La prensa nacional, por lo general, no se ha caracterizado por su dignidad, pero, exceptuando la década autoritaria del fujimorismo, no recuerdo otro momento en el que hubiese sido tan rastrera y degradante. Su vocación por la mentira o, en el mejor de los casos, por la falacia poco disimulada, se ha vuelto moneda de cambio habitual, al punto de ya no poder lograr, siquiera, que sus intenciones pasen desapercibidas.
La prensa nacional, en estos días, pasa por una de sus facetas más tristes: su conducta pareciese la de una prensa violentada que se ha entregado por el terror a las represalias a una dictadura voraz que amenaza con destruirlo todo; lo triste, sin embargo, es que vivimos en tiempos democráticos y, en estos precisos tiempos, las líneas editoriales han sido entregadas sin pugna alguna, hasta con complacencia, al servicio de un único fin: la reelección del fujimorismo, uno de los proyectos políticos más nocivos de la historia del Perú.
Lo curioso es que aquí yace una paradoja que desafía la comprensión ordinaria: hoy la prensa se entrega sin pugna para lograr la reelección del fujimorismo, la fuerza política que en los 90 se encargó de comprar uno a uno a los canales de televisión y periódicos más representativos. Hoy vemos cómo la prensa, como un enamorado ingenuo y aventurado, se entrega gratuitamente en los brazos de esa misma fuerza política perversa –que antes pagó millones– sin pedir garantías, por el puro romance, en una suerte de enamoramiento ciego que a veces deja pasar, que se hace permisivo, autodestructivo.
Posiblemente el caso más doloroso sea el de Canal N –sobre todo para quienes lo vimos nacer derrochando coraje y dignidad cuando esos valores ya casi se habían extinguido–, espacio que representa por estos días una vergüenza tremenda que difícilmente se puede ocultar: reinas del pop en lugar de juramentos; pretendidas fallas técnicas en vez de conferencias de prensa; silenciamiento de periodistas disfrazado de situación administrativa; en suma, la acción deliberada de un directorio que pretende tapar a toda costa cualquier gesto del nacionalismo por tratar de renovarse, de mostrar apertura, capacidad inclusiva, cambio. El canal que hiciera patente la degradación más perversa del concepto de gobernabilidad democrática exponiendo el video Kouri-Montesinos sin tapujos y superando amenazas, ese mismo canal, amigos lectores, se ha convertido hoy en símbolo de la penosa época que atraviesa nuestro país: tiempos de dolor profundo en los cuales la dignidad ha corrido tras el dinero como un roedor hambriento; momentos en los que el coraje ha languidecido porque dejó de alimentarse de los valores que antes le daba fuerza.
En este contexto hay un tema en concreto que me indigna profundamente: el despreciable modo en que la prensa descalifica la capacidad de concertación de Ollanta Humala y su partido. Entiendo, sin duda, las honestas sospechas. Contra lo que me han sugerido varios lectores de mi último post (el mismo que fue inesperadamente muy leído, situación que agradezco muchísimo), desde esta tribuna no promuevo la ingenuidad ni una suerte de salto de fe, todo lo contrario y creo haber sido bastante claro al respecto; sin embargo, me incomoda la falta de consistencia del escepticismo de muchos de mis críticos: a OH no hay que creerle nada; a KF, aunque no haga gesto alguno, hay que entregarle el voto sin exigencias. Eso a mí me alarma.
Un caso emblemático de esta situación es el de Rosa María Palacios (apodada últimamente, con sorna, pero no de modo inexacto, como RM Falacias). Me quiero concentrar en ella por una cuestión que me parece significativa y es que se trata de una periodista inteligente y, a mi juicio, decente. Prefiero hablar de ella, entonces, porque es quizá el mejor síntoma de la situación que describo: aún donde hay inteligencia y decencia relativa la situación es desproporcionada y a veces hostil. Ni que decir de los inefables Mariátegui, Delta y cía. De ellos no me ocupo porque no reúnen las condiciones mencionadas y porque, además, solo muestran un nivel de podredumbre extrema cuyo exceso no abarca en igual grado a todo el periodismo nacional.
Como ustedes recordarán, RMP ha sido, probablemente, la más entusiasta “exégeta” del plan de gobierno de OH, “La gran transformación”. Ha sido muy crítica, con justicia en muchos momentos, con exageración en otros; pero honesta respecto de una posición: ella cree y ha creído que ese plan es nefasto para el país y ha defendido su posición con severidad, con ese ánimo de pontífice que la caracteriza siempre. El asunto, sin embargo, es que OH en un gesto que yo valoro muchísimo, incorporó en torno a sí a un equipo técnico variado que le permitió desarrollar un nuevo enfoque de ese primer plan, el mismo que fue presentado a la opinión pública como testimonio claro de su deseo de hacer un gobierno de concertación nacional. Se trata de un proyecto de ancha base que pretende, como se ha dicho numerosas veces, ser consecuente con el mandato popular: solo el 31% de los votantes eligió al OH de “La gran transformación”, de allí que haya sido necesario establecer ajustes para hacer un gobierno inclusivo, razón por la cual el documento “Lineamientos” constituye la nueva hoja de ruta con la cual el nacionalismo gobernará el país.
