
Giulia Rosa.
Queremos convencernos de que es posible el bien querer. La semana de los muertos, la que cambian la hora, la que ordenamos el armario. Nos ponemos ropa de abrigo, sacamos la manta y encendemos velas porque parece que caliente más, a falta de chimenea. Porque "las cosas son inevitables cuando acaba el frío" escribió Alba Flores Robla en Autorregalo, así que, tal vez, su llegada consiga que todo se aserene. Apuntó Edurne Portela, también, en Formas de estar lejos que la nieve “hace que la realidad se suavice, que los contornos se difuminen, que se pierdan los ángulos. Crea una versión particular del silencio. La nieve protege. La nieve es una forma de estar lejos.” El frío exige el resguardo, el calor, aquel que nos permita escondernos, estar lejos. Esperaremos, siempre, no tener que llegar a la mortaja, al velatorio, a los ojos cerrados. Esperaremos, siempre, que nuestros alfiles, reyes, reinas, torres; sepan consolarnos cuando aún estén a tiempo. Cuando llegue el frío y ellos nos protejan como la nieve. Porque sabemos, como dijo Lara Moreno en Tuve una jaula, que “… todo final es una herida. Toda cicatriz guarda un secreto.” Que la recién estrenada oscuridad a media tarde, que la calefacción ya en marcha, que la nariz fría, que los pies helados, son síntomas de auxilio. Y ellos, los nuestros, tal vez puedan calmar la cicatriz, la neutralicen, la congelen… y nos escuchen cuando aún no tengamos la boca pegada.