En España se han perdido los matices. Y se han perdido porque los que intentan matizar no han conocido aquella España en la que los matices eran tan importantes. En la actualidad, los izquierdistas furibundos –y por lo normal, bastante analfabetos–, han simplificado hasta la extenuación de la inteligencia las diferencias. Todos aquellos que no piensan como ellos son fascistas o fachas cavernícolas, nostálgicos del franquismo. Los que me conocen saben que nunca fui franquista. Mis ideales estaban en el exilio. No así los de Juan Luis Cebrián, por ejemplo, hijo de falangista convencido, y director de los servicios informativos de TVE, la única, en la agonía del régimen anterior. Su jefe supremo se llamaba Carlos Arias Navarro. La izquierda española está repleta y rebosada de franquistas arrepentidos, de camisas azules vueltas del revés, de yugos y flechas camuflados entre rosas y martillos. El cambio es sencillo. El brazo alzado con la mano abierta, el saludo romano del fascismo, se convierte en el símbolo gestual de socialistas y comunistas con la sencilla operación de cerrar la mano y convertir en puño lo que era palma.
Franco no supo ganar. No fue generoso ni misericordioso. Con toda probabilidad, algo más de lo que hubieran sido los del Frente Popular en el caso de vencer en aquella Guerra Civil que aún nos pesa. Las extralimitaciones contra los derechos humanos compiten en inflexibilidad y crudeza en uno y otro bando. Lo que nadie puede negar, superando la irritabilidad lógica y comprensible que aún sostiene el odio de muchos españoles, es que al cabo de tres décadas, el franquismo había creado en España un tejido social basado en la clase media, aquella que España tanto echó en falta en el siglo XIX y los primeros decenios del XX. España era gobernada por un régimen autoritario, pero infinitamente más benévolo que las dictaduras comunistas. Y aquella clase media fue la clave de la creación de la Seguridad Social, que fue un logro del franquismo, aunque muchos no quieran entenderlo, ni asumirlo, ni aceptarlo. Franco murió en la cama de uno de sus hospitales.
Alfonso Ussía.
Reflexión publicada hace algo más de una semana en un diario de tirada nacional y que da idea, una idea clara, cristalina, del diferente prisma con el que se analiza la historia y la situación actual por parte de alguien a quien los progresistas llaman facha. El recurso a la descalificación fácil, tildando de fascista todo lo que se aparte del ideario políticamente correcto por ellos mismos establecido, es la norma, no solo entre los socialistas de Armani y Visa Platino, sino también por parte de los “mass media” controlados por hijos de falangistas. En fin, que un poco de tolerancia, como de la que hace gala el Sr. Ussía, vendría bien a todo el mundo, y especialmente al conjunto de la nación, para que la marca España no venda solamente toros y selección nacional.