La Historia es una ciencia social, pero estamos acostumbrados a que las ciencias sean exactas y la Historia pocas veces lo es. A veces ni siquiera es social porque se pierde en números (tal año, tantos caídos en tal guerra, tantas fanegas de grano…). Cuanto más nos alejamos en el tiempo menos exacta es la Historia. Hay muchas formas de ver la Historia y cada época ha tenido la suya. Hay quienes piensan que la Historia es lineal y otros que están convencidos de que es circular; quienes se han ocupado únicamente de los grandes personajes y otros que hablan de la humanidad, de esa “masa social” que jamás será recordada con sus nombres y apellidos. Son muchos los que cuentan los acontecimientos a secas y muchos otros los que hablan de causas y consecuencias.
Imaginemos una persona que escribe un diario. Podríamos decir que sabemos todo sobre su vida, día a día y también, por extensión, de una parte de la historia de su época. Pero en ese diario tendremos la versión de quien escribe, que no siempre concuerda con la realidad. Si dos personas han visto una misma escena es muy difícil que ambos testimonios sean exactamente iguales. Todo está condicionado por su forma de ver las cosas, sus ideas, su educación, la información u opinión que se tenga del hecho. La psicología de esa persona interviene en los recuerdos, los modifica e incluso llega a falsearlos inconscientemente. Lo ideal es tener la versión de ambas partes, compararlas y sacar las conclusiones. No podemos confiar en un solo testimonio, aunque venga del cronista o biógrafo más escrupuloso.
Uno de los personajes históricos que mejor conocemos es Carlos V porque tenemos reseñado y recogido cada uno de los días de su vida, desde qué comió hasta si fue de caza o recibió a alguien en audiencia. ¿Podemos afirmar que lo sabemos todo?
Asombra saber lo que Luis XVI escribió en su diario personal el martes 14 de julio del año 1789:Nada reseñable.
¿Nada? ¿La Toma de la Bastilla no le pareció suficientemente importante al monarca? ¿Se refería a la partida de caza del día? Si no tuviéramos otras fuentes, pensaríamos que ese día no ocurrió nada, sin embargo es la fecha que se toma como comienzo de la Revolución Francesa.A veces la Historia ha sido falseada deliberadamente. Se han dado por verdaderos documentos inexistentes y se han falsificado otros. Dos ejemplos que marcaron definitivamente el curso de los acontecimientos son: la conocida como Donación de Constantino, documento por el que se reconocía al Papa Silvestre I como soberano de Roma y que, ya desde la Edad Media fue tenido por falso, cosa que demostró Lorenzo Valla en 1440; y la bula Papal que necesitaban los futuros Reyes Católicos para contraer matrimonio (ya que eran primos) y que el Papa Paulo II se negó a emitir, pero que apareció en el momento oportuno.La Historia para que sea una ciencia exacta, exacta en la realidad de los hechos de los que trata, necesita una serie de pistas, de testigos, como en un juicio. Tiene mucho de detectivesco, de rompecabezas. De un objeto, de una pisada, de una pintada, hay que reconstruir la realidad. De un testimonio de la persona que estuvo ahí (normalmente un documento) se tiene que extraer lo verdadero, intentar dilucidar qué hay de partidista (por motivos religiosos, políticos, sociales o personales) en el documento. Pero para ello el historiador también debe desprenderse de lo partidista que haya en él. Debe ser objetivo, no tomar partido por nadie, olvidar sus propias inclinaciones políticas o religiosas, sus simpatías hacia tal o cual personaje, sus antipatías hacia otros y extraer la verdad. Es su labor de científico, es su prueba de laboratorio, es su labor de detective, es su misión verdadera. Si, a sabiendas, se deja arrastrar por alguno de estos factores no es un buen historiador si no un contertulio que te dará su opinión, que será tan válida como la de cualquiera y, sin duda, mejor documentada, pero no será la verdad. Aunque para llegar a la verdad hay que estar convencido de que verdad solo hay una.
Se dice de muchas personas que son o serán juzgadas por la Historia, aunque lo cierto es que, en realidad, los jueces son los lectores.