Revista Cultura y Ocio

Una teoría de la soledad

Por Calvodemora
Una teoría de la soledad
Hay días mal abotonados al alma. Días de vértigo y de óxido muy pulcro. Son los días de la disidencia. En los que uno no se encuentra ni siquiera la voluntad de encontrarse en un desamparo absoluto. Porque el que está perdido posee, al menos, la certeza de su desquicio y se mueve en un mapa íntimo, uno que ha estado dibujando pacientemente. No sabemos si al final ese plano minucioso construye las líneas de su cara, pero hay quien sostiene que en realidad lo único que hacemos en esta vida es irnos encontrando, zafándonos de los gestos inútiles, lampando porque alguien se nos acerca y nos guíe  en la oscuridad. En cierto modo los días del vértigo y los días del óxido hacen que seamos lo que en verdad somos. Los otros, los felices, los días de la luz en el alféizar del alma, poseen un valor menor. Se los aprecia por lo insólitos que son, pero el intérprete de nuestra trama se siente más a gusto bajo la lluvia, fatigando las calles, pulsando las cuerdas de su tristeza. Luego vuelve a casa, enciende el brasero bajo la cómplice mesa camilla, mira los muebles del salón y recuerda cómo fue comprado cada uno y el mimo con que los dispuso. Los recuerdos, por ahí adentro, también cosas que uno compra y que distribuye después con mimo. Por eso el hombre, después de haber estado bajo la lluvia, ha cogido un bolígrafo, un triste bolígrafo al que nunca había prestado atención, y está escribiendo en una hoja improvisada el relato sencillo de lo que está sintiendo. Los días mal abotonados. El vértigo. Toda ese óxido de una limpieza escandalosa. Y se siente solo de una manera brutal y sabe que quizá, al tiempo que escribe, encuentre un modo de volver a casa.

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