La franquicia Underworld vuelve con una nueva entrega cargada acción y efectos visuales, pero sin mucho más donde rascar. A falta de ideas, nada mejor que una secuela ¿no? Sin embargo, los responsables del film han querido ir de listos haciendo una precuela para cerrar la trilogía que resulta que tenían ideada desde un principio.
Excusas y explicaciones a un lado, La rebelión de los licántropos parte con la idea de dar explicación a los puntos negros aparecidos en las dos películas anteriores y dar respuesta al porque del conflicto entre vampiros y hombres lobo. Para lo cual los productores han puesto al mando de la dirección al debutante Patrick Tatopoulos.
La historia, que podría haber dado más de sí, se diluye entre secuencias de acción y otras tantas igualmente vacías de contenido. Eso sí, como buena película de acción, en Underworld no se escatima en batallas épicas ni en efectos visuales (los cuales, por momentos, cantan más de la cuenta) que mantienen en pie el film.
El eje que mueve la película es la relación amorosa que surge entre Lucian (líder de los licántropos) y Sonja (hija de Viktor, líder de los vampiros) al más puro estilo de Romeo y Julieta. Un amor imposible que desencadena los acontecimientos que marcarán la enemistad entre las dos razas.
Sin el reclamo de Kate Beckinsale, ha sido un acierto volver a contar con Bill Nighy como Viktor y con el catapultado a la fama Michael Sheen (Frost contra Nixon) en el papel de Lucian, que son verdaderamente lo mejor de la cinta. Rhona Mitra, por el contrario, está solamente por su cara bonita.
A pesar de contar con un guión bastante flojo del que poco se puede sacar y de una dirección que no pasa de lo correcto, La rebelión de los licántropos es efectista y satisfará al público menos exigente. Algo a lo que ayuda su duración (no pasa de los 92 minutos), junto a un buen ritmo que logran no aburrir al personal y obtener un producto palomitero que cumple con sus predecesoras en la saga.