Uno más uno es uno -relatos cortos-.

Van en fila India, como los Arapahoes, cada uno absorto en su propio mundo, al mismo tiempo muy cerca y muy lejos. Él lidera la avanzadilla, caminando presuroso y en silencio, como si en su ánimo estuviera dejar atrás a la esposa con quien ha compartido los últimos 40 años de su vida. Ella acata de buen grado este cisma entre esposo-esposa que la mantiene condenada a caminar siempre a la zaga, condenada a observar la espalda corcovada del marido que se aleja sin mirar atrás. No hablan, no se miran, salen juntos del portal como dos extraños que nada tuvieran que decirse.
Conviven como la mesa y el pupitre que almacenan polvo en el salón pero jamás comparten confidencias. Es sencillo vivir así, sumidos ambos en un silencio monacal. No son viudos, son matrimonio, pero la chispa del amor y del recuerdo de aquellos días exaltados feneció hace ya muchos inviernos. Se torna aciago verlos caminar apartados el uno del otro, como imanes de polos opuestos. Por pura ley de gravedad y centrípeta acaban unidos en una desunión palpable, como dos pasajeros de un tren que viajasen al mismo destino pero ignoraran la identidad del otro.
Ante la mirada global, que todo lo aquilata y considera, son una pareja ideal que ha sobrevivido a los peores avatares, arrostrando vicisitudes y mareas que han fracasado en su intento de abocarlos a la catástrofe de la disolución marital. Todos están embebidos, observan admirados los patrones preciosos de unas cortinas colgadas en un salón, y una fachada recién pintada de colores alegres y aparentes. Pero nada sospechan de que, en las entrañas de ese hogar bendecido, campan a sus anchas las ruinas de un amor extinguido.