Los negocios turbios de Iñaki Urdangarín salpican de lleno a la casa real y ponen en evidencia la debilidad de una institución obsoleta, que carece de legitimidad democrática y ahora queda claro que también de ética. Imagino que la monarquía antes o después terminará por apartar de su lado al duque de Palma en un intento desesperado por mantener intacta una imagen que se resquebraja hasta romperse. El yerno real no parece trigo limpio y cuesta creer que en la Zarzuela no levantaran sospechas los ingresos multimillonarios de un ex jugador de balonmano, que en pocos años amasó una fortuna, al amparo de una asociación sin ánimo de lucro. ¿Nadie preguntó nunca a Urdangarín cómo pagó el palacete de Pedralbes, en Barcelona? ¿Acaso el rey jamás se interesó por la procedencia del capital del que hacía gala el marido de su hija? Muchas voces pensaron que el contrato de Telefónica en Washington era sólo una coartada para escapar del fuego antes de que las llamas le alcanzasen. Parece que tenían razón. Ojalá algún día también se investiguen, aunque sólo sea por transparencia, las finanzas del rey y sobre todo su origen. Os adjunto un enlace a un artículo de Manuel Rico, en el diario Público.
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