8 de Septiembre de 1990, la Divina Pastora sale de la Ermita de
la Soledad, por encontrarse en obras la Parroquia Pastoreña.
Nos hacemos mayores. Y aquellos castos –castrones dirían otros, despectivamente- chavales de pueblo que casi salimos corriendo cuando una veterana meretriz de la Alameda de Hércules nos ofreció sus servicios con el descaro adquirido tras una dilatada trayectoria profesional, a la vuelta, seguramente, de comernos unas bolas picantes en Casa Eulogio, nos hemos convertido, por la ley natural de la vida, en padres de familia. Cada uno con sus problemas, sus preocupaciones, sus ilusiones. Que si la hipoteca, que si los niños, que si el trabajo, que si las normales fricciones de la convivencia, que si qué sé yo. Como todo el mundo. Ni más ni menos. Sea como fuere, y tras suplicar la indulgencia del lector por este acceso de nostalgia sobrevenida, vamos al grano. Resulta que este 2015 se cumplen 25 años del traslado de nuestra Pastora Divina a la ermita de la Soledad, donde se celebraron los cultos principales y las fiestas de 1990 debido a las obras de restauración de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción. Efemérides, por tanto, que no debe pasar inadvertida en esta revista de las fiestas pastoreñas y, menos aún, en la sección que cada año dedicamos a la historia de nuestra hermandad. Porque el hecho en sí mismo puede considerarse histórico -por único- en el seno de esta corporación. Que sepamos, es la única ocasión en que septiembre mutó su escenario habitual de retablos, pilares y riscos del templo mayor de la villa por el de la antigua ermita de San Sebastián, erigida desde tiempos inmemoriales en la vía de Cazalla y otros feudos de la Sierra Morena, por donde transcurre la calzada que iba a morir al puerto romano de Naeva, desde el que los conquistadores daban salida hacia el corazón del Imperio a todo cuanto de valor expoliaban en la comarca. El hecho es que el templo venía mostrando síntomas poco halagüeños desde hacía un tiempo. Algunos desprendimientos de la cubierta, por suerte sin consecuencias, dieron la voz de alarma. La parroquia necesitaba urgentemente someterse a trabajos de restauración y rehabilitación antes de que el problema pasara a mayores, provocando una tragedia. Menos mal que ese toro le tocó lidiarlo a un gran párroco y buen gestor de la comunidad, Manuel González Martín (q.e.p.d.), quien había llegado a esta plaza un par de años antes. Gracias a aquel cura de baja estatura y agrio carácter, que no dudaba en interrumpir la misa para bajar del presbiterio y mandar callar a quienes no seguían los oficios con respeto o en remangarse el alba para coger la guitarra y entonar ‘El gallo rojo y el gallo negro’ para escándalo de los más conservadores, muchos jóvenes nos acercamos a la Iglesia y nos comprometimos en diversos grupos parroquiales.
Altar provisional en el que fue venerada la Divina Pastora
durante su estancia en la Soledad.
Durante los cultos anuales, las dos devociones principales de
Cantillana permanecieron juntas, propiciando una imagen
histórica.
Aquel año, la imagen de la Divina Pastora volvería a salir desde la Soledad con motivo de la romería el sábado 29 de septiembre. El triduo de San Francisco se celebró en la ermita, donde se encontraba la imagen del santo, durante tres domingos consecutivos, mientras que la novena de ánimas tuvo lugar en la iglesia de la Misericordia, a excepción de la misa de difuntos, que se ofició en la Soledad por cuestiones de aforo. Y así, salvando de la mejor manera posible el inconveniente de la clausura del templo parroquial para el buen discurrir de la programación de actos y cultos, entró el año 1991 con el triduo a Marcelo Spínola, que hubo de celebrarse en la ermita aprovechando también las misas dominicales. En el acta-balance de ese año leemos que “terminadas las obras de la parroquia, la imagen de la Divina Pastora fue trasladada privadamente en la noche del 30 al 31 de mayo desde la ermita de la Soledad hasta el camarín de su capilla”. Se da la circunstancia de que la Divina Pastora fue la última imagen en abandonar el templo parroquial y la primera en volver, habiéndose resuelto este particular, para que no fuera origen de conflicto, mediante un sorteo con el fin de evitar posibles discrepancias entre las dos hermandades de gloria.Durante los trece meses que van desde abril de 1990 hasta mayo de 1991 se ejecutaron los trabajos de restauración y reforma de la parroquia, todo un hito si tenemos en cuenta la envergadura de las obras y el ajustado plazo de ejecución. Mérito del párroco, sin duda, pero también de los cantillaneros que compusieron aquella comisión creada al efecto y del pueblo en general, que se volcó en esta empresa con el objetivo último y común de que el templo estuviera el mínimo tiempo posible cerrado al culto y de que las imágenes de mayor devoción popular regresaran cuanto antes a la normalidad cultual de la vida ordinaria de Cantillana. Por muy buena que sea la anfitriona con sus huéspedes –en este caso, la mejor- a nadie le gusta estar mucho tiempo fuera de casa, menos aún por obligación.Había, por tanto, que ponerse manos a la obra. Nunca mejor dicho. Como recogía esta misma revista en 2006 dentro de la sección ‘La parroquia pastoreña’ y ha recordado Jesús Cañavate este año en la publicación ‘Dives en Misericordia’, de la Hermandad Sacramental, la intervención principal tuvo como objeto las techumbres que, como se ha dicho, presentaban un estado crítico. La construcción de un forjado de hierro, rasillones y hormigón armado sobre el antiguo forjado de madera y la reposición de las tejas fue lo más destacado de la obra, que también incluía el remozamiento de las tres portadas neoclásicas de la iglesia.En la capilla mayor se restauraron y doraron la mesa de altar y el ambón, se colocó un cancel nuevo de madera de pino que sustituyó al antiguo y se renovaron la instalación e iluminación eléctrica de todo el edificio, incluidos los retablos. Se remodelaron y reedificaron las dependencias parroquiales y la sacristía. Al mismo tiempo, se aprovechó la ocasión para sustituir algunas imágenes y cuadros del templo por obras de mayor valor artístico e histórico. Según el dato que aporta Cañavate en su artículo, el coste de la rehabilitación del templo rondó los cincuenta millones de las antiguas pesetas (unos 300.000 euros de los de ahora), y fueron financiados por el Arzobispado, las hermandades, el pueblo, el Ayuntamiento y otros benefactores particulares.El domingo 2 de junio de 1991, festividad del Corpus Christi, fue el día elegido para la reapertura del templo. Con tal motivo, el cantillanero Juan Palomo Reina, doctor en Bellas Artes, pintó un cartel conmemorativo del acontecimiento, histórico para el conjunto de los vecinos. La procesión eucarística partió desde la Soledad y la salida se produjo por la tarde, para que pudiera asistir el entonces arzobispo de Sevilla, fray Carlos Amigo Vallejo, de manera que anochecía cuando se abrieron las puertas de la parroquia y entraba el Santísimo seguido por todos los fieles, autoridades e invitados. Una vez en el interior, se desarrolló un acto en el transcurso del cual se explicaron los pormenores de la obra. El propio párroco narraba este gozoso día en el artículo que firmaba en la Revista de Feria de 1991, en el que ponía de manifiesto que el éxito de esta empresa era colectivo, fruto de la cooperación y de la generosidad de todos.
Así terminaba el forzoso exilio de la Divina Pastora, que regresaba a la intimidad de su camarín año y pico después de abandonar su ahora remozada casa.José María de la Hera(Publicado en la revista Cantillana y su Pastora de 2015)