Más que escribir de lo que entiendo, a veces me gusta hacerlo sobre lo que se me escapa, sobre lo que me produce perplejidad. A veces, el esfuerzo de plasmar mi desconcierto me ayuda a centrarme un poco. Por lo tanto, no esperéis explicaciones, certidumbres, aclaraciones. Tan solo os pido que os pasméis un momento como me pasmo yo. A veces hace falta pasmarse y no entender nada.
Hoy vamos a ver alguna cosa sobre un artista casi incomprensible y, tal vez por eso mismo, fascinante. Se trata del músico estadounidense John Cage.
John Cage admiraba sin reservas a Marcel Duchamp. Tanto que, por entrar en mayor intimidad con él, le pidió que le enseñara a jugar al ajedrez, cosa que no le interesaba en absoluto, pero a la que por entonces se dedicaba casi en exclusiva el maestro francés, ya completamente desinteresado del arte.
Se hicieron muy amigos, y hablaban de cosas intrascendentes y muy sencillas. Y a menudo ni eso: Se pasaban las tardes jugando al ajedrez sin hablar.
John Cage dijo simultáneamente de Duchamp dos cosas que parecerían contradictorias: Que era el mayor genio viviente y que era el hombre más aburrido del mundo. Pero para él no había contradicción en ello: Él aspiraba al aburrimiento. Aspiraba a revolucionar completamente el mundo occidental sin hacer nada. Era, seguramente, la única forma de aspirar a la revolución definitiva.
Después de hacer varios intentos de abrir la obra musical al espectador, de quitarle la armonía, la melodía, el "argumento", la tensión, etc, creando la música aleatoria y buscando el aburrimiento absoluto como potencialidad absoluta, John Cage vivió una experiencia fundamental.
Tuvo la oportunidad de visitar la cámara anecoica de la Universidad de Harvard, con la pretensión de escuchar el silencio. Pero no pudo. Cuenta que escuchaba dos sonidos: uno alto, que al parecer era producido por su sistema nervioso, y otro bajo, que era su circulación sanguínea.
¿No os ha pasado que sumidos en un silencio absoluto oís un leve pitido en los oídos? A mí sí. Y si estoy en la cama oigo una especie de latido en la oreja apoyada en la almohada. (Estos no son los sonidos que dice Cage, pero yo os cuento los que oigo).
Bueno, pues eso fue determinante para que Cage compusiera su pieza más famosa: 4'33''. Se trata de una obra que dura cuatro minutos y treinta y tres segundos y transcurre en absoluto silencio.
(Lo que no entiendo es que tenga tres movimientos).
En la partitura se establece que la pieza puede ser tocada por cualquier conjunto de instrumentos. Menos mal. Ya puestos, yo habría definido cuántos violines, cuántos clarinetes, etc. Por hacerme el guay.
El director hace la señal de empezar, y, cronómetro en mano, deja transcurrir los 4'33''. Entonces señala el final.
¿Y el público aplaude? Yo creo que si es culto y muy cool sí. Si no, no se llegará al final. No creo que un público "normal" permita que la interpretación termine. Por lo menos en mi pueblo no me los imagino esperando durante cuatro minutos y medio a que pase algo. Y es que el quid de la cuestión es que no pasa nada. ¿O sí?
¿Habrá discos con esta obra? Seguro que sí. Me imagino las devoluciones en la caja del cortinglés:
-Señorita: Es que compré este CD y la pista tres está estropeada. No suena.
-¿A ver, caballero? [...] Pues tiene usted razón. ¿Quiere su dinero o prefiere que le dé otro disco?
-No, no. Deme otro. Tengo que escuchar este cuatro treintaytrés como sea, que me han dicho que es muy bueno.
¿Qué quiso hacer John Cage? ¿Era una burla, una broma? Al parecer no. Ya había hecho otras tentativas más tímidas con el silencio, pero esta fue definitiva.
La cuestión es que, ante la imposibilidad de escuchar el silencio absoluto, ante su constatada inexistencia, esa obra no es un silencio. Los músicos no emitirán sonido con sus instrumentos, pero sí con su respiración, con sus latidos cardíacos... Pero será sobre todo el público quien emita sonidos: toses nerviosas, movimiento en los asientos, pequeños gestos de nerviosismo, seguramente más acusados según avance la obra, etc... Y, como en sus anteriores obras aleatorias, no habrá dos representaciones idénticas, pero no por los intérpretes, sino por el público.
4'33'' es una clarísima obra abierta. Es una obra del espectador, no del autor. El autor la entrega amorosamente al espectador para que este la haga, escuchándose a sí mismo, conociéndose, deleitándose con sus propios sonidos, que escucha prístinamente, como nunca los ha escuchado. Entendido así, no solo es un ejercicio de vanguardia artística, sino también un acto de amor.
Si alguien es capaz de entenderlo, se habrá logrado la revolución aburrida que tanto ansiaba John Cage, la revolución en el interior de nosotros mismos, en nuestros corazones y en nuestra forma de ver el mundo.
Este acto de vanguardia, no sé cómo, no sé por qué, está íntimamente ligado con la arquitectura.
Por hoy ya me está quedando esto un poco largo. Un día de estos intentaré explicarme a mí mismo (a ver si lo entiendo) qué podríamos aprender los arquitectos de este ejemplo tan notable. O tan tonto.