Supongo que cada uno tenemos medidas nuestras fuerzas, nuestras capacidades, nuestras habilidades, o estamos en proceso de ello. Supongo que somos conscientes de nuestras competencias (recuerdo eso de ser conscientemente competente, conscientemente incompetente, inconscientemente competente y, por último, inconscientemente incompetente). Sabes que sabes o sabes que no sabes, o no sabes que sabes o no sabes que no sabes.
Por ejemplo, yo sé aparcar la moto. Saber aparcar la moto no te garantiza aparcar la moto sin problemas. Yo, que sé aparcar la moto, ayer mismo me desgarré el brazo para evitar una caída a cero por hora. Ser conscientemente competente no te garantiza éxito, no asegura tener buenos resultados. Ser conscientemente competente no significa nada.
Yo no sé rodar sobre un camino de tierra y grava. Lo sé porque lo sé. La Cabezota no tiene las ruedas adecuadas para ello y los neumáticos resbalan en el momento en el que aceleras demasiado, o frenas demasiado, o te inclinas demasiado. Sin embargo, aun no sabiendo rodar sobre un camino sin asfaltar, ayer hicimos los veinte kilómetros que hay entre Cantalojas y Majaelrayo. Es decir, ayer tuve éxito al hacer algo que no sé hacer. Digo éxito porque en todo el trayecto no me caí y controlé el único derrape reseñable, y todo eso lo hice en sesenta minutos, por lo que podemos considerar que fue algo exitoso. Es decir, ser conscientemente incompetente no te garantiza hacer las cosas mal, no te asegura tener un mal resultado. Ser conscientemente incompetente no significa nada.
Ir borracho de curvas. Esa es la sensación que se me puso en los puños al salir de Majaelrayo. Tras toda esa hora de baile del salón más hermoso del mundo y tras volver al asfalto, con una carga de adrenalina que derramaba por la carretera, hice todo el trayecto de vuelta ebrio del vino de la inconsciencia que me hacía entrar en las curvas como jamás pensé que se podrían tomar. Eso no significa que estuve superando los límite legales sino algo mucho más grave. Me daba la sensación de que estaba superando mis propios límites. Es decir, ser inconscientemente competente no me asegura ni hacer las cosas bien ni hacer las cosas mal porque lo que realmente ocurre es no me conozco lo suficiente, no sé hasta dónde soy capaz de llegar en circunstancias difíciles o de presión.
¿A qué santo viene todo esto?, se preguntará el lector. Pues todo esto viene a la experiencia (no sé si decir brutal) que vivimos ayer Proclive, Fendetestas y yo mismo. Lo que iba a ser una bonita ruta se convirtió en una ruta de tres pares de cojones. Lo que iba a ser un paseo de todo el día, se convirtió en un auténtico happening. Un día sobre la tierra de colores. Desde la tierra parda de La Campiña a la tierra roja tras Cogolludo, y todo por ir al Alto Rey. El Alto Rey ya era nuestro, que lo conquistamos hace meses, pero queríamos dar una vuelta por aquellos pagos. Y como no teníamos ninguna prisa, decidimos interesarnos por la bodega Río Negro, esa que está al poco de pasar Cogolludo. Accedimos a la finca y estuvimos un rato, pero preferimos no molestar y nos dimos por contentos en aquel precioso lugar.
Tras abandonar el recinto de la bodega y tras pasar la rotonda de Veguillas, bajo el Embalse de Alcorlo, encaramos hacia Semillas, que está en los flecos del faldón del traje del Alto Rey. Allí había dos posibilidades: la posibilidad singular (La Nave de Jadraque, que da paso al bosque más encantado de la provincia de Guadalajara) y la posibilidad plural (Las Navas de Jadraque, que da paso al barranco del río Cristóbal). Y como éramos tres nos fuimos por lo plural. Tras el paso de Bustares llegamos al Alto Rey, que estaba todo soleado. La vista infinita, el olor suave, el tacto rudo, el murmullo del aire y el gusto por la belleza.
La idea inicial era llegar hasta Santa Coloma de Albendiego, igual de templaria que el Monte Santo, y luego circular hasta el argentino pueblo para despacharnos unas bravas, pero resultó que tras visitar Santa Coloma y encontrar un templo realmente singular, dijimos de abandonar la plateada idea y largarnos a la muralla china de Guadalajara. Nos estábamos viniendo arriba. Por cierto, he buscado en La leyenda dorada, de Santiago de la Vorágine (tengo un ejemplar en dos volúmenes guardados como oro en paño) la historia de Santa Coloma, y encuentro que hay dos: una de origen francés del siglo III y otra de origen cordobés del siglo IX.
Pusimos morros hacia Condemios de Arriba, pueblo en el que encontramos condumio para nosotros y para las motos. Una vez acabadas las existencias de cafeína que se guardaban en las reservas (grandes y pequeñas) del pueblo nos fuimos hasta Cantalojas, que fue donde empezó todo. Ahí fue donde tuvimos que poner sobre la mesa tres pares de cojones. Y estuvieron sobre la mesa cuando hicimos la muralla y cuando pasamos por el puerto de La Hiruela y cuando circulamos entre las vacas y cuando se me cruzaron dos corzos del tamaño de La Montón y cuando se puso a llover y cuando bajó diez grados la temperatura.