-Están
llamando a la puerta. ¿No lo oís?
Es
Gayarre quien habla. Sobre su piel curtida de hombre duro forjado en la
adversidad aún se notan las cicatrices. Los golpes y las balas dejaron un
rastro que ni su muerte pudo borrar. Pero él está radiante, sonríe a los demás.
El brillo de sus ojos delata una complicidad entre todos, compartida, consensuada…
-¿Quién
podrá ser?
El que
pregunta con una expresión fingida de asombro es Espronceda, el poeta romántico
extremeño. Muy elegante, con su cuidada melena, su bigote, su perilla, su
pañuelo de lazo o “cravat” anudado al cuello.
-Esperemos
que no sea alguien que no haya sido invitado. No tengamos otra vez la de Troya.
¡Adelante. Está abierta!- añade el poeta.
En la
puerta se recorta la imponente figura de Bart el Negro. Viene con su ropa
acostumbrada, su elegante sombrero emplumado, sus grandes botas. Parece sacado
de una película del género. Más que un invitado al encuentro, tiene el aire de
un actor que, acabada la función, aún no ha pasado por el camerino para
cambiarse. Su corpulenta figura llena prácticamente todo el vano de la puerta y
una amplia sonrisa ocupa casi por completo su afable expresión. Por sus modales
nadie pensaría que estamos ante un temible pirata, pesadilla de la armada
británica…
-Vaya. Y
yo que pensaba que llegaba pronto y me encuentro esto lleno de gente. ¿No
habréis empezado la fiesta sin mí?
Bart el Negro
Espronceda
sonríe. No todos los días tiene uno la suerte de encontrarse a un personaje
literario de los suyos de carne y hueso.
Junto al
poeta romántico, Gayarre, el guerrillero del maquis, en el fondo otro
romántico, otro luchador, otro soñador de causas imposibles, escucha
atentamente el relato del republicano represaliado que tiene justo en frente.
Para él no es nueva esa violencia que relata. En su tierra natal ya pudo
conocer historias parecidas: gente sacada de sus casas a empujones, torturas,
ejecuciones frente a cualquier tapia… Y luego el olvido.
Junto al
represaliado, un Unamuno tranquilo y empático,
que luce impecable con chaleco marrón, su barba blanca recortada, su
nariz aguileña y la mirada penetrante pero serena, conversa con Giordano Bruno,
al que tiene a su derecha, sobre lo humano y lo divino. Ambos coinciden en que
la duda sobre cuestiones de fe es algo que distingue a la gente con inquietudes
del resto de los humanos. Y que la mejor manera de defender las propias
creencias es poniendo en tela de juicio los principios sobre los que se
sustenta la religión misma. El convencimiento profundo debe estar siempre por
encima de la fe ciega. Somos seres racionales. Dios nos ha dotado de inteligencia
para llegar a él de forma racional. El creyente debe estar siempre alerta y
luchando por entender lo que para otros es simplemente materia de fe. La vida
es lucha.
En una
esquina, el morisco aragonés departe amigablemente con Cayetano Ripoll. Llama la
atención su larga túnica ajustada a la cintura por un ceñidor, su rodete en la
cabeza y también sus babuchas. Alí Al
Baari escucha atentamente con
expresión de asombro cuando el valenciano le cuenta su historia. Pensaba
posiblemente que su pueblo y, en general, los no cristianos eran los únicos en
ser perseguidos. Comprueba ahora que también son los propios cristianos los que
sufrieron los rigores del fanatismo y la intransigencia de los que se creían
dueños y señores absolutos de la verdad.
Espronceda
Poco a
poco han ido entrando en la sala y ocupando su sitio, uno a uno, muchos de los
personajes que aparecen en el libro. Una veintena, aproximadamente. La sala es
amplia, rectangular, una especie de camarote de grandes proporciones, con una
decoración minimalista a base de cuatro o cinco tiestos de plantas artificiales
repartidos estratégicamente, un breve toque de color que contrasta con la
inmaculada y metálica blancura de las paredes. En ellas, se abren en su parte superior unos tragaluces
o claraboyas por los que entra, atenuada, la luz de lo que parece ser una
hermosa mañana de primavera. En el centro de la habitación hay una mesa larga
de esas de reuniones, y en torno a ella se han ido sentando los invitados según
iban llegando.
Fragmentos del epílogo de "En la frontera", un pdf de descarga gratuita.