Revista Cultura y Ocio
"Dean pasa a toda prisa por delante del Phoenix Theatre, esquiva a un ciego con gafas de sol, toma Charing Cross Road para adelantar a una mujer que avanza despacito con su cochecito de bebé, salta por encima de un charco sucísimo y vira bruscamente por la calle Denmark, donde resbala sobre una placa de hielo negro. Los pies le salen volando. Permanece suspendido en el aire un momento lo bastante largo para ver cómo la alcantarilla y el cielo intercambian sus sitios y pensar: «Mierda, esto me va a doler», antes de que la acera se le estampe contra las costillas, la rótula y el tobillo. «Duele la hostia». Nadie se detiene para ayudarlo. «Puto Londres». Un patilludo con bombín y pinta de trabajar en la bolsa sonríe con suficiencia al ver la desgracia del patán melenudo y pasa de largo. Dean se pone de pie con dificultad, haciendo caso omiso de las punzadas de dolor y rezando para no tener nada roto. El señor Craxi no paga los días de enfermedad. Por lo menos le funcionan las muñecas y las manos. «El dinero»".
No tengo muy claro en qué momento descubrí a David Mitchell ni cuándo empecé a leer sistemáticamente toda su obra, pero así ha sido. Y es por eso que hoy traigo a mi estantería virtual, Utopía Avenue.
En la nueva novela de Mitchell asistimos a la creación, auge y caída de una banda de rock a lo largo de los años sesenta. Un cuarteto británico que se une para tocar y descubre tanto una banda como a sí mismos.
Como resumen la verdad es que es muy literal y se queda bastante corto, evidentemente. La novela se divide en tres partes que llevan el título y la estética de tres álbumes de época y las pistas están escritas utilizando la perspectiva de los distintos miembros de la banda (y alguna persona más). De este modo conocemos a Moss u bajista adicto al sexo que es a la vez un superviviente a su propio crecimiento; Jasper, el supuestamente privilegiado cuyos problemas psicológicos están a punto de ser nominados como Asperger; Griff el batería de clase obrera y Elf, la chica, insatisfecha. Todos diferentes, cada uno de un ambiente, cada uno de una música y con una voz propia y a la vez un coro con el que Mitchell lleva a cabo sus ya conocidos juegos entre historias que, para alegría de unos y decepción de otros, en esta ocasión relaja un poco tras sus últimas e intrincadas novelas. La historia en sí no es novedosa, mil veces hemos oído de quienes empiezan tocando en un bar de mala muerte y acaban llenando salas de conciertos y estadios, y lo adereza con la ración justa de melodrama que pasa por los demonios personales de los componentes, accidentes, pérdidas y, por supuesto, la dósis adecuada de sexo y drogas. Incluso está el típico momento en el que la inspiración es una suerte de catársis para quien la sufre. Como os digo, mucho cliché habitual. A lo largo de este camino Mitchell irá proporcionando cameos a prácticamente cualquiera que se lo pida, o esa es la sensación que yo tuve al leer la novela: que todo el mundo quería pasar por allí aunque fuera de forma esporádica o sin motivo aparente. Y entonces el lector se pregunta qué está haciendo exactamente Mitchell en esta novela y, más importante, qué pinta el lector en todo esto. Porque si algo tenemos claro los lectores de Mitchell es que somos importantes. Incluso dentro de sus historias los lectores pueden ser vitales ya que leen lo que será el siguiente capítulo, por ejemplo. En esta ocasión Mitchell lleva al lector por una novela que parece ir en retroceso de interés. Al menos hasta que encajamos la pieza y vemos que Jasper es familiar de otro personaje. En ese momento todas las referencias a su obra anterior encajan (si las hemos leído) o no y tampoco importa demasiado. El haber leído su obra solo supone esa suerte de música de fondo de las películas que avisa de que se aproxima un momento importante pero que, si no la oyes, no hace que ese momento deje de existir (por si acaso fijaros en películas, locutores y apellidos. Como pista). Como decía, llegamos al final y estamos seguros de que los demonios leídos van a tomar protagonismo, nos lleva hablando de ellos tiempo, sabemos lo que hacen y nos va a decir lo que son. Y ese es, sin duda, el momento álgido de la novela. Aunque para los lectores de Mitchell no sea original lo están esperando igual que todo el mundo espera la "coletilla" de un personaje famoso en una obra.
Utopía Avenue es una novela bien construida que tiene tintes sobrenaturales y es llevada con éxito hasta sus últimas páginas. Solo tiene un gran pecado: la sensación de estar ante algo poco original. Y es que la originalidad repetida a veces tiene esas cosas. Se desgasta.
Y vosotros, ¿con qué novela comenzáis la semana?
Gracias.