En nuestra anterior sección nos preguntábamos si era inevitable la implantación del Comics Code Authority. ¿Las editoriales debieron luchar por hacer valer sus derechos o se trataba de una batalla perdida? Autores como Frank Miller sostienen que la creación del Comics Code fue ante todo y por encima de todo “un gigantesco acto de cobardía”. Según Miller, la primera enmienda constitucional les garantizaba una victoria legal en caso de que el Congreso hubiera tratado de cercenar su libertad de expresión. Sin embargo, otros discrepan de esta tesis y creen que un boicot a gran escala hubiera tenido efectos devastadores para una industria que no vivía sus mejores momentos, enfrentada a la dura competencia de un nuevo medio en auge denominado televisión. ¿Quién tiene razón? Resulta difícil dar una respuesta taxativa, pero lo que sí puede asegurarse es que aquel primer Comics Code parecía redactado ex profeso para fulminar a EC Comics. No sólo se restringían los contenidos violentos y se prohibía cualquier asomo de sexo o drogas en las historias, sino que además se impedía la utilización de vampiros, zombies, hombres lobo y demás criaturas de la noche, quedando vetadas expresamente las palabras “horror” y “terror”. Siendo malpensados, podríamos llegar a la conclusión de que las restantes editoriales se pusieron de acuerdo para quitarse de encima un competidor molesto al que culpaban de lo sucedido.
Así, en Octubre de 1954, la Asociación de Revistas de Comics de América aprobó el texto de lo que sería el primer Comics Code. Inicialmente William Gaines se negó a adherirse, pero las presiones ejercidas por las distribuidoras le obligaron a capitular. Su conflictiva relación con la Asociación apenas duraría un año, pasado el cual EC optó por cerrar su “blanqueada” línea de tebeos. La única alegría que le quedó a Gaines para resarcirse de toda aquella debacle fue el inesperado éxito cosechado por la cabecera satírica Mad, reconvertida a formato revista con el fin de sortear la censura. Máximo exponente del humor “made in USA”, Mad Magazine llegaría a rebasar los dos millones de ejemplares de circulación en su etapa de mayor esplendor comercial a mediados de la década de los setenta.
Por encargo de un aficionado, Bill Sienkiewicz recreó en 2010 la portada del mítico Crime SuspenStories Nº 22. Observad que en la versión de Sienkiewicz sí se muestra el cuello de la mujer decapitada goteando sangre… lo cual traspasaría los “límites del buen gusto” de los que hablaba William Gaines en su tumultuosa comparecencia ante el Senado norteamericano.
Poco antes se había producido la primera gran revisión del Código, en buena parte como resultado de la polémica surgida a raíz de los episodios de Amazing Spider-Man que abordaban el problema de las drogas (números 96 a 98 USA, Biblioteca Marvel Nº 18). Ante la negativa del Code a dar su visto bueno, Stan Lee decidió seguir adelante y se atrevió a publicar los comic books prescindiendo del sello regulador.
El incidente dejó al descubierto las discrepancias existentes entre los miembros de la Asociación, y los editores accedieron a impulsar un CCA renovado que entraría en vigor en Febrero de 1971. Con las modificaciones introducidas, los títulos de terror volvían a ser aceptables, aunque con restricciones. Marvel aprovechó los nuevos aires de liberalización para integrar en su universo de ficción toda una serie de personajes que iban desde actualizaciones de clásicos del género como Drácula, Frankenstein o el Hombre Lobo hasta propuestas tan rompedoras como el Hijo de Satán o el Motorista Fantasma. También se probó fortuna con magazines en blanco y negro “para adultos” del estilo de Tales of the Zombie, Monsters Unleashed, Dracula Lives! o Vampire Tales, que por sus características quedaban exentos de rendir cuentas a la autoridad examinadora.
El Nº 2 USA de Vampire Tales presentaba el inolvidable debut de Satana, una pequeña obra maestra firmada por Roy Thomas y John Romita a la que pertenece la página que estáis viendo. Vértice la incluyó en el Nº 10 de su colección Escalofrío (1974), aunque con una calidad de reproducción que dejaba bastante que desear.
