Revista Arquitectura
Salva • Segorbe
UNO
En mi ciudad, los pobres se multiplican como ratas. Cuando voy camino al autobús siempre me cruzo con al menos dos de ellos, lentos, grises, cabizbajos, arrastrando los pies. Son lo que yo llamo los nuevos pobres: no huelen tan mal y a veces tienen familia. En el pasado conducían un Ford y se fueron de vacaciones a playas masificadas. Tenían pocos hobbies, leían la prensa sin pararse demasiado, el fútbol les importaba, contaban sus amigos con los dedos de las manos. Hoy intentan mantener intacta su dignidad sin darse cuenta de que así solo consiguen dar incluso más pena.
UNO
En mi ciudad, las casas que se construyen van quedándose vacías porque ya nadie puede pagarlas. Ocurre igual con las viviendas del centro, en malas condiciones y de alquileres desorbitados. Los sueldos bajan lentos pero seguros, acordes con el ánimo y la moral de la mayoría. Los bancos ya no conceden créditos a nada ni nadie, y de todas sus promociones terminadas y vacías solo sacan a la venta un pequeño porcentaje para evitar bajar los precios y perder parte de los beneficios. La población aumenta, pero las ciudades fantasma crecen en número y tamaño.DOS
En un abrir y cerrar de ojos se pasó de desérticos barrios periféricos a ruidosos pueblos autosuficientes.Al principio hubo muchas casas sin luz, agua ni gas. Entonces se formó la brigada de piratas anónimos, que pinchaban y empalmaban tuberías y cables como quien se ata los cordones de los zapatos.Se dejó de reciclar, concepto anticuado, y ahora solo se reutiliza.Las líneas de autobús se volvieron escasas y limitadas, pero basta con pararse 5 minutos en la avenida para encontrar algún medio de transporte que te lleve a cualquier parte.Las azoteas han sido por fin conquistadas, y a cada fin de semana se celebra en ellas alguna que otra fiesta. La gente las llenó de mobiliario de guerrilla, sillones viejos o toldos desmontables, y aunque nadie lo cuida demasiado, todos saben repararlo cuando toca.La gente empezó a tirar paredes mientras se reía de las antiguas ordenanzas. Hubo vecinos que se llevaban tan bien que hicieron puertas entre casas para cenar juntos los sábados por la noche.Todo el mundo lleva mazas en el bolso, hay cosas absurdas que ya nadie aguanta más.Hace años que no se ven dos azulejos iguales colocados uno al lado del otro. Los baños se han convertido en un divertido collage de dudoso gusto lleno de colores y de espejos, y a nadie parece importarle que no tengan ventanas.De cada cincuenta farolas ya solo funciona una. A cambio, las luces y sombras de las casas alumbran las noches con su halo más romántico.Los antiguos ascensores fueron sustituidos por montacargas reciclados que solo transportan cosas, porque las personas han vuelto a aprender a caminar.Como nadie asegura ya su puerta con siete llaves distintas los pobres cerrajeros tuvieron que abrir nuevos negocios.Los coches van disminuyendo poco a poco, y las calles ellas solas se vuelven peatonales.Alguien tuvo la brillante idea de tirar abajo las paredes que separaban las escaleras de los edificios con el exterior. Cada rellano de cada piso se convirtió en una terraza, y el concepto zona de paso se volvió obsoleto y absurdo.A menudo la gente baja a la calle con garrafas de agua, verlos regar parques y jardines es algo conmovedor.
En realidad, es todo muy extraño. No se sabe quién se ocupa de las cosas, a veces parece que las cosas se ocupen de ellas mismas. Nadie entiende cómo, pero todo sigue hacia delante. Ni las calles están más sucias, ni las casas se caen a pedazos, ni se echa de menos el transporte público, ni se necesitan jardineros en los parques. La ciudad se llenó de colores y de gente y se volvió un lugar feo y humano, cálido hasta cuando cae la nieve.Todo es caótico pero lento, todo es contradicción pero nadie se da cuenta.Todo es básico, primitivo, real.Todo tiene que ver con arquitectura, y por fin a nadie le importa.
• Texto de Salvador Carrascosa para el concurso "The future of architecture" (versión en castellano)• Ilustraciones de Guillaume Delmarmol