Urraca I de León, (1080-1126). Nació en 1080 en León, falleciendo en 1126, con 44 años de edad, en el castillo de los condes de Saldaña, en Palencia. Sus restos reposan en el Panteón de Reyes de San Isidoro de León.
Poco después de la muerte de Alfonso VI el Bravo y de acuerdo con sus disposiciones, se celebró en el castillo de Muñón, cerca de Burgos, la boda entre Urraca, heredera de León y Castilla y Alfonso I el Batallador, Rey de Aragón y Navarra. Urraca había accedido a la celebración de esta boda en contra de su voluntad, y si lo hizo fue por no contravenir la voluntad de su padre y la voluntad de los nobles partidarios del aragonés. Parecía que todo iba a resultar tal y como Alfonso VI el Bravo lo planeó: la unión de León y Castilla con Aragón iba a ser gloriosa y definitiva. De momento, Toledo, gracias al valor de Alvar Fáñez[1], resistió con éxito logrando que el nuevo emir almorávide, Alí Ben Yusuf se retirara. Alfonso I el Batallador vencía y daba muerte a al-Mustain de Zaragoza en la batalla de Valtierra (Navarra), el dos de enero de 1110, mientras Urraca acudía en ayuda de su esposo con un Ejército castilloleonés.
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Reina Urraca I de León
Las desavenencias dificultades pronto iban a separar a los dos bisnietos de Sancho Garcés III el Mayor de Navarra. El cluniacense francés Bernardo de Sedirac, Arzobispo de Toledo, se opuso desde el primer momento a este matrimonio, que cerraba el paso a la dinastía borgoñona, representada por Alfonso Raimúndez, hijo de Urraca y de esposo fallecido, Raimundo de Borgoña, – futuro Alfonso VI el Bravo – alegando como pretexto que eran primos segundos. Un año después, consiguió que el Papa Pascual II declarara nulo el matrimonio. Por otra parte, el partido antiaragonés, constituido Pedro Froilaz, conde de Traba, Jefe de la poderosa familia Trastámara de Galicia, y el Obispo de Santiago, Diego Gelmírez, poderosos y ambiciosos tutores del joven Alfonso Raimúndez, serán capaces de defender los derechos sobre Galicia, o sobre el Reino entero, de su pupilo. Teresa, hija de una concubina de Alfonso VI el Bravo y casada con el borgoñón Enrique, tampoco veía con buenos ojos el matrimonio de Urraca, puesto que ya había puesto objeciones el anciano Rey, máxime cuando esperaban ser padres de Alfonso Enríquez, destinado a ser el primer Rey de Portugal. Todos estos problemas e intrigas hubieran desaparecido si el matrimonio de Alfonso I el Batallador y Urraca hubiera engendrado con rapidez un hijo. Pero éste no vino y las desavenencias políticas y personales comenzaron muy pronto. Las rupturas y reconciliaciones se sucedieron, según los intereses políticos de cada uno, hasta que llegó la ruptura definitiva.
Urraca, de 29 años, apasionada y celosa, ya conocía el matrimonio y la política pues había gobernado Galicia tras la muerte de su esposo Raimundo. Orgullosa de su autoridad real, siempre estaba dispuesta a hacer valer sus derechos de esposa y Reina. Alfonso I era feliz entre sus soldados, viviendo como un cruzado y en lucha permanente contra los enemigos de la cristiandad. Dos caracteres tan opuestos chocaron desde un principio sin que ninguno tratara de contemporizar, sin tener en cuenta los beneficios que una unión política y territorial reportaría a ambos Reinos.
Desde 1110 a 1126, fecha ésta última del fallecimiento de Urraca, no hubo paz. Las luchas fueron continuas entre los partidarios de Alfonso Enríquez, los de Urraca y los de Alfonso I. El conde de Traba, Pedro Froilaz, y Diego Gelmírez, Obispo de Santiago, se levantaron en armas enarbolando el estandarte de Alfonso Raimúndez, siendo vencidos por Alfonso I, quien rápidamente se trasladó se trasladó a Aragón para poner orden en los disturbios que habían estallado en Zaragoza al rechazar los partidarios de los almorávides a Abd al-Malik, hijo y sucesor de al-Mustain.
La anulación de eclesiástica del matrimonio llegó durante la ausencia de Alfonso I, y Urraca, tras consultar con varios Obispos, optó por la separación. En 1111, Alfonso Raimúndez fue ungido y coronado Rey de Galicia en Santiago, con toda probabilidad con el consentimiento de su madre. Mientras tanto, en un intento de reforzar su posición, Urraca tomó por amante al conde Gómez González, perteneciente a la noble y poderosa casa de los Lara.
La guerra civil obligó a Urraca a permanecer, casi siempre, a la defensiva, tejiendo y rompiendo pactos, según se desarrollaran los cambiantes acontecimientos. El 26 de octubre de 1111, Urraca fue derrotada en Candespina[2] por las fuerzas aliadas del conde de Enrique de Portugal y Alfonso I el Batallador. Urraca envió emisarios al conde Enrique proponiéndole un reparto del Reino, con lo que éste abandonó la alianza con el aragonés uniendo sus fuerzas a las de Urraca. Alfonso I, acosado ahora por fuerzas superiores, tuvo que retroceder y refugiarse en el castillo de Peñafiel. La lucha se volvió más caótica y el enfrentamiento entre los bandos no cesaba. En 1112, Urraca se alió de nuevo con los partidarios de su hijo y con el conde Enrique de Portugal, en un intento por recuperar el Reino de Castilla que había quedado en posesión de Alfonso I tras la anulación del matrimonio. Avisado, Alfonso I acudió a interceptarlos en Astorga, pero fue derrotado y buscó refugio en Carrión de los Condes, donde tras arduas negociaciones vuelven a reconciliarse Urraca y Alfonso I. Finalmente, cansado de tantas rupturas y conciliaciones, y de tanta lucha inútil, Alfonso I decidió terminar definitivamente con Urraca, a la que repudió.
