Magistral, hipnótica, inquietante y arrebatadora. Una de las películas que marcarán la cosecha cinematográfica anual y que, sin duda, integrará de pleno derecho la lista de las mejores realizaciones del género fantástico y de ciencia ficción. Para no andarse con rodeos, un film destinado a convertirse en objeto de culto y alimentar animadas veladas sobre sus múltiples interpretaciones. Ahí está una posible versión, en espera de las vuestras, en los comentarios a esta entrada de Cine Invisible.En 1922, Dziga Vértov (seudónimo del ruso Denís Abrámovich Káufman), su esposa Yelizaveta Svílova y su hermano, Mijaíll Káufman, del movimiento Kinoki, comenzaron a publicar varios manifiestos en los que desarrollaban su teoría del Cine-Ojo.Un movimiento y estética cinematográfica que, casi un siglo después, encontraría eco en 1995, versión ficción, con el Dogma de Lars von Trier y Thomas Vinterberg, y rechazaba todo elemento adicional del cine convencional: guion preestablecido, actores profesionales, rodaje en estudios, decorados o iluminación artificial y supremacía del montaje, con el objetivo de captar la “verdad” cinematográfica. Dado que, según estos pioneros del cine invisible, la cámara percibía mejor la realidad que el propio ojo humano.Quizás sea éste el sentido de las primeras imágenes de esta fascinante película: la transformación de una potente cámara, sofisticada, tan última generación que puede que no sea humana, en un ojo. Una perfección técnica que capte con absoluta objetividad nuestra propia realidad. Una cámara-ojo instalada en uno de los mejores cuerpos del cine actual (tan atractivo como vulnerable y expuesto con sutileza y sin tapujos), el de Scarlett Johansson, tan extraordinaria en esta interpretación que parece sobrenatural.El único defecto de su director, Jonathan Glazer, es que rueda muy poco. Conocido en los 90 por su impresionantes videoclips musicales (Blur, Jamiroquai o Massive Attack), en el 2000 se lanza al largometraje, tras una serie de cortometrajes, con Sexy Beast, uan divertida historia de gangsters en la Costa del Sol, para pasar en 2004 con Nicole Kidman a su género preferido, el fantástico, con esa extraña historia de una Reencarnación del difunto marido de la protagonista en el cuerpo de un niño.En su tercer largometraje (del que habría que huir de cualquier lectura previa, para mantener intacta y sin influencia la capacidad de interpretación) se presenta una serie de intentos de seducción entre Scarlett Johansson y unos desconocidos, encontrados en las calles escocesas, que ignoraban por completo que estaban siendo rodados. ¿Una ardiente versión de nuestro doble interno, de las arrugas de nuestra personalidad, de nuestro lado oscuro o un extra-terrestre (en el sentido figurado, de la cámara en sí misma en el cuerpo de una actriz) ante las debilidades y previsibles comportamientos del género humano? ¿Realidad 0 ficción? Las posibilidades son tantas y el placer tan inmenso que lo mejor es… volver a verla. Aviso importante: la música de Mica Levi pasará a la historia de las bandas sonoras.