“Ñ” publicó un reportaje a José Schavelzon, oncólogo y psicólogo argentino, autor de una interesante teoría sobre la muerte de Freud. El padre del psicoanálisis, según Schavelzon, no murió por un cáncer sino por mala praxis profesional. Seleccionamos algunos párrafos del reportaje, con los principales argumentos de Shavelzon para sostener su tesis.
Freud no tenía cáncer. Su enfermedad no tuvo una evolución sensata, razonable. Nunca tuvo un ganglio en el cuello. Por eso era necesario conseguir las biopsias para saber qué tuvo.
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Fue un trabajo difícil, pero Schavelzon consiguió copias de las biopsias del Hospital Curie de París y del Allgemeines Krankenhaus de Viena, donde Freud se atendió. “Había mucha oposición porque alrededor de Freud en Europa hay un halo misterioso para salvaguardar su vida privada. Pero al final aparecieron, yo las tengo”, dice con un dejo de orgullo. Había pasado la Guerra y casi medio siglo, pero allí estaban.
Imágenes de los preparados histológicos, trozos de tejidos correspondientes a biopsias efectuadas entre el 10 de julio 1927 y febrero de 1939 y sus respectivos informes histopatológicos se reproducen en este libro que excede el enfoque médico, histórico y psicoanalítico, y al que vale la pena leer como una novela.
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Ud. cree que Freud no tanía cáncer, sino un carcinoma verrugoso de Ackerman...
Claro, es un tipo de lesión que no se conocía en la época y que desde 1915, 16, 17, despertó muchísimas dudas. En el curso de los años aparecieron muchos tumores de este tipo. No es un cáncer en el sentido tradicional, convencional. Es una lesión benigna. Se hubiera ahorrado mucho sufrimiento con una extracción local pero se hizo operar por un cirujano muy desprestigiado de Viena (Max Schur), que le hizo una operación parcial, le dejó la herida abierta, y cicatrizó muy mal. Ahí empezó una secuencia de lesiones en la boca, sobre el paladar y la rama ontante del maxilar del lado izquierdo del inferior.
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Ocurre que lo trataron de una forma monstruosa para los conocimientos de la época, porque ya se conocía el efecto biológico de las radiaciones, y lo re–irradiaron 11 veces en 10 años, le hicieron radioterapia externa. El tratamiento empezó en 1923 y se cumplió el plazo que exigen los biólogos para que las radiaciones actúen como cancerígenas. Y lo que era una lesión benigna en 1923 se transformó en una lesión maligna de veras, así lo indican las biopsias. En 1933 empezó a evolucionar la lesión cancerígena “legítima” y cuando él se mudó a Inglaterra escapando de los nazis se perforó la mejilla por radionecrosis, por exceso de radiación. Lo irradiaron salvajemente.
A partir de 1925, ya no hay fotos de Freud que muestren su mejilla derecha. Los rayos la habían teñido, mutilado. “Esa perforación es lo que probablemente ayudó a su muerte porque no podía comer, se le salía la comida y –además– la radionecrosis que produce el exceso de radiación deja un olor a podrido tremendo. En Londres tuvieron que ponerle un mosquitero en la cama donde hacía reposo. Al final, su perrita lo rechazó y él mismo diagnosticó: ´Esto significa mi muerte´. Y murió el día siguiente”, relata Schavelzon.
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Freud cambió de médicos y ató su suerte a ellos. Del inexperto Félix Deutsch al carnicero Markus Hajek y al biógrafo Max Schur –culpable según Schavelzon, del “desastre fundamental”–, pasando por los cuidados de Hans Pichler, para terminar con Wilfred Trotter. “Freud necesitaba tener una experiencia de muerte, la pide, su conducta es una agresión contra sí mismo”, sentencia.
En esos años produce algunos de sus libros más memorables como “El malestar en la cultura”...
Se producen en el post–operatorio alejado de todas esas operaciones. Creo que hay una conexión entre la patología, las operaciones que le hacen, y su obra.
Reportaje de Guido Carelli Lynch a José Schavelzon
(ñ, 19.06.12)