Revista Cultura y Ocio

Una serie de catastróficas desdichas II

Publicado el 11 enero 2015 por Debarbasyboinas @DeBarbasYBoinas

Como os iba contando, me ocurrieron una serie de catastróficas desdichas. Después de sentirme un objeto por primera vez en mi vida, me cabreé. Total, que la chica estirada me había tocado la moral. Así que me puse a flirtear a lo bestia con la otra chica. Por supuesto, intentaba hacerlo de manera que la chica estirada siempre se diera cuenta. Soy un cabrón. En fin, un par de días más tarde, otro de estos nuevos amigos decidió hacer una comida en su piso. Esta vez, prevenido como estaba, le dije a mi madre que no sabía cuándo volvería, e hice bien, porque me quedé día y medio. Después de comer estábamos animados y nos dijimos: ¡Vamos a dar un paseo! Total que cogimos los coches y visitamos un precioso faro y unos acantilados que daban vértigo.
Y una bodega. Aquí empieza lo malo. Compramos vino, volvimos al piso y lo abrimos. Ya sabéis eso de que el alcohol afloja la lengua. Pues me enteré, de que el chico que había organizado la comida y su compañero de piso, no eran amigos, si no novios. No sé por qué, pero me entró la vena tontorrona. Me sorprendió mucho, no me lo esperaba. Nos acabamos el vino y sin cenar ni nada, decidimos salir de fiesta. De camino a los pubs yo iba comiéndome las uñas pensando: ¿Si él es gay, cómo se que no lo soy yo?
Además, eso se me junto con lo de que la chica estirada solo me quería para el vicio y la otra lo único que hacía conmigo era coquetear. Al final pasó, como siempre, lo que tenía que pasar.
Yo estaba apoyado en la barra de una discoteca, tambaleándome tras los tres chupitos de licor tostada que me acababa de tomar. De pronto, surgido de la nada, apareció un chico bajito, con una larguísima barba puntiaguda teñida de rojo. Empezó a coquetear conmigo y yo me dije: ¿Por qué no?
Lo empujé hasta una esquina y nos empezamos a besar. Me agaché, le agarre el culo. Entonces él me dio la vuelta, de manera que quedé con la espalda apoyada en la esquina. Pude ver entonces como se acercaban a mí las dos chicas en discordia. Cada una se acercaba desde un punto distinto. Tenían fuego pintado en los ojos y nada se interponía en su camino. Llegaron hasta nosotros, agarraron al pobre barbarroja de la camisa y lo apartaron a un lado. Entonces llegaron las bofetadas. Plas, plas. Primero la mejilla derecha y luego la izquierda. Empezaron a gritar y yo no conseguía entenderlas. Se giraron y se empezaron a gritar entre ellas. Luego se pusieron a llorar y se abrazaron. Lo último que me dijeron fue: ¡Lárgate de aquí cabrón!
No he vuelto a saber nada de ellas. Nunca más me llamaron. A día de hoy, tantos meses después sigo sin entender lo que ocurrió. Yo no tenía nada con ninguna de ellas. Supongo que esto es lo que les pasa a los chicos cuando se meten entre dos amigas del alma.
Por increíble que parezca, desde que conocí a esa gente, hasta que me llevé esas bofetadas solo pasaron dos semanas. Dos semanas de catastróficas desdichas y de nuevo solo y aburrido, como siempre.

Orson López


Una serie de catastróficas desdichas II
Una serie de catastróficas desdichas II

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