Leer fue para Teresa una pasión desde la infancia, cuando devoraba vidas de santos, o novelas de caballerías que la invitaban a soñar con amor y heroicidades. Luego, ya en su camino de madurez espiritual, los libros fueron maestros para ella, a falta de un acompañante que entendiera su alma. En un momento crítico como fue el de la publicación del Índice de Libros Prohibidos, Cristo se convertiría para ella en Libro vivo, pero no por eso desechó la lectura. Como madre fundadora, la inculcó siempre a sus hijas y la dejó estipulada en las Constituciones, insistiendo a las prioras que tuvieran siempre buenos libros en el convento, a los que consideraba tan necesarios para el alma “como el comer para el cuerpo”.
Uno de los autores que recomienda es el dominico Luis de Granada, coetáneo suyo, a quien, en una carta, le expresa su admiración en estos términos:
«De las muchas personas que aman en el Señor a vuestra paternidad por haber escrito tan santa y provechosa doctrina, y dan gracias a Su Majestad, y por haberla dado a vuestra paternidad para tan grande y universal bien de las almas, soy yo una»[1].
Precisamente, como ha puesto de relieve Bárbara Mújica[2], entre los mil detalles de la vida cotidiana que encontramos en el epistolario de la Madre, asoman, de vez en cuando, referencias a la lectura, a los libros.
En una de las cartas a su confesor Jerónimo Gracián, le relata cómo estuvo la noche anterior enfrascada en una de sus lecturas preferidas –la Sagrada Escritura–y concretamente, el libro del Éxodo. Obsérvese cómo recalca su disfrute, y cómo conecta lo leído con lo vivido por el carmelita amigo:
«Anoche estaba leyendo la historia de Moisés y los trabajos que daba a aquel rey con aquellas plagas y a todo el reino, y cómo nunca tocaron en él; que en forma me espanta y alegra ver que, cuando el Señor quiere, no hay nadie poderoso de dañar. Gusté de ver lo del mar Bermejo, acordándome cuán menos es lo que pedimos. Gustaba de ver aquel santo en aquellas contiendas por mandato de Dios. Alegrábame de ver a mi Eliseo [Gracián] en lo mismo; ofrecíale de nuevo a Dios»[3].
En el refectorio, las monjas comen en silencio, mientras una de las hermanas lee en voz alta. De una de esas lecturas, extrae la Madre este dato, que aporta en una carta a María de San José:
«Estos días leíamos aquí de un monasterio de nuestra Orden adonde era monja santa Eufrasia , y tenían en él así una como esa hermana, y sola a la santa se sujetaba, y en fin la sanó»[4].
Escribiendo a la dama toledana doña luisa de la Cerda, fundadora del convento de Malagón, que ha experimentado el dolor de la temprana muerte de su hijo mayor, Teresa recurre a su memoria y ofrece a su amiga estas palabras de consuelo:
«Una vez leí en un libro que el premio de los trabajos es el amor de Dios. Por tan precioso precio, ¿quién no los amará?»[5].
Y, dirigiéndose en otra ocasión también al P. Gracián, le advierte:
«Dice un libro que yo leí que, si dejamos a Dios cuando Él nos quiere, que cuando le queramos no le hallaremos»[6].
Como puede verse, Teresa se apoya en sus lecturas para afianzar mensajes espirituales, recurriendo así al argumento de autoridad, aunque no concrete de qué libro se trata (posiblemente no lo recuerde).
También recomienda la lectura como modo de entender y discernir las experiencias espirituales. A su hermano Lorenzo, al que acompañaba en su camino de fe, le recomienda leer su libro Camino de perfección, que circulaba manuscrito, pues no se editaría hasta después de la muerte de su autora:
«Lo que digo está en el libro, es en el del “Paternoster”. Allí hallará vuestra merced harto de la oración que tiene, aunque no tan a la larga como está en el otro. Paréceme está en “Adveniat regnum tuum”. Tórnele vuestra merced a leer, al menos el “Paternóster”; quizá hallará algo que le satisfaga»[7].
