En la fotografía que ilustra la entrada de hoy, Dick Perry, gobernador de Texas, dispara al aire durante un acto, un acto político, quiero decir. No me imagino yo a Zapatero, a Rajoy, Camps o Pepiño Blanco, el del “conceto”, arengando a las masas a tiro limpio, con un revólver del cuarenta y cinco. Menos aún, que en una autonomía, estado, o como quiera llamársele, exista una propuesta de ley que permita a los alumnos universitarios, acudir armados a clase. Eso sí, con armas cortas. Estarán prohibidas las automáticas, subfusiles y otro tipo de artilugios similares, no vayan a creer ustedes que se tratan de unos desalmados. En Texas, dentro de unos años, terminará por ser profesor el más rápido en desenfundar el colt, como hace unos doscientos años, de tal guisa que retrocedemos en vez de avanzar. No falta quien apoya la propuesta indicando que la mejor defensa contra quien sea portador de un arma es el conocimiento de que puede, a su vez, ser disparado, así que nada, cartuchera y a clase, no sea que además de suspenderme, el catedrático de turno me emplace al alba en el campus. ¿No se le habrá ocurrido a nadie que la mejor forma de no disparar es eliminar las armas de fuego?. Estados Unidos presenta el mayor número de víctimas civiles en un país civilizado por este tipo de atentados, algo que debería llevar a la reflexión a individuos como el Sr. Perry, que acude a los mítines provisto de su revólver, reglamentario, o no. También hay quien dice que no se puede atentar contra la libertad del individuo para disponer de un arma de fuego con la que defenderse, aunque uno, pacifista convencido, cree que debe de primar la libertad de cada sujeto de no convertirse en otra nueva y absurda víctima de la violencia generada precisamente por los defensores de esos supuestos derechos.