Revista Opinión

Unas tristes colas

Publicado el 07 julio 2021 por Manuelsegura @manuelsegura
  • Unas tristes colas

El lunes fue un día especialmente triste para el oficio. A primera hora supimos que el gran reportero Tico Medina había muerto. Tenía 86 años y dicen que más de 30.000 entrevistas y reportajes a sus espaldas. En realidad se llamaba Escolástico de nombre de pila, pero al abrazar la profesión decidió reducirlo a las cuatro últimas letras para así evitar contratiempos. A primera hora de la tarde me llamó el maestro Adolfo Fernández Aguilar para felicitarme por un obituario que ese día escribí en el diario La Verdad sobre Andrés Ayala García, un locutor radiofónico deportivo murciano que falleció el viernes anterior a los 93 años. Ayala estuvo en aquella Radio Juventud que él dirigía, y en la que tantos aprendimos lo mejor de este oficio, transmitiendo partidos de fútbol durante más de dos décadas. Adolfo me dijo que lo que menos le apetecía, a estas alturas de su vida, era escribir sobre la gente que se nos iba muriendo, por lo que me agradecía que yo ejerciera de “notario mayor” en estas circunstancias. Lo comprendí perfectamente.

Minutos después trascendió otro óbito: el de la presentadora y artista italiana Raffaella Carrà, a los 78 años, todo un símbolo de aquella televisión de los setenta, con sus canciones picantonas, sus golpes de melena, sus ágiles piernas y su forma electrizante de moverse en un escenario o ante la cámara. La Carrà fue de lo mejor que nos pasó a los adolescentes de aquella época, gracias a otro genio de la tele como fue Valerio Lazarov.

La televisión pública decidió alterar su programación esa noche, en sus dos cadenas, para rendir homenaje a esta mujer, merecimiento que nadie cuestiona. Sin embargo, nada apunta a que hubiera intención de hacer lo mismo cuando se conoció la marcha de Tico Medina, uno de los fundadores de TVE en el Paseo de La Habana, histórico profesional del medio, corresponsal, viajero impenitente, entrevistador de reyes, jefes de Estado, papas, revolucionarios, pintores, poetas, actores y cantantes, así como de reinas del papel cuché. Gentes como él dignificaron lo que un día se llamó prensa rosa, al tiempo que otros se encargaron -y aún lo hacen- de convertirla en un estercolero mediático.

Una vez le oí contar una anécdota de su encuentro con Ernesto Che Guevara en La Habana. El guerrillero estaba sentado en un despacho, tras el triunfo de la revolución, vestido con el uniforme verde oliva, tocado con su boina, fumando un robusto puro y con la pistola al cinto. Tico miró a su alrededor y reparó en el texto de un cuadro que colgaba detrás del entrevistado y en el que se leía: “Aquí se puede meter la pata, pero no la mano”. Miles de historias como esta podía contar alguien que, según la máxima de Kapuscinski, era buena persona para o por ser un buen periodista. Creo, sinceramente, que Tico Medina merecía algo más en su despedida que unas tristes colas de treinta y tantos segundos en el Telediario. Fue, al menos, lo que vi el lunes en sus dos ediciones. Porque a veces, en este tipo de detalles, es donde se mide la grandeza o la miseria en este oficio.

[eldiario.esMurcia 7-7-2021]


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