Un día fue un gran jugador. De balonmano, más concretamente. Un jugador que con sus balonazos ayudó a conseguir triunfos al Barça y a la selección española. Pero aquello acabó.
Tenía una vida normal, una familia normal y una novia normal y formal, pero alguien se atravesó en su camino, cuando estaba a punto de casarse. Ni más ni menos que una infanta. ¿Y quién se resiste a una infanta? Pues eso, Urdangarín no. Y vino lo del braguetazo.
Abandonó a su novia de toda la vida y se apuntó al cuento de “La princesa y el deportista”. Y entró en la familia real, un buen chico, alto, fuerte, parecía que no hubiera matado una mosca en su vida. Pero, ocultaba una codicia dormida. Y allí, se dio cuenta de que la vida era fácil, de que para tener lo que se quería bastaba con pedir. Una asignación digna, pero que muy digna, y pertenecer a una familia que tenía todo, le despertaron su instinto depredador, su codicia.
Llegó el momento de salir al mundo de los vivos y se dio cuenta de que era fácil conseguir lo que se quería, viniendo de dónde venía. Y era muy simple pasar de yerno real a gran ejecutivo. En este caso fue nombrado, probablemente por él mismo, presidente del Instituto Nóos. El pobre tenía que trabajar y ganarse la vida con el sudor de su frente, y no iba a empezar de chapero, comenzó, como corresponde a un miembro de la casa real, por las alturas.
Allí, junto a su socio, Diego Torres, amigo y gerente del Instituto Nóos –por cierto, una fundación sin ánimo de lucro, en teoría—, empezó a forjar su futuro. Y gracias a ser quien era, pudo entrar en contacto con gente de alto copete, por ejemplo Jaume Matas, entonces presidente de Baleares, Francisco Camps, quien era presidente de la Comunidad Valencia por aquel entonces, y también con el presidente de la SGAE, Teddy Bautista.
Y consiguió negocietes importantes con ellos, y le llegaron unos 7 millones de euros, cuya parte más importante pasó rápidamente a empresas que creó a tal fin, de propiedad compartida con su real esposa, la infanta Cristina.
Y ahora, resulta que por culpa de un juez quisquilloso, el pobre se ve como se ve. Aunque hay que reconocer que todavía se nota quién es, porque si no, habría que preguntarse por qué su amigo Diego Torres está imputado y él no, siendo el presidente o por qué los medios de comunicación obvian hablar de la infanta Cristina cuando ésta era propietaria al 50% de algunas empresas donde llegó gran parte del dinero.
Se habla de contratos inflados, de contratos inexistentes por los que se cobró y de otras trampillas. Poca cosa, en definitiva. Hay que reconocer que el pobre no podía comportarse como un mortal normal, tenía que llevar una vida apropiada a su estatus. Y eso es lo que hizo. Y pidió ayuda a dos presidentes de comunidad –simple casualidad que fueran peperos y los dos corruptos— y un amiguete –Teddy Bautista-- para poder tener un nivel digno de vida.
A todo esto, durante el tiempo que duró el episodio que se cuenta, actuó de tesorero, en el ahora famoso instituto Noos, Carlos García Revenga, casualmente el que era también, en ese momento, asesor de las infantas. Pura casualidad, no vayan a pensar mal.
Y llegó el día que se destapó el pastel. Fue entonces cuando el afectado, su esposa infanta y su prole se fueron para las Américas, a oxigenarse y apartarse del tufo que dicen que ya había empezado.
Hoy nos encontramos con que se ha descubierto el lío. Y ya saben cómo son los medios de comunicación, insaciables, van a por el “pobre hombre”.
Parece que el rey está cabreado, que no ha tenido suerte con los yernos. Lo que pasa es que al rey le ciega la pasión, si no sería fácil que viera que más de una de las empresas que se han visto enriquecidas por ese pelotazo eran, en el 50% de su hija, la infanta. Pero claro la peste ciega sus ojos.
Todavía no ha dicho ni pío. Es difícil entender como no ha cesado a Carlos García Revenga, asesor de las infantas y que fue tesorero del Instituto Noos durante los años en que se produjeron los hechos.
Se está intentando presentar todo como si el socio de Urdangarín, fuera el gran delincuente, de hecho es quien ha sido imputado, mientras que el yernísimo que era el presidente de Nóos no lo ha sido, y la “pobre infanta pasaba por allí”.
Si la ley tiene que ser igual para todos, ha de empezar por Urdangarín, pero no se tiene que quedar ahí. La infanta Cristina tiene responsabilidad en lo ocurrido, al menos era propietaria de más de una empresa de las “beneficiadas”.
Salud y República