En otro momento, expresa su deseo de que ese libro llegue a determinadas personas amigas, interesadas en él, para que puedan aprovecharse de sus enseñanzas, y para dar a conocer el modo la vida y carisma de las carmelitas descalzas. En este caso, se lamenta de no disponer de él:
«¡Oh, cómo quisiera enviar mi librillo al santo prior de las Cuevas, que me le envía a pedir!; y es tanto lo que se le debe que quisiera darle este contento, y aun a Garciálvarez no hiciera daño que viera nuestro proceder, y harto, de nuestra oración, y si el librillo estuviera allá, lo hiciera; pues no hay en qué servir a ese santo tanto como se le debe sino en hacer lo que pide. Quizá se hará algún día»[8].
Precisamente, para salvar esa dificultad, Teresa quería mandar imprimir ese su segundo libro. En carta a D, Teutonio de Braganza, encontramos referencia a este tema, ya que el obispo de Évora estaba interesado en darlo a la imprenta, como finalmente hará, aunque será ya muerta la Madre. Observamos también cómo se preocupa de adjuntar un opúsculo sobre la vida de S. Alberto, que había pedido que tradujera del latín el dominico Diego de Yanguas, ya que ni ella ni sus monjas (quitando casos aislados) sabían latín:
«La semana pasada escribí a vuestra señoría largo y le envié el librillo, y así no lo seré en esta, porque solo es por habérseme olvidado de suplicar a vuestra señoría que la vida de nuestro padre San Alberto, que va en un cuadernillo en el mismo libro, la mandase vuestra señoría imprimir con él, porque será gran consuelo para todas nosotras, porque no la hay sino en latín, de donde la sacó un padre de la orden de santo Domingo por amor de mí, de los buenos letrados que por acá hay y harto siervo de Dios, aunque él no pensó se había de imprimir, porque no tiene licencia de su provincial ni la pidió, mas mandándolo vuestra señoría y contentándole, poco debe de importar esto»[9].
No faltan referencias a otros libros escritos por ella. Así, por ejemplo, sobre el Libro de la Vida hay toda una serie de cartas dirigidas a doña Luisa de la Cerda, de viaje por Andalucía, en las que le pide que haga llegar el libro, entregado por Teresa para este fin, al Maestro Juan de Ávila, a fin de que lo examine y emita un dictamen. La dama toledana lo va retardando, y Teresa, preocupada por si su confesor, el dominico Domingo Báñez, descubre el «hurto»[10] (la ausencia del libro en la comunidad), no deja de apremiarla hasta que, finalmente, logra su objetivo:
«Lo del libro trae vuestra señoría tan bien negociado que no puede ser mejor, y así olvido cuantas rabias me ha hecho. El maestro Ávila me escribe largo, y le contenta todo; solo dice que es menester declarar más unas cosas y mudar los vocablos de otras, que esto es fácil. Buena obra ha hecho vuestra señoría; el Señor se lo pagará»[11].
Encontramos referencias a Vida en otros momentos, como cuando, ya en poder de la Inquisición, Teresa busca hacerse con una copia con idea de continuarlo, ampliando las experiencias ahí relatadas con otras vivencias espirituales habidas con posterioridad:
«Al obispo envié a pedir el libro, porque quizá se me antojará de acabarle con lo que después me ha dado el Señor, que se podría hacer otro y grande, y si el Señor quiere acertase a decir; y si no, poco se pierde»[12].
Este proyecto desembocaría en el Castillo Interior, libro que también aflora en distintos momentos en las Cartas. Teresa se siente especialmente satisfecha de esta obra terminada. En esta ocasión, dirigiéndose a Gaspar de Salazar, utiliza términos en clave para referirse a esta obra, y la compara con el Libro de la Vida:
«Sábese cierto que está en poder del mismo aquella joya y aun la loa mucho, y así hasta que se canse de ella no la dará, que él dijo se la miraba de propósito. Que si viniese acá el Sr. Carrillo dice que vería otra que -a lo que se puede entender- le hace muchas ventajas; porque no trata de cosa, sino de lo que es El y con más delicados esmaltes y labores; porque dice que no sabía tanto el platero que la hizo entonces y es el oro de más subidos quilates, aunque no tan al descubierto van las piedras como acullá. Hízose por mandado del vidriero, y parécese bien, a lo que dicen»[13].
