Revista Coaching

Una ventana rota

Por Candreu
Una ventana rota
Esta semana además de tener otro puñado de sesiones, viajes y demás ha sido sobre todo la semana de inicio del curso. Alvaro a 5º, Leyre a 4º, Marta a 3º de Primaria, Almudena a 3º de Infantil, Mariola a 2º y Alicia a dar matemáticas a chicos y chicas de ESO y Bachillerato. Uniformes, mochilas y fiambreras en perfecto estado de revista están otra vez en activo.
En Sevilla he compartido horas de trabajo con Carlos Rodríguez Lluesma en Jiménez Maña, una fantástica y simpática empresa familiar andaluza. Por la noche, disfrutamos de unas copas en uno de los lugares más espectaculares de la ciudad, la terraza del hotel EME desde la que casi se toca la Giralda.
Carlos R. Lluesma antes de recabar en el IESE estuvo haciendo su doctorado en la Universidad de Stanford y al respecto del comienzo de curso me contó un experimento que en 1969 hizo el profesor Phillip Zimbardo.
Phillip dejó dos automóviles abandonados en la calle. Eran idénticos: misma marca, mismo modelo, mismo año, mismo color... Uno lo dejó en el corazón del Bronx, en la zona más conflictiva y pobre de Nueva York, y el otro en Palo Alto, una tranquila y adinerada zona del norte de California.
El coche abandonado en el Bronx tardó poco en ser desguazado. El segundo día ya le habían robado las ruedas, el motor, los asientos, etc. Se llevaron todo lo que podía aprovecharse, y lo demás pronto fue víctima del vandalismo: reventaron sus cristales a pedradas, golpearon sus puertas, arrancaron su maletero... Mientras tanto el coche abandonado en Palo Alto se mantenía intacto.
A simple vista sería muy fácil atribuir este resultado al barrio en el que se dejó aparcado el coche. Pero Phillip no dejó ahí el experimento. La cuarta noche se acercó al coche de Palo Alto y le rompió uno de los pequeños cristales triangulares de una de las puertas traseras. El resultado de aquella ventana rota fue, sorprendentemente, muy similar al del Bronx: el vehículo fue expoliado por completo en dos días, víctima del robo y el vandalismo, que lo redujeron al mismo estado en que quedó el otro.
A partir de ahí otros profesores (James Q. Wilson y George Kelling) desarrollaron la “Teoría de la Ventana Rota”, que demostraba que los delitos aumentaban en las zonas de mayor descuido, suciedad, desorden o maltrato material. Si se rompe el cristal de una ventana en un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás cristales. Si se cometen pequeñas faltas y no son sancionadas, pronto aparecerán faltas mayores. Si se permiten actitudes de falta de respeto como algo normal en los niños, su patrón de desarrollo será cada vez de mayor violencia.
En la educación de los más pequeños (y por supuesto también en la de los mayores), por supuesto sin imposiciones autoritarias, se han de cuidar especialmente el orden material, el respeto al adulto, la consideración con el más débil o desfavorecido, las sencillas normas de urbanidad, el modo de vestir y de comportarse, la puntualidad... Y es que no son sólo simples cuestiones externas o formalidades. Son detalles pequeños que constituyen y modelan todo un modo de ser y de hacer.
¿Somos ejemplo para nuestros hijos, como cuidadores en nosotros mismos de todos esos pequeños detalles que les ayudaran a evitar los riesgos de la "Teoría de la Ventana Rota"?

Volver a la Portada de Logo Paperblog