(Cuento. Segunda parte y final)
(viene de aquí)
La primera vez que conseguí ese control, esa capacidad para dirigir el sueño según mi voluntad, sólo pude modificar un instante, un detalle mínimo, pero la sensación fue extraordinaria. Desperté maravillado por la experiencia y deseando volver a tener otro sueño de esa clase, otro sueño cuyo desarrollo pudiera yo determinar, como el escritor que decide los pasos y el destino de sus personajes.
En las noches siguientes seguí probando mis habilidades, que seguían evolucionando y mejorando.¿Imaginas cuál fue el siguiente paso? Descubrí que no sólo podía dirigir un sueño espontáneo, sino que podía soñar lo que quisiera. Que podía elegir qué soñar y con quién.
Y todas las noches elegía soñar contigo.
En la vida cotidiana yo no era más que un monigote llevado de acá para allá por las manos invisibles de las circunstancias. Pero en el mundo de mis sueños mandaba yo. En mis sueños podía hacer realidad lo que en la realidad no eran más que sueños. Era como diseñar una existencia a mi capricho. Por eso la vida que tenía cuando estaba despierto se me iba haciendo cada vez más insoportable. Ya no me interesaba nada, porque nada podía compararse a mis sueños.
Un día, al despertarme por la mañana, pensé que si podía soñar lo que quisiera y conducir el sueño a mi antojo, tal vez también podría reanudar un sueño, continuarlo donde hubiera quedado interrumpido al despertar.
Al cabo de unos días comprobé que eso también me era posible.
Le conté a Simó todo lo que estaba consiguiendo, y entonces él, con preocupación, dijo que me estaba obsesionando con los sueños, con las posibilidades que creía estar descubriendo, y que temía que todo eso me afectara de manera peligrosa. Le dije que la realidad me parecía mucho más peligrosa que los sueños, pero él insistió y me aconsejó que pasara más tiempo con los amigos, que buscara nuevos alicientes y que sólo durmiera para descansar; que ignorara los sueños, porque podrían llevarme a la locura, a no poder distinguir la realidad de la fantasía.Le agradecí su desvelo, claro está, pero yo sabía que su temor no tenía fundamento. Qué podía haber de malo en los sueños si me permitían tener una vida perfecta, una vida contigo.Por eso, a pesar de sus advertencias, yo seguí soñando, perfeccionando mi capacidad. Y así finalmente conseguí lo único que me faltaba: prolongar un sueño tanto como quisiera, hasta llegar, ya lo ves, a vivir en él de forma permanente, sin tener que despertar.
***
Alfredo Simó se sentó ante su escritorio y abrió el diario en el que meses atrás empezó a registrar la evolución del caso de Daniel.Durante ese tiempo Simó había intentado despertarlo en muchas ocasiones, porque pensaba que Daniel, de alguna manera, había quedado atrapado o perdido en un sueño y no podía encontrar el camino de regreso a la vigilia. Su empeño había sido ayudarle a volver.
Pero un día Simó vio la cuestión de manera distinta, no con la mirada del hombre de ciencia sino con la del amigo. Entonces comprendió que la felicidad no tiene rostro ni nombre, sino que se los damos nosotros cuando la hallamos, y que cada uno encuentra su felicidad donde tal vez nadie más la haya encontrado antes.
Simó cerró su diario. Fue a la habitación donde dormía Daniel, y después de comprobar los monitores que velaban por su vida física, salió de la habitación murmurando un «buenas noches» para su amigo.