Ante esta situación, a OH le han saltado al cuello como perros de caza, acusándolo de mentiroso, incoherente, acomodaticio, carente de rumbo, etc., etc., etc. Que esta situación haya convencido a los Vargas Llosa, al ex-presidente Toledo y a su partido, a Acción Popular y a buena parte de las artes y las letras peruanas, parece importarle muy poco a la prensa, RMP incluida. Han preferido, más bien, ningunear a estas personas, siendo el blanco de la más infame crítica el otrora idolotrado Premio Nobel de literatura. Circulan por las redes sociales agravios de todo índole: “Vargas Llosa, tú solo sabes escribir”, “Mario Vargas Llosa es el Premio Nobel de rencor”, “Súperalo, Mario, el Chino te ganó”, etc. Obviamente, gran parte de estos valientes ninguneadores jamás ha leído un libro del Premio Nóbel y, seguramente, se han incorporado vigorosamente a la política por el entusiasmo de ver a un cuy bailando reggeaton. Lástima me dan estas personas, muchas de las cuales son amigas y familiares, pero hay que decir las cosas con claridad, porque este nivel de agravio impertinente, avalado en la falaz apelación a la libertad de expresión, no solo es inaceptable, sino bastante vergonzoso.
Volviendo sobre RMP, el problema radica en que esta mujer, lamentablemente, juega con cierta habilidad el juego de las falacias y, muchas veces, logra persuadir al televidente con cosas que están más cerca del engaño que de la verdad. Basta ver cómo, de modo irritante para el observador inteligente, pretende arrinconar a sus entrevistados nacionalistas con encrucijadas falsas: “Va a usar el plan de gobierno original, ¿sí o no?”; “Pero responda, ¿lo archivo o no lo archivo?”; “Daniel Abugattas dijo que lo archive, ahora usted, señor Diez Canseco, dice que no se archiva…¿en qué quedamos?”; “Señor Burneo, ayer el señor Diez Canseco dijo que el plan sigue vigente, usted dice que no lo van a usar…¿lo está desautorizando?”; y, mi favorita, “Lo logré, cuánto me ha costado, logré que me diga que no lo van a usar”. Este juego de preguntas y respuestas, para el observador poco entrenado, puede resultar la clara muestra de incosistencias severas en el partido de OH; sin embargo, no se trata de eso. El problema está en las intenciones falaces de las preguntas. RMP –a quien no acusaré de fujimorista
, pero quien, cuanto menos, es bastante menos hostil con los invitados de esa fuerza política– tiene una perspectiva muy clara y la quiere transferir, sospecho que con algún nivel de éxito, al televidente: “estos señores nos están engeñando, son unos estatistas y solo se están maquillando”. Esa lectura de las cosas, nada disimulada, es, sin embargo, un esfuerzo de terquedad por no ver lo evidente: que las fuerzas políticas pueden madurar, que es posible dar giros por el bien del país. En suma, que sí es posible conjugar el verbo concertar y que para tener acuerdos no hace falta saber conjugar “matar”, “robar” o “corromper”. Nadie pide ingenuidad ni ausencia de juicio crítico, pero sí el temple necesario para dar una oportunidad a quien en nombre del país y de la democracia se esmera por reunir en torno a sí fuerzas diversas, a quien ha demostrado capacidad de ceder frente a las propias ideas, a quien ha conseguido el respaldo de las fuerzas políticas y sociales más importantes del país. Que la prensa no carcoma su conciencia, lector, pues aún personas inteligentes y relativamente decentes como RMP ya han tomado partido y casi nada queda de objetividad entre nosotros.Felizmente esta no es toda la historia, felizmente aún queda esperanza y aún hay hombres y mujeres con memoria, dignidad y coraje. Personas como las que vi ayer en la marcha “Con esperanza y dignidad, Fujimori Nunca más”. Una movilización pacífica, alegre, aunque seria y memoriosa también, que reunió a varios miles de ciudadanos (La República habla de 20 mil, pero no sé en realidad cuál es la cifra exacta) comprometidos con una idea firme: que el fujimorismo no vuelva a gobernar este país porque esa historia no podemos volver a vivirla. Gestos como estos, pacíficos y numerosos, muestran con vigor que el pueblo peruano puede mantenerse firme, que puede ejercer su derecho de protesta y que puede decirle al resto del mundo que aquí no todos nos hacemos de la vista gorda, que aquí nos duelen nuestros muertos, nos indigna que nos roben y, sobre todo, nos repulsa la idea de que eso vuelva a suceder.
Por eso, con sospechas, pero con esperanza, muchos de nosotros le entregamos el voto al proyecto nacionalista; no como un cheque un blanco, sino como un voto vigilante y cauteloso, pero un voto que no ha sido corroído aún por esta prensa llena de mentiras y falacias, un voto que aún cree que se puede concertar en medio de aquellos que ahora quieren convertir ese valor democrático en blanco del insulto, del agravio injusto.
*Foto de la marcha “Con esperanza y dignidad: Fujimori nunca más”, tomada del album de Laura Arias