La oficina de la Seguridad Social que me toca en suerte en este pueblo donde vivo es digna de una novela rusa de Dostoievski, por lo menos. En algunos días saldré de viaje, a un país de la Unión Europea y he tenido que hacer las gestiones para obtener la tarjeta sanitaria comunitaria, esa que me da derecho a atención médica si la necesitase en el país de destino.
Pues bien, el proceso para que me atendieran en este mostrador público es el siguiente: he tenido que llamar por teléfono para pedir cita previa. Lo intenté unas 6 veces. Sonaba y sonaba el teléfono y nadie lo atendía. A la séptima vez un señor muy educado me dio una cita para el día siguiente a las 10.15.
Allí me presenté con la documentación requerida, y cuando llegué me dirigí a la mesa de información. Pero… sólo eran las 10.10. El funcionario me dijo: “tiene usted hora a las 10.15″, siéntese y espere. Asi hice. Cuando pasaron los cinco minutos, el señor aquel dijo en voz alta mi nombre. Acudí raudo. Y entonces…. el hombre, que cinco minutos antes me había mandado a sentar pulsó uno de los botones de la máquina de turnos, cortó el ticktet y me dijo: “tome, este es su número, siéntese allí y espere que lo llamen”.
Siento decirlo, pero se me quedó una cara de tonto espléndida: he tenido que llamar por teléfono para que un señor me diera cita para otro que lo único que hace es dar cita.
¿Ustedes entienden algo? ¿esto es para indignarse? ¿o no?