Revista Literatura
Lo que les voy a contar no me llegó por vía de nadie. Fui atónito testigo de todo lo que ocurrió. Al principio me pareció que era una broma, un truco. Pero no. Era todo real y sucedía ante mis ojos. Yo no lo conocía. Compartíamos un recorrido ocasional. Un grupo bastante heterogéneo. Estaba a punto de descubrir que era mucho más heterogéneo de lo que suponía. Esta persona a la que me refiero, de golpe, detectó a su inocente y descuidada víctima potencial. Se acercó displicentemente y con una frialdad pasmosa, tomó a ese pobre ser vivo y le arrancó la vida sin miramientos. Así, cruel y desalmado como suena. Pensé que ante semejante alarde de salvajismo y teniendo a todos los demás por testigos, le iba a resultar suficiente. Pensé (iluso de mí) que ahí concluía su sadismo. Qué equivocado estaba! De haber previsto lo que ocurriría, hubiese tratado de detenerlo. O de huir para no llevar conmigo de por vida las imágenes que estaba a punto de observar. Sin esperar que termine de escurrírsele la vida, este salvaje clavo descarnadamente su cuchillo, desgarrándole el cuerpo y antes de que podamos reaccionar comenzó a morder los pedazos que había cortado. De su boca chorreaba el vital líquido que manchaba, como una marca de culpabilidad, su cara y su camisa. Crudo y aun tibio, mordía, desgarraba y masticaba con cara de satisfacción. Sin preocuparse por su víctima ocasional que, a su vista, no tenía ni derecho a la vida ni era merecedor de su cuidado o respeto. Hay gente así para la cual, algunos seres vivos son simplemente una herramienta para su supervivencia y una vía para desarrollar su sadismo. No puedo borrar esas imágenes de mi mente. Comprenderán que después de semejante acto de barbarie, mis hábitos alimentarios se vieron modificados. Hoy, por más que haya pasado mucho tiempo, no puedo olvidar lo ocurrido y cada vez que veo una verdura o una fruta, vuelvo a ver la cara de ese salvaje que arrancó un durazno del árbol y ahí nomás lo cortó y lo comió.
Nosotros, los omnívoros, por lo menos cocinamos la carne, no la comemos sin dejar que la vida termine de escurrirse de su cuerpo como hizo ese… ese... cómo llamarlo? Iba a decir “vegetariano” pero no quiero ofender. Creo que el nombre políticamente correcto es “persona con capacidades gastronómicas especiales”. Foto: Flirting with disaster by emdot