Revista Cultura y Ocio

Una zapatilla entre los escombros

Publicado el 24 marzo 2024 por Benjamín Recacha García @brecacha

La zapatilla debió de pertenecer a un niño de seis o siete años. Mi hijo tuvo unas deportivas parecidas de color azul, con tres rayas blancas verticales a los lados. A la que sobresale de entre los escombros, le falta el cordón. No veo su pareja, quizá esté debajo de un trozo de la pared caída, o de la mesa partida en dos, o del jersey rojo al que le falta una manga, o de la sartén sin mango, o de la mochila verde que seguramente el mismo niño llevaba al cole. 

De las cuatro paredes de la estancia, quedan dos en pie, aunque una tiene tantos agujeros que yo no la llamaría pared. En la otra, gracias a la chincheta más tozuda del mundo, resiste una hoja de papel en la que hay dibujados aviones, bombas y edificios en llamas. En el suelo aparecen más trozos de papel cuyos dibujos ya nadie verá. 

En la habitación, hay otra mesa. A su alrededor hubo cuatro sillas: una conserva las cuatro patas, pero ha perdido el respaldo; de las otras, solo quedan partes del esqueleto. 

La familia que se sentaba en ellas debía de estar a punto de comer, pues sobre la mesa se amontonan platos, vasos y cubiertos mezclados con la runa caída del techo. El rayo de sol que se cuela por el hueco incide en el osito de peluche extrañamente sentado junto a un plato. Parece como si los trozos de yeso y ladrillo que se acumulan en él no le resultaran apetitosos y esperara otra comida. 

En una esquina, asomado al precipicio que ha dejado la pared desaparecida, trata de no caer medio mueble en el que una balda malabarista mantiene su cargamento de libros en precario equilibrio. 

La otra mitad del mueble yace con su contenido desperdigado. Hay pedazos de mantel, servilletas, tazas rotas, cubiertas de libros y fotos. Una ha quedado boca arriba sobre una baldosa. Se ve a una pareja joven junto a un niño y una niña, todos sonrientes, con la playa detrás. La mujer lleva gafas de sol; el niño, una gorra del Barça. Me pregunto si tendrá puestas las zapatillas azules con rayas blancas. 

Una puerta sigue en pie solo con el trozo de pared que la une al techo. Está cerrada, en un esfuerzo inútil por ocultar lo que hay al otro lado. Es un dormitorio. Veo un armario tumbado y una almohada en el suelo. Buena parte del relleno de plumas se mezcla con los escombros. 

Hay dos camas. Sobre la de la derecha, descansan cristales de la ventana y trozos de techo. La de la izquierda ha perdido dos patas y está inclinada. Resulta curioso que no haya caído el edredón decorado con los personajes de la Patrulla Canina. 

Me fijo en la zapatilla azul. Es la pareja de la primera. No se distinguen las líneas blancas de los lados, pero esta sí tiene cordón, atado con un lazo. Junto a ella, hay una gorra del Barça, y a su lado, la mano de un niño que sobresale de debajo de la cama. Entre tanto desorden, y teniendo en cuenta el tiempo que lleva ahí, llama la atención lo blancas que conserva las uñas. 


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