Este pétreo centinela se eleva a casi 7.000 (6.963) metros sobre el nivel del mar, en la franja de la cordillera de los Andes que sirve de fontera natural entre Chile y Argentina. Durante el invierno austral, cuya mayor crudeza se registra en esas latitudes en los meses de julio y agosto, esa montaña se ve raramente frecuentada. Tras once días de lucha contra las rudas condiciones climáticas de aquel invierno austral, que les obligaron a realizar dos intentos antes de pisar la cima, el 17 de agosto de 1990, Rogelio Recio Vicente y José Luis Castilla Orna consiguieron culminar la ascensión en condiciones netamente invernales.
Rogelio Recio sostiene La Voz de Chamartín en la cima del Aconcagua. Foto: José Luis Castilla.
Por 'exigencias del guión', el escribidor de este blog, orientado a cuestiones de índole social, no suele hablar aquí de una de sus grandes pasiones: caminar por la montaña, una forma de ejercer la libertad personal. Visitar ese territorio que Lyonel Terray, uno de los grandes alpinistas de los años cincuenta del pasado siglo, describió con estas significativas palabras: "La alta montaña no es sino un vasto desierto de roca y de hielo, sin otro valor que el que nosotros queramos otorgarle, pero sobre esta materia, siempre virgen, por la fuerza creadora del espíritu cada uno puede, a su gusto, moldear la imagen del ideal que persigue".
A uno, que lleva andados muchos caminos, por el monte y por la vida, no le van a venir ahora unos gobernantes falsarios a enseñarme en qué consiste ser emprendedor. Apoyado por un grupo de amigos, fundé una pequeña empresa editora de prensa con la que pretendía cubrir ese ámbito de la información local con un criterio riguroso y profesional. Conforme al cual pusimos en la calle dos cabeceras: La Voz de Chamartín y La Voz de Tetuán. La suerte no nos acompañó en el intento y, tras pagar religiosamente a colaboradores e imprentas, tuvimos que cerrar, perdiendo los esfuerzos y dineros invertidos.
Ningún tipo de Administración Pública acudió en nuestro rescate con dinero del contribuyente. Todo conforme a la ortodoxia capitalista, cuyas reglas rigen sólo para los pequeños emprendimientos, no para los grandes tinglados financieros y monopolios de suministro de energía. Ni tampoco para esos delincuentes, maestros en el arte del engaño y el impago de salarios, a los que la gran patronal no duda en colocar en la cúspide de sus organizaciones.
De esta aventura aprendí muchas cosas. Algunas de ellas podría contarlas en esas escuelas de negocios donde no enseñan a los alumnos ese principio apuntado por A. Machado: es de necios confundir valor y precio. Pero para hablar del valor de la amistad no necesito ir a ningún aula para contarlas. Dejaré aquí testimonio del valor personal que se precisa para subir una montaña de la magnitud del Aconcagua, y del valor de la amistad de esos dos alpinistas/andinistas que, de forma totalmente desinteresada, se ofrecieron a realizar esa promoción de nuestro periódico.
Traigo a colación este recuerdo, avisado de que, justo en estos días, otros dos alpinistas, patrocinados por un potente medio de prensa digital, intentan también pisar la cumbre del Centinela de Piedra. Les deseo que tengan mucha suerte, que cesen los vientos huracanados y que, en el tiempo meteorológico, se abra una esas ventanas que les permita llegar hasta la cruz del Aconcagua y ver recompensado su esfuerzo con una visión tan espléndida y nítida como la que tuvieron Rogelio y José Luis hace más de dos décadas.
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La Voz, en una mochila
Con Rogelio Recio, Geli, he compartido muchas cosas. Entre ellas, los 60 metros de cuerda estática que compramos juntos para equipar el pozo principal de la sima del Bizcaíno, en la Sierra de Aralar, y que, por cierto, estrenamos en compañía de José Luis Castilla en otra vertical de Soria.
Además de las horas desgranadas en la oscuridad del mundo subterráneo, la linterna moral de Geli me ayudó también en la negrura de alguna noche de incertidumbre, cuando todo parecía confabularse para que la aventura de LA VOZ se fuera al traste.
Llevar, voluntaria y desinteresadamente, un ejemplar de este periódico hasta la cumbre del Aconcagua, sin que en ello mediase ningún tipo de patrocinio crematístico, es una excelente prueba de amistad a la vez que un acto de esa liturgia agnóstica practicada por quienes, necesitando creer en algo, creen en sí mismos y con esa convicción afrontan el riesgo personal.
Hay aventuras que tienen como escenario la soledad de los desiertos de roca y de hielo, y aventuras que discurren sobre algo tan sutil como el papel. Debería haber sido su director el encargado de cargar el leve peso de La Voz de Chamartín hasta la cumbre del coloso andino. Sin embargo, para que el proyecto siguiera adelante, era preciso permanecer durante el tórrido verano en el 'campamento base' de Madrid. Así que muchas gracias, amigos, por no haberme marginado de vuestra aventura, aunque aliviándome el esfuerzo.
De todas formas, confío en tener alguna vez la oportunidad de ascender la canaleta del Centinela para escuchar el eco de La Voz que quedó en la cumbre, antes de que mi edificio corporal se encuentre tan fatigado que ya no le quede aliento para otra cosa que no sea rogar, como Antonio Machado a los amigos: llevad mi cuerpo a los azules montes del Guadarrama.
Columna escrita en La Voz de Chamartín, octubre, 1990.
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