Unsere Mütter, unsere Väter (Hijos del III Reich)
Título: Unsere Mütter, unsere Väter (Hijos del III Reich)Director: Philipp Kadelbach Intérpretes: Volker Bruch, Tom Schilling, Katharina Schüttler
Nota: 8,5/10Dura, sencilla y seria. Cinco amigos, cada uno con sus ideologías y formas de pensar. Cinco jóvenes alemanes que vivirán la segunda guerra mundial, un judío, dos hermanos que se alistan en ele ejercito, una que será enfermera y otra que quiere ser la nueva Marlene Dietrich. Pero ante todo son personas, seres humanos que vivirán el resto de sus vidas con los recuerdos de una guerra.
Dos cosas destacan por encima de otra cosa en esta miniserie. La primera es el planteamiento, es decir, ver la guerra desde el lado alemán. Películas como El submarino, Stalingrado o La cruz de hierro ya lo hicieron en su momento, pero aquí Kadelbach, el director, va más allá porque dota de recorrido a los protagonistas. Todos viven la guerra, todos ven la guerra y todos cambian con la guerra. Se nos muestra el lado alemán, el lado orgulloso y vencedor que con el paso del tiempo ve que esa Victoria Final no existe, es una quimera. Y hasta el más convencido ve que no es así, ve que es imposible. El segundo aspecto que más me ha sorprendido de la serie es como se trata todos los temas tabú: el nazismo, el odio hacia el judío, la violencia de la Gestapo o SS, el comunismo, la violencia de los partisanos… Todo está tratado con una “objetividad” (va entre comillas porque es imposible lograrla) que es extraña en este tipo de contexto. Bien es cierto que una de las tesis de la serie es que la guerra saca lo peor que lleva el hombre dentro, ejecuciones a sangre fría (algunas después de darle un pitillo, como el teniente Speirs), el juego a dos bandas por parte de algunos de los personajes, el trato a algunos sectores de la población, el batallón de castigo, el asesinato de niños, la paliza que le dan a Friedhelm (Tom Schilling) sus propios compañeros, son algunos de los ejemplos que hay.
Cada personaje hace algo malo y a partir de ahí intenta remontar el vuelo. Un asesinato, una denuncia, una infidelidad, cualquier ejemplo sirve. Pero no todos son así. Por ejemplo Friedhelm, el hermano pequeño, es un personaje enrevesado, el más complicado. Empieza la guerra como alguien señalado por cobarde. No quiere entrar en combate si no es necesario. Pero a medida que pasa la serie se va transformando. Deja de ser pequeño, asustadizo, intelectual y pasa a ser alguien que se adapta a las situaciones sin perder el norte. Sabe que la guerra está perdida, que no hay posible salvación, pero sigue luchando “no por la victoria, sino por el hombre al que tienes al lado”. Es un superviviente nato. Wielhelm, su hermano mayor, no es así. Empieza como oficial y acaba huyendo del horror. Se humaniza a lo largo del conflicto, y lo hace arriesgando su vida, asumiendo que seguramente muera a lo largo de la guerra. Cada cual tiene sus miserias, pero eso no hacen que no crezcan. Cada cual sufre lo indecible, pierde seres queridos, su alegría, sus esperanzas, pero no por ello dejan de crecer como personas. Pues lo último que les puede quitar la guerra es su libertad.
Es una serie de guerra y no solo hay batallas, las hay pocas, son pequeños enfrentamientos y están bien rodadas. Cámara en mano, con una fotografía que me recuerda a la famosa serie de Spielberg y Hanks Band of Brothers. Todo es rápido, con cambios de cámara para hacerlo más rápido y fluido. Sucio, triste, violento. Pero si de violencia hablamos, los momentos más duros son los que no te esperas. El papel del Destino es casi fundamental en la historia, ya que a veces parece que juega con los cinco amigos y lo hace de forma cruel. Es cierto que mucha violencia, pero en la mayoría de las ocasiones la elipsis está presente, en muchos momentos, pero no todos.
Pero no todo es violencia, también hay momentos de descanso, de reflexión y de bondad. Charly (Miriam Stein), la enfermera, es la que más refleja esto. Después de delatar a su ayudante judía, sabiendo que ha condenado a muerte a una persona cambia y buscará reparar ese daño. Buscará conseguir que todos los que le rodean sean felices, de ahí su amistad con una enfermera rusa, sus enfrentamientos con Hieldegard (Henriette Richter-Röhl), otra enfermera que la acusa de retrasar la victoria final. Se nota que la guerra le ayuda a madurar, porque deja de pensar en la ideología y empieza a pensar en las personas. Esta es otra de las tesis, pues como dice uno de los personajes: “No es una guerra normal, sino de ideología”. Pues la bandera invisible de la humanidad sale muchas veces a relucir en esta guerra, no todo está perdido.
Unsere Mütter, uniere Väter, que así se llama la serie (Nuestras madres, nuestros padres) habla de esa generación, la de que fue luego padre o abuelo de la generación del director. Una generación que perdió mucho y ganó poco. Habla sin tapujos, habla de alemanes que son malos (habitualmente nazis, ya que los que no, son gente sin conocimiento) y de otros que son buenos, de partisanos que odian y otros que lo hacen pero saben razonar, de rusos sin compasión y otros que si lo tienen. Del amor, de las compensaciones amorosas, de la fidelidad a la palabra dada, de la coherencia con lo que se piensa, de la compasión, de la locura que es algo como una guerra que se sabe perdida pero no se quiere ver.
@fserloz
Publicado en Tócala otra vez, Sam