Primero fueron los rumores, los desmentidos a medias, los sí pero no, las griterías en las redes sociales enfrentadas al mutismo habitual del aparato institucional cubano. Luego, como si fuera lo más normal del mundo, salió de su botella un funcionario del Instituto Cubano de la Música y dijo lo que todos sabíamos desde hacía rato pero que ellos en su esquizofrenia consideraban un secreto de estado: que Cuba sería la parada final del Olé Tour de The Rolling Stones.
Mick Jagger, Keith Richards, Ronnie Wood y Charlie Watts aterrizaron en La Habana el 24 de marzo con el sol que a Barack Obama, el presidente del todopoderoso Estados Unidos de América, le fue negado cuatro días antes. Las cámaras captaron una cuarteta de señores que bien podrían haber bajado de alguno de los cruceros que ahora no cesan de abordar la bahía de La Habana; si hubieran llegado en el MSC Opera cargando sus camaritas, sus sticks selfies, sus cremas, sus camisas hawianas, sus guías inservibles y sus dólares para la Bodeguita del Medio y los souvenirs, pocos hubieran reparado en su presencia.
Pero se han encargado de recordarnos –ahora, cuando ya no importa, cuando son una pieza digna de figurar en una sala de cualquier museo de historia natural– que son parte de la realeza del rock, que sus canciones han ayudado a moldear la forma de la música contemporánea, o lo que es lo mismo, nuestra manera de entender el mundo.
Ahí comenzó la alharaca, la repetición en modo consigna –que, si no fueran los Stones hubiera aplastado el mensaje– de que seríamos los afortunados espectadores de un concierto que no nos costaría nada y al que iríamos “con el entusiasmo y la disciplina que nos caracterizan”. Y entonces, como somos adalides de la cultura y las cifras asombrosas, comenzamos a elucubrar sobre los records de asistencia que batiríamos, y los 400 mil espectadores esperados en un inicio se convirtieron en más de un millón por obra y gracia de la matemática tropical. Y ya se sabe que cuando en la prensa cubana decimos que un millón de personas irán a un lugar, un millón de personas van a ese lugar. Aunque haya que recolectar hasta el último cederista y turista desprevenido que ande intentando comprar tabacos en los alrededores de la fábrica y al que no le importa ni el rock ni los planes quinquenales.
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El escenario preparado en la Ciudad Deportiva para el concierto de The Rolling Stones en La Habana. Foto: Raúl Abreu/El País.El día antes del concierto de The Rolling Stones, al pasar el P2 frente a la Ciudad Deportiva, un centenar de miradas se afanaron en desentrañar el significado de esas monstruosas estructuras que les daban la espalda, unas bestias nunca antes vistas en esta ciudad, traídas de todo el continente para hacer el “espectáculo más grande que se haya visto en La Habana”.
En lo personal, ni siquiera me llaman demasiado la atención los Stones. Si no fuera por un par de temas que me remontan al blues y a las canciones tradicionales inglesas, si no fuera por Keith Richards y su vida total, si no fuera por el magnetismo del joven Jagger, si no fuera por el mito truncado de Brian Jones, si no fuera por Juan Villoro, para mí los Stones no pasarían de ser una carpeta más en mi biblioteca. Hubiera preferido ser testigo del virtuosismo quedo de Jaco Pastorious, de la voz insondable de Sarah Vaughan arropada por Bebo Valdés y el Negro Vivar, preferiría incluso volver a vivir ese verano de 2010 con Residente y Visitante haciendo tambalearse los límites de la cordura de los comisarios culturales cubanos.
Pero lo pasado, pasado está, y no me queda más remedio que sumarme a la manada para poder decir “I was there in 2016 when The Rolling Stones broke the wall” (porque, no lo duden, cuando los de siempre hagan el cuento, en inglés, y digan que acá también cayeron muros, este concierto será uno de esos hallmark de los que hablaremos).
También, no puedo negarlo, me intriga un poco saber la manera en que reaccionará la ciudad al llamado de sus satánicas y avejentadas majestades. ¿Qué significa para los cubanos un concierto de The Rolling Stones? ¿Una fiesta? ¿Un motivo para reunirse a bailar en la cueva? ¿El fastidioso cierre de las calles? ¿Una torpe pero agradecible disculpa histórica con todos esos enfermitos que no supieron estar a la altura de la épica del hombre nuevo? ¿La oportunidad de asomarse a un mundo del espectáculo que no hemos tenido la oportunidad de palpar? ¿Nada? ¿Todo?
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La prensa cubana -que como el resto del país, nunca ha probado en carne propia el hierro del negocio del entretenimiento- no entendía cómo era posible que el acceso al proceso de montaje se redujera a una rápida visita guiada y unas breves declaraciones del productor del concierto, que los involucrados en la producción no pudieran hablar so pena de violar un acuerdo de confidencialidad previamente firmado, que las contadas credenciales se dieran el mismo día del concierto y que les hubieran leído una cartilla que especificaba que las tomas audiovisuales solo podrían ser hechas en los dos primeros temas del concierto. Si quieren más, compren el DVD en iTunes.
Yo, que soy un paria de la prensa, que no tengo refugio ni en los medios estatales ni en los nuevos empeños privados como Oncuba y Vistar, quedé varado en una tierra de nadie que en realidad no me molesta -me lo he buscado, después de todo- pero que me puso al nivel del más sencillo de los espectadores.
Y caigo en la cuenta que debo dar otra vez las gracias. Que tengo la oportunidad de pararme en el medio del caos y ver qué sale de todo esto, que no tengo que ponerme un disfraz para camuflarme y enterarme qué piensa la gente porque, je, yo soy la gente.
Yo, que llegaré a alguna hora moderadamente temprana y haré una cola que me lanzará a algún rincón de la Ciudad Deportiva.
Yo, que comprobaré de la mejor manera si efectivamente el sistema de audio que tanto han promocionado es lo efectivo que dicen que es.
Yo, que lo más cerca que estaré de los Stones es la pantalla gigante que me los mostrará en una explosión de píxeles y arrugas en alta resolución.
Yo, que no estrecharé sus manos emocionado, ni posaré para la foto que no enseñaré a mis hijos.
Yo, que no les daré las gracias por este hermoso concierto gratuito para el pueblo de Cuba.
Yo que no le haré un chiste inteligente sobre Borges a Mick ni le pediré a Keith que me pase algunas de sus buenas yerbas.
Yo, que en materia de rock la única pregunta significativa que me hago para este 2016 es si finalmente son ciertos los rumores de que Radiohead sacará un nuevo disco.
Los integrantes de The Rolling Stones a su llegada a La Habana, el 24 de marzo de 2016. Foto: Yander Zamora/Granma.Archivado en: Cuba, Cultura, Música Tagged: Olé Tour, The Rolling Stones