Revista Cultura y Ocio

Una visión de Marte: Bradbury y las “Crónicas marcianas”

Publicado el 17 octubre 2015 por Iván Rodrigo Mendizábal @ivrodrigom

MartianChronicles

Por Iván Rodrigo Mendizábal

Jorge Luis Borges, en el prólogo a Crónicas Marcianas (1950) de Ray Bradbury, señala que el cuento “La tercera expedición” es la más alarmante porque trasunta un cierto horror metafísico. Explica que en dicho cuento prevalece “la incertidumbre sobre la identidad de los huéspedes del capitán John Black, [incertidumbre que] insinúa incómodamente que tampoco sabemos quiénes somos ni como es, para Dios, nuestra cara”.

En efecto, el cuento es un retrato de hasta qué punto una expedición o un viaje, puede suscitar la expectativa de encontrarse con semejantes, aunque luego Bradbury se encarga de hacernos dudar incluso si los muertos con los que los tripulantes que habían viajado a Marte, han debido ser compensados por una segunda vida en un planeta similar a la Tierra, como si se diese la posibilidad de una vida paralela tal como se sugiere en una parte del relato.

El libro de Bradbury es la historia de una posible colonización de Marte, con sus intentos de aterrizar y de asentar colonias humanas en dicho planeta. La idea de que Marte es una especie de gemelo de la Tierra suscita el hecho de que en aquel es posible la vida. Hoy Bradbury podría asombrarse de las noticias científicas que emite con cierta reserva la NASA, más aún cuando recientemente se ha confirmado la existencia de porciones de agua. Pero quizá en su tiempo, Bradbury y la ciencia ficción ya veían la posibilidad de ir a confirmar la existencia de otras formas de vida en planetas tanto cercanos como distantes. La imaginación del ser humano, más todavía de los escritores de ciencia ficción siempre trasciende la mera localidad y el mero problema emergente del día a día.

Crónicas marcianas es un libro importante y aleccionador. Se anticipa al deseo de ir a Marte. La manera de narrar de Bradbury es distante y poética. Si se quiere, nos hace ver la partida y la llegada de los hombres al cuarto planeta; nos hace sentir ese ligero calor y esa pesada soledad que se siente en tierras inhóspitas; nos hace oler la atmósfera arenosa y ese aire que aunque ligeramente enrarecido, es respirable, según declara uno de los personajes de “La tercera expedición” cuando, a su llegada, constatan que el lugar al que arriban es muy parecido o, quizá, es igual a alguna región de EE.UU., incluso con sus casas republicanas, con sus habitantes anclados en el tiempo, con la música de pasadas generaciones. Pero ese deseo, a lo largo del libro, como en el cuento al que me refiero, se ve truncado, se ve atrapado por el mismo aire engañoso que los seres humanos respiran y del cual parecen no darse cuenta. Es el aire de otra forma de cultura, o de otra forma de vida de la cual solo tenemos una idea –si es que la tenemos–, invisible, y a la cual, insisto, la presuponemos como semejante o igual.

En Crónicas marcianas el ser humano al principio hace determinados intentos para conquistar y asentarse en las tierras marcianas. Los primeros intentos son fracasados, pero luego, cuando lo logran, tratan de hacer una réplica de la Tierra, con ese paisaje típicamente americano del medio oeste, mientras en el planeta madre la guerra atómica está estallando. Casi al final, los nuevos “marcianos” pretenden volver y lo hacen hasta dejar los pueblos abandonados y con las hojas de las revistas llevadas al planeta, revoloteando en los ligeros vientos de Marte. Sin embargo, nos damos cuenta que, esa otra forma de vida, la marciana, la real, finalmente no se ha doblegado, no ha sido vencida.

Los seres humanos van a Marte para confirmar lo que en “La tercera expedición”, el tripulante dice: “Es posible que en cada planeta de nuestro sistema solar haya pautas similares de ideas, diagramas de civilización”; es decir, lo que el etnocentrismo manda: la existencia de planetas exteriores es medida con la vara de lo humano. De esta manera, los verdaderos marcianos, esos que sentimos merodean alrededor de las naves, de las casas construidas, de los pueblos poblados por los humanos, son como a seres fantasmagóricos, como seres que son parte del paisaje. Incluso estos seres marcianos son infectados por un virus terrestre –en “Aunque siga brillando la Luna”, otro cuento de Crónicas marcianas–, metáfora de cómo una posible colonización humana terminaría diezmando una cultura quizá más rica y totalmente diferente en valores, en pensamiento, en organización, etc. a la humana.

En “Las langostas”, cuento que ya anticipa que el ser humano va a poblar masivamente Marte, Bradbury asemeja la conquista del planeta con un enjambre de langostas a las hordas de seres humanos que transforman el paisaje marciano. La idea de las langostas simbólicamente se conecta con la destrucción, con la aniquilación. Pienso en las violentas colonizaciones europeas a América y la sistemática eliminación, si no el sometimiento de culturas originarias hasta imponerles modelos de vida y de civilización de las cuales somos producto. En las descripciones que hace Bradbury quizá también se me vienen a la memoria las imágenes de la devastadora colonización de EE.UU. por parte de los colonos ingleses y cómo poco a poco fueron reconfigurando el paisaje norteamericano, haciendo que los pueblos originarios terminen siendo objeto de museos. Bradbury escribe Crónicas marcianas en el que traduce su desencanto por cómo la ambición del ser humano –en su momento, durante la colonización europea, era a nombre de la civilización, Dios y el progreso, entre otras razones–, puede llevar simplemente a menoscabar formas de vida, sin comprenderlas, sin haber dialogado ni siquiera con ellas.

Y ahí está la cuestión que Borges pone de manifiesto: a la final el cuento “La tercera expedición” nos hace preguntarnos quiénes son los seres humanos que se autoproclaman de “conquistadores”, de “aventureros”, de “dominadores”. La paradoja, en el relato, es que ellos encuentran –supuestamente es la estrategia “más inteligente” de los marcianos, quienes les hacen creer a los tripulantes que llegan a una tierra similar a la suya, con las mismas casas, las mismas cosas, las mismas calles– a lo que sus mentes les hacen creer que son sus seres queridos muertos y semejantes. En otras palabras, se encuentran con el propio horror del límite de sus existencias: el ser humano dice que se conoce a sí mismo, pero quizá solo es una ilusión para salir del paso; en otras palabras, nunca ha logrado su propia trascendencia, hecho que si se hubiera dado esto, podría llevar –hasta hoy– a entender las formas de vida que le son próximas, hasta respetarlas.

Crónicas marcianas es, por ello, un libro que encierra la preocupación acerca de la vida humana, acerca de la naturaleza de la humanidad y de eso que a voces se dice y es objeto de risa: ¿El ser humano es realmente un ser inteligente? ¿Puede haber otras formas de vida más inteligentes a las cuales no reconocemos su valor y su posibilidad? Marte parece hablar por si sola: a todas luces es un planeta desolado, pero entre sus entrañas parecen estar otras formas de vida, quizá más antiguas que la humana. Dicho de otro modo, el universo mismo es vivo, donde el ser humano es apenas un grano de arena autosuficiente y autocomplaciente. Como signo de humildad, habría que admirarse primero de la inconmensurabilidad de la vida.


Archivado en: Análisis literario, Cuento, Ensayo, Entradas del autor, Estudios literarios Tagged: Ciencia ficción y filosofía, Colonización espacial, Jorge Luis Borges, Marte
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