¿A que es bonito el Teide? Tan imponente, con sus 3.718 metros, tan mágico, con su a veces cielo despejado, sus piroclastos, su pico azufrado. Precioso, sí que lo es, sobre todo desde donde yo lo vi el sábado (en la foto), a las 8 de la mañana. Miraba desde aquí y pensaba en que varias horas después estaría en la parte más alta, en el pico, la boca del volcán. Claro, no contaba yo, a mis 37 años y siendo la primera vez que subía, con cómo era el camino. Para no aburrirles con mi relato, les diré que ascender en bajas condiciones físicas es el mayor disparate que puede hacer uno. Pero claro, una es novelera por naturaleza y tenía esa espinita clavada desde hace algún tiempo. ¿Que eres de Tenerife y no has subido al Teide?, me preguntaron si no 1.000 sí 987 veces en los últimos cinco años. Pues no, señores, no había subido, y si yo llego a saber cuál iba a ser el sufrimiento, no habría ido. Y ahora digo que menos mal que no lo sabía, porque si no hoy no me sentiría tan orgullosa, a pesar de la blancona que me dio en medio de aquel camino de cabras interminable y de no poder encumbrar la cima. Y a medida que subía con gran esfuerzo me decía a mí misma: si aquí no hay vida que supere la altura y las condiciones que existen, ni una simple plantita pequeña, qué se me habrá perdido a mí. El paisaje es espectacular desde allá arriba, todo hay que decirlo. Me quedo con la experiencia, con el reto y la superación personal, con el grupito de amigos que siempre sabe disfrutar de la vida y con lo que aprendí por el camino, gracias a las explicaciones de mi hermano Echeyde, curiosamente el nombre guanche con el que los aborígenes llamaban a este estratovolcán. Eso sí, y al menos mientras me dure el recuerdo o sea capaz de ponerme en forma como Gebreselassie, una y no más.
