ambas cosas a un tiempo.
Nada hay de ilegítimo en que la masonería sea un interlocutor social. Es más, sin la vocación social la masonería en sí misma no habría existido tal y como hoy la conocemos. Nada hay de negativo en que se sume, sin temor, sin vergüenza alguna, al honesto esfuerzo que también promueven otras entidades, otras personas, para que la esfera pública no sea presa de las verdades absolutas, convirtiéndose en un campo de batalla en el que puede llegar a tener una posición dominante la exclusión. El diálogo sobre la pobreza, sobre la exclusión en el seno de una de las grandes potencias económicas en este momento de aguda crisis, y la enunciación de propuestas concretas han de recaer sobre la sociedad civil, las entidades que de ella surgen y sobre los instrumentos que la misma tiene para actuar.
Por contra, dar pábulo a las teorías conspirativas y amparar la tendencia a desacreditar lo público o la actividad política, no es sino caminar de nuevo -una vez más- hacia un negro abismo. Es hacia la dictadura de esa oscuridad a donde nos quiere llevar esta cohorte fanática e ignorante cuya existencia, finalmente, garantiza la permanencia en el tiempo de cuantos seguimos creyendo en la posibilidad de construir, desde la razón y el respeto, una humanidad mejor y más esclarecida.
Al hilo de cuanto antecede, curiosamente en el día de hoy me he encontrado en la prensa con una entrevista al periodista y escritor Amin Maalouf. Pienso que lo que sigue puede ser un buen cierre para esta nota:
"Pregunta.- En su libro "identidades asesinas", usted se hace una pregunta que ahora le hago a usted. ¿Es el islam compatible con la libertad?
Respuesta.- Yo diría que ninguna religión es en sí misma incompatible o espontáneamente favorecedora de la libertad. Todas las religiones, en un punto u otro de su historia, han experimentado el fanatismo de una manera muy negativa. La libertad viene de la evolución de la sociedad, de las ideas de los pensadores y los filósofos, y entonces es adoptada y aceptada por la religión. Estoy convencido de que todas ls religiones pueden interpretarse de una manera que se compatible con la liberad, con los derechos humanso, con los derechos de la mujer, con el laicismo y con la modernidad..."
Et si omnes, ego non.