En el post anterior dijimos que se había evitado deliberadamente la referencia a epónimos que tuvieran como origen nombres propios de persona. Vamos ahora con ellos, pues esta fuente inagotable hace doblemente humano el lenguaje, en cuanto el grupo no solo es creador y destinatario natural del lenguaje, sino que es también generador de su propio contenido. Parece que estemos ganándole la carrera a la Naturaleza, y que nos veamos en la necesidad de nominar más cosas de las que naturalmente existen, y por otro lado que necesitemos clasificar todo lo existente tan rápido que no esperemos a que funcionen los mecanismos habituales de generación de neologismos. Por más que así sea, adelanto ya que los aquí traídos son solo una muestra de los que cualquier investigador podría descubrir, pero, al contrario de lo que sucede con otros, no parece que sea este mecanismo de los que motivan enjundiosos tratados, así que lo aquí expresado es solo el fruto de mi curiosidad.
LA CIENCIA
En la ciencia podríamos decir que el epónimo es el tributo de agradecimiento público hacia quienes han ayudado en el desarrollo social. Por eso los hay muy antiguos, como galeno, que procede de Galeno de Pérgamo, médico griego de los siglos II-III que sirvió de guía a los médicos durante siglos en Europa hasta que fue desacreditado en la Edad Moderna por apreciaciones incorrectas sobre la anatomía humana. Al parecer, Galeno empezó sus estudios de anatomía en el Mediterráneo helenístico diseccionando cadáveres pero los culminó en Roma, a donde le llevó su fama, pero donde esas técnicas estaban prohibidas por la ley, lo que le obligó a usar cadáveres de animales de los que extrapoló conclusiones equivocadas. Sin embargo ello no debe empañar el mérito de su labor ni el brillo de su figura.
De la misma forma tenemos un gran ejemplo en el matemático musulmán de los siglos VIII-IX al-Juarismi, de quien al parecer proceden los términos guarismo y algoritmo.
Como estos hay muchos otros ejemplos, antiguos o modernos, como el del médico John Dalton, el científico inglés que identificó el daltonismo a principios del siglo XIX.
Es un caso singular el de las unidades de medida, pues por lo común toman el nombre del investigador que las definió y ponderó. El pascal (unidad de presión, de Blaise Pascal), el voltio (de Alessandro Volta), el amperio (de André-Marie Ampère), el hercio (de Heinrich Rudolf Hertz)… La lista es tan amplia que la Wikipedia tiene una entrada denominada Unidades epónimas que puede consultarse en https://es.wikipedia.org/wiki/Categor%C3%ADa:Unidades_ep%C3%B3nimas
INVENTORES E INVENTOS
Ha sido bastante común la derivación realizada a partir del nombre del investigador o del descubridor, y algunos ejemplos son muy reconocibles: hablamos en post anteriores de algunos sobre los que vamos a extendernos un poco, e incluiremos algunos más.
Es curioso pasar a la posteridad relacionado con una máquina de asesinar. La guillotina, ese curioso aparato que siempre relacionamos con la Revolución Francesa, debe su nombre al diputado de la Asamblea Nacional francesa Joseph Ignace Guillotin. Este hombre era cirujano de profesión, y conocía aparatos que mataban por decapitación que eran usados en Alemania, Bohemia, Escocia, Inglaterra… Desarrolló la guillotina con ayuda de algunas personas y propuso repetidamente en el parlamento que fuera usada como método democrático y compasivo con el reo. Hay que recordar que en aquella época solo los nobles tenían derecho a ser decapitados, y que las formas de ajusticiar a los pobres eran bastante más degradantes y crueles (da escalofríos pensar en los efectos del garrote vil en el ajusticiado antes de morir). Convencida la Asamblea, comenzó a usarse a partir de 1792, y su uso se prolongó hasta 1977. Sin poder confirmarlo, se dice que la inclinación de la hoja de la cuchilla, que mejora considerablemente su efectividad, fue una recomendación del rey Luis XVI, quien posteriormente tendría ocasión de comprobar en carne propia la efectividad del invento.
Esto de las máquinas de matar parece campo propicio para los epónimos. No deberíamos considerar tales winchester, kalashnikov o beretta, que derivan del nombre de sus inventores, pero sí cóctel molotov, un artefacto incendiario que recibió su nombre no por su inventor, sino por su destinatario. La historia es curiosa pero tiene unos antecedentes tan asombrosos que no quiero dejar de nombrarlos. La primera noticia que hay sobre estos “cócteles” incendiarios proviene de España, donde en 1831 se usó el llamado “Cóctel Domínguez” contra contrabandistas en la costa de Granada. No solo eso; el primero uso conocido fue contra tanques rusos T-26 en la Guerra Civil española por parte de los sublevados. Después el mismo sistema se usó en la Guerra de Invierno que Rusia emprendió contra Finlandia en la antesala de la Segunda Guerra Mundial. Los rusos, al mando del general Molotov, usaron bombas de racimo, pero según el comandante solo estaban repartiendo comida. La respuesta de los finlandeses fue: Si los rusos ponen la comida, nosotros pondremos los cócteles. Algo debieron aprender los rusos de aquello, pues ellos mismos usaron este método para enfrentarse a las temibles panzerdivision alemanas unos años después.
