Revista Cine
Todo el mundo sabe que Usāmah bin Muḥammad bin ʿAwaḍ bin Lādin, el cabecilla de la organización paramilitar al-Qā‘ida, el terrorista más buscado, el más odiado por el pueblo norteamericano, fue encontrado en la madrugada del 2 de mayo, noche del 1 todavía en Washington, en una casa a las afueras de Abbottabad, ciudad tranquila y agradable al noreste de la Islami Yamahuriat Pakistan, muerto a tiros y arrojado al mar Arábigo desde el portaviones USS Carl Vinson (CVN-70), tras una ceremonia funeraria religiosa según la tradición musulmana (¡¿?!). Contar la vida de este hombre, que si provenía de una rica familia saudí, si viajó con los suyos por el norte de Europa y veraneó por Marbella, si fue el ojo derecho de la CIA mientras combatió a los soviéticos en las montañas de Afġānistān, que no disimulo su regocijo al ver como se desplomaban las torres del World Trace Center, son detalles biográficos que ahorro: o se saben, o se buscan por la www si hay interés o, en caso contrario, es que no llama la atención la Historia de nuestro tiempo. Hablar de que cuando los Navy SEALs -cuerpo de la marina en el que quería servir una O'Neill con el cuerpo de Demi Moore, ¿recuerdas?- que entraron en el patio de su búnker, modesto de mobiliario pero caro de construcción, en dos helicópteros -si uno fue derribado, ¿cómo fue la huida?; ¿hay a-de-ese-ele en la zona, Facebook desde el que informar del ruido de la maniobra, pero no cámaras fotográficas?-, lo encontraron con su escolta -¿se sublimaron los cuerpos y por eso es imposible la exactitud matemática, saber si eran 17 o 18?; ¿escapó alguno?-, una de sus esposas -¿era otra mujer?; ¿la utilizó de escudo humano?; ¿qué ha sido de ella?-, desarmado o no -¿con un billete de 500 € y un papel con un par de números de teléfonos cosidos en sus ropas?-, es, además de una banalización de los hechos, la demostración de que el radicalismo musulmán vive en otro siglo. (El 2 de noviembre de 2007, la perseguida Benazir Bhutto reveló que Bin Lādin había sido asesinado, y con anterioridad varios portavoces norteamericanos informaron de la eliminación, ocasiones que rápidamente fueron desmentidas, no como esta, en la que sin más pruebas que unas fotografías y una grabación de video que nos han negado y unas muestras de sangre y ADN que no podremos analizar, no hay motivos para la desconfianza.)
Que el mundo es más seguro hoy es tan cierto para nosotros, los occidentales -¿dejarán los aeropuertos de ser esas salas de negación de la dignidad en que se convirtieron tras el 11-S?- como que han llorado su pérdida más de cuatro que no son seguidores de las profecías de Muhammad. Que para conseguir la dirección de su paradero, la información sobre sus movimientos y forma de vida, el gobierno de los USA, con la fidelidad y confianza de algunos de sus muchos departamentos destinados a la operación, ha tenido que torturar y, me atrevo a vaticinar, pagar con dólares la traición, es cosa que no necesita ni pensarse dos minutos: ¿acaso la prisión de Guantánamo se rige por reglamentos convencionales? Y es allí en el origen, pero también en el resultado final, en dónde se plantea un grave problema moral: ¿todo fin justifica los medios? Rotundamente, ¡no! Siempre he creído que cuando algunos dicen que en el amor y en la guerra todo está permitido, lo que demuestran con ello es su debilidad: se ha de luchar para calmar el deseo, carnal o asesino, pero dentro de un orden y siempre sin perder la razón, sin poner en entredicho nuestra supremacía en la escala animal, tal vez, casi seguro, la única pirámide sin igual en todo el Universo.
Ver las fotografías de Alabado Obama, Vice-Biden, Hillary 2 Lives y el resto del equipo de Seguridad Nacional en la oficina de "situaciones" de la White House, mientras contemplan el asalto de las tropas de élite al refugio del responsable directo de las matanzas de Dar es Salaam (Tanzania) y Nairobi (Kenya) -en la página del FBI son los dos atentados del 7 de agosto de 1998 los únicos que se le achacan, de otros (sin especificar New York City, Bali, Madrid, London, Argel...) lo hacen sospechoso-, me llevan a plantearme cuántas situaciones similares nos habrán ocultado y habrán acontecido mientras paseábamos tan tranquilos por los pasillos de los supermercados con nuestros carros cargados de víveres, dormíamos a pierna suelta, conducíamos en busca del sol, el mar, la oportunidad irrechazable. Me cuesta creer que ese espectáculo de gritos, balas, carreras desesperadas, esa retransmisión de la misión, circo romano con palco exclusivo para los veladores de la Democracia, cacería con tintes de carnicería que, de momento, no programan ni los canales televisivos de pago -aunque sepamos el final: ¡qué más daría!, nos pegaríamos sedientos de sangre a nuestras pantallas-, me obstino en creer que esa representación Hyper 3D de un videojuego más real que la vida misma era la primera vez que tenía lugar. O tal vez sí, pensándolo mejor: hubiesen desarrollado y depurado tan visceral entretenimiento hasta hacer que las armas que portaban los temibles soldados estadounidenses fuesen disparadas por control remoto por la mismísima plana mayor invitada al directísimo.
Lo único sensato, por el momento, ha sido no difundir la imagen ensangrentada de Usāmah, si es que hemos de creer que falleció de un certero disparo y no de otro modo que, aunque con idéntico final, dejase en evidencia la limpieza de una operación que si, lleva a otro país a cruzar sus fronteras físicas o constitucionales para capturar, o matar, a algún terrorista local -¿he de recordar el caso de las víctimas del GAL, sucia y mezquina maniobra que se llevo a cabo en suelo hispano-francés en los tiempos de FX González?- se hubiese puesto en entredicho. Prudencia que he de presuponerle, aunque me cueste los suyo, al "anónimo" soldado que va a ser condecorado por tan buen ojo y oficio, esperando que su disciplina, y la recompensa, le ayuden a superar todo afán de protagonismo y le impidan vender su versión de los hechos. La misma cautela que concedo al resto de sus compañeros. Idéntica a la que no han demostrado los primeros ministros, embajadores y otros diplomáticos de medio mundo con sus prisas a la hora de enviar la felicitaciones al gabinete de Alabado Obama, dirigente de un pueblo del que comprendo su euforia, aunque no la comparta, lo que no quiere decir que defienda lo contrario, lo indefendible.Claro que cómo esperar menos del país que se hizo a tiro de Colt, a retroceso de Winchester, que un día invadió la caribeña isla de Granade con la excusa de unas maniobras militares, que se negó, hace más de una década, a firmar y ratificar el Estatuto de la Corte Penal Internacional, sin que le diese vergüenza posicionarse del lado de países tan conversadores Cuba, Yisra'el o Al-‘Irāq. Y es que, nos guste o no, los USA son el imperio de nuestros días, y con sus piedras de molino hemos de comulgar creyentes, agnósticos y ateos.
Y mientras esperamos que ningún pescador del índico se haga con el cuerpo del hasta ayer enemigo público n.º 1 -harto improbable, si no imposible-, los chinos, con su aplauso, parecen no tener prisa, medios o medidas para situarse a la cabeza de un mundo más seguro, sí, pero mucho más peligroso hoy que ayer. Y no por la amenaza del yihadismo, precisamente.
Refugio de Usāmah bin Lādin en Abbottabad