Al P. Rodrigo Álvarez le dejará leer parte de este libro (la séptima morada) con mucha precaución (no es vano, ya tenía la Madre un libro en poder de la Inquisición). Así instruye a María de San José:
«…Si a vuestra reverencia le parece, pues nuestro padre me dijo había dejado allá un libro de mi letra (que a usadas que no está vuestra reverencia por leerle), cuando vaya allá, debajo de confesión (que así lo pide él con harto comedimiento), para sola vuestra reverencia y él léale la postrera morada, y dígale que en aquel punto llegó a aquella persona y con aquella paz que ahí va, y así se va con vida harto descansada, y que grandes letrados dicen que va bien. Si no fuere leído ahí, en ninguna manera le dé allá, que podría suceder algo»[14].
Paradójicamente, el Libro de la Vida, secuestrado años atrás por el Santo Oficio, y, en teoría, retenidas todas sus copias, sigue en circulación. Teresa lo deja leer al doctor Castro y Nero, al que le causa un gran impacto. Así le escribe ella, tras recibir sus confidencias:
«¡Qué cosa es la misericordia de Dios!, que mis maldades han hecho bien a vuestra merced, y con razón, pues me ve fuera del infierno que ha mucho que tengo bien merecido, y así intitulé ese libro “De las misericordias de Dios”[15]».
En las cartas, podemos comprobar cómo los libros circulaban por los monasterios. Se piden, se regalan, se esperan, se envían. Escribe Teresa a Tomasina Bautista:
«Mire que no estaré más aquí, a lo que me parece, de hasta nuestra Señora y que han de venir los libros a tiempo a la priora de Palencia, que le haya para enviármelos»[16].
Teresa agradece a su amigo y colaborar Antonio Gaytán el envío de un libro que le interesa:
«Jesús sea con vuestra merced, y páguele la limosna del libro, que está muy a mi propósito»[17].
Y no solo agradece los libros que ella recibe, sino que expresa también su alegría por los que les llegan a sus monjas. Así se aprecia en esta carta a la priora de Sevilla, comunidad muy vinculada por distintas razones a su hermano Lorenzo:
«…mi hermano […] es cosa extraña lo que las quiere, y a mí se me ha pegado. También me he holgado de los libros que les ha enviado»[18].
Basten estas muestras para dejar entrever cómo Teresa de Jesús estuvo vinculada a los libros a lo largo de toda su vida, y cómo transmitió esa afición, imprescindible para una formación sólida, a sus hermanas carmelitas.
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[1] A fray Luis de Granada, en Lisboa, Beas, mayo 1575
[2] Cf. MUJICA, Barbara, Teresa de Avila. Lettered Woman, Nashville: Vanderbilt University Press, 2009.
[3] Al padre Jerónimo Gracián, en Sevilla, Toledo, 5 octubre 1576
[4] A la M. María de San José, en Sevilla, Ávila, 4 de junio 1578
[5] A doña Luisa de la Cerda, en Paracuellos, Ávila, 7 noviembre 1571
[6] Al padre Jerónimo Gracián, Ávila, diciembre 1577 (?).526
[7] A don Lorenzo de Cepeda, en Ávila, Toledo, 2 enero 1577
[8] A la M. María de San José, en Sevilla, Toledo, 9 de abril 1577
[9] A don Teutonio de Braganza, en Évora, Valladolid, 22 julio 1579
[10] A doña Luisa de la Cerda, en Antequera, Ávila, 23 junio 1568
[11] A doña Luisa de la Cerda, en Toledo, Valladolid, 2 noviembre 1568
[12] A don Lorenzo de Cepeda, en Ávila, Toledo, 17 enero 1577
[13] Al padre Gaspar de Salazar, en Granada, Ávila, 7 diciembre 1577
[14] A la M. María de San José, en Sevilla, Ávila, 8 noviembre 1581
[15] A don Pedro de Castro y Nero, en Ávila Ávila, 19 noviembre 1581
[16] A la Madre Tomasina Bautista, en Burgos, Valladolid, 27 agosto 1582
[17] A Antonio Gaytán, en Alba. Últimos meses 1574 (?)
[18] A la M. María de San José, en Sevilla, Toledo, 11 julio 1576
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