El caso de tupper puede que sea el más exitoso de todos. Lo consideramos incorrectamente un extranjerismo, pero en realidad es un epónimo de su creador, el químico estadounidense Earl Silas Tupper, que patentó la idea en 1944 a partir de investigaciones sobre el petróleo y el uso de desechos del refino que no fueran tóxicos. Llamó a su empresa Tupperware Plastics Company, pero todo el mundo conoce los envases como tupper. La RAE recomienda la adaptación táper (plural táperes) para que se adapte a la pronunciación en castellano, asumiendo ya que cuando instó a no usar este término, del que daba como sinónimos fiambrera, lonchera (¡!), tartera, tarrina o portaviandas, no tuvo gran éxito.
Vamos ahora a extendernos un poco con el jacuzzi, que ya mencionamos en otro post. Todos sabemos lo que es, aunque parece que la RAE no lo tiene muy claro. En la entrada correspondiente del Diccionario nos dice que jacuzzi es un anglicismo, y el Diccionario panhispánico de dudas lo repite, atribuyendo el nombre, dice, a los apellidos de sus inventores. Ambas cosas son incorrectas, porque Jacuzzi es un apellido italiano, y su propietario era italiano, aunque emigrante en Estados Unidos. El término no es, tampoco, una derivación de varios apellidos de varios inventores, pues el aparato fue desarrollado únicamente por Cándido Jacuzzi en los años 40 porque su hijo padecía artritis reumatoide que fue tratada con hidroterapia, así que el ingeniero pretendió con el invento hacer un “tratamiento casero” que tuvo éxito de inmediato. La adaptación gráfica propuesta es yacusi, por esa tendencia actual de las instituciones por acercar la grafía del término a la pronunciación “natural”, y que consigue que no reconozcamos gráficamente lo que sí reconocemos verbalmente, en una paradoja curiosa que consigue justamente el efecto contrario al pretendido. El tiempo dirá en qué deviene.
Respecto de baquelita, podemos decir que es un material duro y quebradizo (técnicamente, un polímero sintético termoestable) que inventó el químico Leo Hendrik Baekeland a partir de las investigaciones no acabadas de Adolf Von Baeyer. Parece que abrió el camino a todos los plásticos actuales, y que tiene las virtudes de ser resistente a los solventes y al agua y no conducir la electricidad.
Por otra parte, el zepelín es un tipo de dirigible de estructura rígida atribuido al militar alemán Ferdinand Von Zeppelin. Este señor parecía haber quedado muy impresionado por la navegación aerostática desde que la probara en una unidad del ejército norteamericano durante la Guerra de Secesión, y consta que intentó desarrollar un aparato que mejorara los inventados hasta entonces, particularmente los del profesor Thaddeus S. C. Lowe, pero no empezó a construir el suyo hasta 1899, unos años después de que el colombiano Carlos Albán, cónsul en Hamburgo, le cediera la patente del aerostato de estructura rígida que había inventado y patentado en 1888. Ignoramos el motivo de esa gran generosidad.
De todos los instrumentos musicales que se usan en la actualidad creo que el único que conserva el nombre de su inventor es el saxofón. Adolphe Sax lo desarrolló a principios de la década de 1840, con la intención de conseguir un sonido más metálico a partir de un clarinete, que era el instrumento que Sax tocaba. Por eso, y aunque construido en latón, el saxofón forma parte de la sección de viento-madera, y no de viento-metal, como sí lo son la tuba, la trompeta, el trombón o la trompa. De hecho, el saxofón no tiene una boquilla como la tuba, por ejemplo, y el sonido se produce por la vibración de una caña, y no por la de los labios, como sucede en todos los instrumentos de viento-metal. Sax puso gran empeño en patrocinar su invento, y de hecho sí se incorporó en obras de la época, pero su diseño inicial era un tanto simple y tenía ciertas limitaciones sonoras, que fueron solventándose poco a poco, cuando la patente de Sax ya había caducado. De todos modos, parece que su uso se limitó algún tiempo a las bandas militares, y que el uso sinfónico tardó en arrancar. Hoy es sin embargo muy popular, sobre todo relacionado con el jazz (que quizá debiéramos empezar a pronunciar yas, según estas adaptaciones que recomienda nuestra bienamada Academia).
LA BOTÁNICA
Para finalizar por hoy vamos a dar algunos ejemplos de epónimos relacionados con la Botánica, terreno fértil, y nunca mejor dicho, y bastante sorprendente. Un montón de botánicos han dejado su firma para siempre en esta ciencia. Veamos algunos ejemplos:
Anders Dahl, médico y botánico sueco de fines del XVIII, nombró la dalia.
Alexander Garden, botánico, médido y zoólogo escocés de la misma época, nombró la gardenia.
Carlos Linneo nombró a las camelias en honor de Georg Josef Kamel, un jesuita checo del siglo XVII que fue misionero en las islas Filipinas, y a todas las herbáceas denominadas artemisia en homenaje a la deidad griega Artemisa.
Louis Antoine de Bougainville, conde de Bougainville, fue un militar, explorador y navegante francés de fines del XVIII y principios del XIX que hizo la primera circunnavegación francesa, que se destacó por su descripción de Tahití y nombró las buganvillas.
Michel Bégon fue un naturalista y coleccionista de plantas con cargos destacados en la Marina francesa que vivió a caballo de los siglos XVII y XVIII. En su honor el naturalista marsellés Charles Plumier bautizó la begonia, una flor de las Indias Occidentales seguramente conocida gracias a él.
Hasta aquí por ahora. El próximo día bajaremos más al suelo de las personas corrientes, que también pueden pasar a la posteridad. A veces por motivos loables. Otras por todo lo contrario. Por eso llamaré a la última parte de esta serie Historias famosas e infames.