Lo mismo sucedería con las ediciones exclusivas para librerías especializadas. El cambio de modelo de distribución que trajeron consigo las “direct sales” acabó resultando determinante para la evolución del Comics Code. Al principio, el efecto sólo se percibió con nitidez en las editoriales independientes, habida cuenta que la inmensa mayoría de cabeceras de las dos grandes editoriales todavía seguían comercializándose en “newsstands”, pero la semilla estaba ya plantada. En 1982 hubo una segunda tentativa para reformar el Code, a la que se opusieron Marvel, Harvey y Archie. Tras constatar la parálisis imperante, DC amagó con retirar el sello de sus publicaciones en caso de que se ignorasen sus demandas, lo que finalmente llevaría a una revisión del texto. Pero la suya quedaría como una victoria “secreta”: para no dar la impresión de que se había producido una cesión, la Asociación prohibió que el documento interno se hiciera público.
Poco a poco, el mercado se fue diversificando y las librerías pasaron a ser el principal motor de las ventas. Por más que en 1989 tuviera lugar una nueva actualización, la sensación generalizada era que el Código se había convertido en una reliquia. Eso sí, una reliquia que se resistía a desaparecer.
En 2001 sucedió algo que contribuiría a darle la puntilla. Cuando se rechazaron los contenidos del Nº 116 USA de X-Force, punto de arranque para la transgresora etapa de Peter Milligan y Mike Allred en la colección, Marvel decidió que ya estaba bien de censuras en pleno siglo XXI y ya estaba bien de tener que pagar por ello. Porque esa es otra: el CCA tenía unas oficinas, un personal y unos gastos administrativos que, como podéis figuraros, corrían a cargo de las editoriales que formaban parte de la Asociación. Había llegado el momento de cortar por lo sano con aquel despropósito, o al menos eso es lo que debieron pensar Joe Quesada y Bill Jemas cuando comunicaron oficialmente que Marvel abandonaba el Comics Code para instituir su propio sistema de ratings, a imagen y semejanza de lo que se hace habitualmente en cine y videojuegos.
Del mismo modo que un comic book actuó como detonante para el establecimiento del Comics Code, podría decirse que otro ayudó a precipitar su caída. En su edición española, el Nº 116 USA de X-Force formaba parte del tomo recopilatorio Fuerza-X: Nuevos Comienzos (Forum, 2002).
Había cierta expectación por ver qué reacción provocaría el nuevo rumbo adoptado por Marvel. Pero a la hora de la verdad… no pasó nada de nada. ¿Podría ser que los cruzados de los valores morales estuvieran demasiado ocupados escandalizándose con la violencia de los videojuegos como para prestar atención a lo que sucedía en el reducido ámbito del cómic? Por su parte, de manera un tanto incomprensible, DC prefirió continuar aferrándose al CCA y prolongó su larga agonía una década más, en compañía de Archie y Bongo, la editorial que publica los tebeos de Los Simpson (que en este caso no puede decirse que hicieran honor a su fama de irreverentes).
Finalmente, en Enero de 2011 Jim Lee y Dan Didio anunciaron que DC también se retiraba del Code. Archie se apresuró a hacer lo mismo, y en Bongo dijeron que ellos ya estaban fuera desde hacía un año, pero no se habían molestado en hacerlo público.
Algunas informaciones señalan que desde 2009 las editoriales ni tan siquiera remitían sus publicaciones para que fueran revisadas. Se limitaban a pagar la cuota correspondiente para poder seguir utilizando el sello, pero se ve que únicamente pretendían guardar las apariencias.
La gran ironía final de esta rocambolesca historia es que los derechos para la explotación comercial del símbolo del Comics Code Authority terminaron cediéndose gratuitamente al Comic Book Legal Defense Fund (CBLDF), una organización no lucrativa cuya misión consiste en luchar contra la censura en el mundo de la historieta, proporcionando ayuda legal a autores, editoriales y libreros que puedan necesitarla.
¡Ay, si el doctor Fredric Wertham levantara la cabeza…!
No, en serio, si el doctor Fredric Wertham levantara realmente la cabeza… ¿creéis que sería irrespetuoso por mi parte llamarlo The Walking Wertham?
Brrrr, ¡eso sí daría para un cómic de terror de mucho, mucho miedo!
Miguel G. Saavedra
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