Urraca no alcanzaría la paz. Castilla estaba dividida en partidos, uno de los cuales se inclinaba por el portugués. El condado de Portugal, en manos de Teresa, viuda ya de Enrique, que había muerto en la defensa de Astorga contra las fuerzas de Alfonso I el Batallador, reclamaba una independencia cada vez mayor. Galicia, que apoyaba los derechos de Alfonso Raimúndez, vivía inmersa en las luchas entre los partidarios de éste y los de Urraca. Asedios, motines, incendios y traiciones obligaron a Urraca a firmar en 1117, con la mediación del Obispo Diego Gelmírez, una alianza de buenas relaciones con su hijo, cuya duración se fijó en tres años, llamado el Pacto del Tambre, tiempo que fue aprovechado por Alfonso Raimúndez para ampliar las bases de su poder. Urraca quiso compensar la complicidad de Gelmírez dándole el Señorío de Santiago, lo que satisfacía sus desmedidas ambiciones. Sin embargo, los burgueses temerosos de que fueran recortadas sus libertades, se amotinaron e incendiaron la Catedral que se estaba construyendo, en uno de los cuyos campanarios se habían refugiado Urraca y Gelmírez. En la confusión que se originó, el Obispo pudo huir, aunque su hermano y su mayordomo fueron capturados y ajusticiados. La Reina, prisionera, fue vejada; despojada de su ropa, le arrojaron desperdicios y piedras. Con engaños, Urraca pudo escapar, pero volvió rápidamente a la ciudad con el Ejército que estaba acampado a las afueras, castigando con dureza a la población por su desobediencia. Gelmírez fue repuesto en su cargo.
Finalizada la tregua de los tres años, Urraca reclamó la plena soberanía de Galicia estableciendo un pacto con Diego Gelmírez por el que le otorgaba como Señorío la totalidad de las tierras gallegas. El ambicioso Gelmírez abandonó el bando de Alfonso Raimúndez enfrentándose a sus partidarios, que sufrieron una derrota. Aprovechando estos incidentes, Teresa de Portugal se apoderó de Tuy y de varias plazas al Sur del Miño; pero, en 1121, fue derrotada por Gelmírez en Lanhoso[3]. Urraca, temerosa del enorme poder que estaba acumulando el Obispo, intentó limitar o anular su influencia. A tal efecto le hizo detener, pero Gelmírez consiguió el apoyo del clero bajo y del pueblo, oponiéndose a las intenciones de la Reina promoviendo algaradas y alborotos. Ante el cariz que estaba tomando la revuelta, Urraca viajó a Santiago acompañada de su amante y quizá ya su esposo, Pedro González de Lara, del que tenía dos hijos, y firmó un nuevo acuerdo con Gelmírez en 1123.
Las luchas civiles no eran las únicas que asolaban a Castilla y León durante esos años. Los almorávides prosiguieron su avance arrebatando varias plazas a los castellanoleoneses. Afortunadamente, los ataques lanzados por catalanes y aragoneses impidieron que los daños infligidos a León-Castilla fueran mayores.
Pese a todas las dificultades y al desprestigio en que había caído la Monarquía, Urraca siguió siendo, hasta su fallecimiento, lo que desde un principio pregonaron sus diplomas: “Totius Hispaniae Regina”. En Portugal, Alfonso Enríquez apartaba a su madre, Teresa, del Gobierno y consolidaba una posición que le llevó a proclamarse Rey y a independizarse de la Monarquía castellanoleonesa.
El ocho de marzo de 1126, Urraca fallecía en el castillo de Saldaña, a los 47 años, tras 17 de agitado reinado y, según parece, de parto. Inmediatamente, el día 10 del mismo mes Alfonso Raimúndez entraba solemnemente en León disponiéndose a reinar con el nombre de Alfonso VII el Emperador.
Autor: José Alberto Cepas Palanca para revistadehistoria.es
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Bibliografía
RÍOS MAZCARELLE, Manuel. Diccionario de los Reyes de España.
CONTRERAS Y LÓPEZ DE AYALA, Juan. LOZOYA, Marqués de. Historia de España.
[1] El noble Álvar Fáñez, o “Álvaro Háñez”, llamado históricamente Minaya (1047-1114), fue uno de los principales capitanes del Rey Alfonso VI de León tanto en la conquista de las taifas del Norte de la Península Ibérica, como en la repoblación de los territorios así ganados a los musulmanes y en la defensa frente a la expansión del Imperio almorávide. Cumplió un destacado papel protegiendo la frontera de Castilla entre Cuenca y Toledo, región que a mitad del siglo XII era conocida como “tierra de Álvar Fáñez”.
[2] La batalla de Candespina tuvo lugar en el Fresno de Cantespino (cerca de Sepúlveda, Segovia) y que enfrentó a los ejércitos de Alfonso I el Batallador contra una coalición de tropas leonesas, castellanas y gallegas que defendían el partido de Urraca I.
[3] Póvoa de Lanhoso es una villa portuguesa del Distrito de Braga.
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