Las obras que son capaces de crear un nuevo género literario son muy escasas, sobre todo si la palabra que lo designa - utopía en este caso - acaba haciendo fortuna y siendo utilizada para designar el tipo de sociedad al que debe aspirar el ser humano. Claro que el entusiasmo por crear una sociedad utópica puede degenerar en el peor de los infiernos, como bien nos probó el siglo XX. No obstante, es inevitable que cualquier pensamiento político pueda derivar en pensamiento utópico: el comunista con el socialismo científico al fin funcionando como predijo Marx o el ultraliberal soñando con una sociedad en la que el Estado solo tenga el papel de salvaguardar la sacrosanta libertad de mercado. Lo original es que Tomás Moro, un personaje que cuenta con una biografía muy curiosa e insólita (terminó siendo canonizado por la Iglesia Católica), pensara en estas cosas en un tiempo que se nos antoja muy remoto y las plasmara en un libro que, justo cinco siglos después de su publicación, continua gozando de muy buena salud y suscitando sanas discusiones.Utopía se muestra al lector como una especie de falsa narración, en la que el propio autor cuenta su encuentro con un viajero que llegó a visitar la nación que de nombre al volumen. Después de esta introducción, el resto del libro está dedicado a describir las diferentes instituciones y forma de vida utópicas, dejando que sea el lector el que juzgue si se trata de la sociedad más perfecta que la humanidad podía concebir en aquel tiempo o de un disparate de imposible realización. La vida en aquella isla se basa en la abolición de la propiedad privada y con ello de todo deseo de enriquecimiento e incluso de estatus. Se supone que la eliminación del deseo por lo material fomenta la espiritualidad, la virtud y las buenas costumbres. La de Utopía es una sociedad igualitaria en la que la principal norma es el trabajo para el bien común. El Estado se organiza en ciudades con una misma estructura y los ciudadanos están obligados a pasar un tiempo trabajando en labores agrícolas, para experimentar en sus propias carnes lo que significa consagrar la vida a las mismas. Solo unos pocos están exentos de trabajo físico, pero primero han de demostrar un singular brillo intelectual que sea provechoso para el avance social.El gobierno de Utopía intenta ser paternalista, tratando con justicia y benevolencia a sus ciudadanos. Las penas son proporcionadas a la infracción cometida e intentan no ser crueles (un problema muy común en la Europa de aquella época era la desproporción que existía en este ámbito). Además, existen pocas leyes y estas son claras y accesibles a cualquiera que quiera leerlas. El conocimiento perfecto de la legislación supone una gran ventaja, algo que es absolutamente imposible en nuestra sociedad, ni siquiera para los más expertos juristas: "Tienen pocas leyes, pues para un pueblo instruido y organizado así muy pocas bastan. Sí, esa es la cosa que principalmente censuran en otras naciones: que no basten los innumerables libros de leyes y consideraciones sobre los mismos. En cambio ellos creen que va contra todo derecho y justicia el que los hombres tengan que estar sujetos a esas leyes, que son en número excesivo para poder ser leídas o ciegas y oscuras en demasía para que cualquier hombre sea capaz de entenderlas bien."Uno de los aspectos que más llaman la atención, siendo Tomás Moro un reconocido católico, fiel seguidor de las enseñanzas de la Iglesia, es la institución de la libertad religiosa absoluta en la isla, hasta el punto de que lo expone como un bien, ya que la dispersión de credos y la tolerancia con los mismos fomenta la convivencia pacífica. Por supuesto, el único límite a la difusión de las propias creencias es la no utilización de métodos violentos o agresivos. También es sorprendente, en una época como el siglo XVI, que el autor se atreviera a elogiar el concepto de eutanasia. Este párrafo es uno de los contiene ideas más avanzadas en la obra:
"Y viendo que su vida no es más que una tortura, que no sea reacío a morir, sino mejor que cobre buenos ánimos y se desembarace a sí mismo de esta dolorosa vida como de una prisión o de un potro de tormento, o permita de buen grado que otro le libre de ella. Y le dicen que obrando así hará sabiamente, viendo que con su muerte no perderá ningún privilegio sino que acabará con su dolor."Aunque la sociedad utópica no esté exenta de puntos oscuros, como la ausencia de libertad de circulación, no invalida la idea que puede asaltar a numerosos lectores de que nos encontramos ante un sistema que merecería la pena poner en marcha. Que cuando se haya intentado establecer una sociedad similar a ésta se haya fracasado casi por sistema, dice mucho de la naturaleza humana, del inevitable deseo individual de poseer un estatus por encima del resto y lo poco atractivo de la idea de dedicar los esfuerzos laborales al progreso de la sociedad, en vez de al enriquecimiento individual. En cualquier caso, la palabra utopía sigue ahí, esperando que el próximo que la reivindique no acabe creando una terrible distopía.